Postmodernismo y metaficción historiográfica. (2ª ed.). Santiago Juan Navarro
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Ante todo, la visión postmodernista de la historia aspira a problematizar lo que tradicionalmente se había presentado como una labor mecánica que respondía a un concepto simplista de la representación. Dos tendencias específicas dentro del postmodernismo cumplen un papel crucial en su revisionismo epistemológico y requieren, por tanto, de un comentario más detenido: la sustitución de las visiones orgánicas de la historia por una idea fragmentaria del pasado y la reevaluación del papel de la narrativa en la escritura de la historia. El primero de estos aspectos encuentra en la obra de Michel Foucault una de sus formulaciones más radicales, mientras que el segundo ha sido llevado hasta sus últimas consecuencias en el análisis formal de la historia propuesto por Hayden White. En ambos casos, se trata de proyectos teóricos que buscan desvelar el proceso de mediación inherente a la textualización del pasado. La obra de Foucault desmantela los intentos de teorización global del fenómeno histórico mediante narrativas fragmentarias (microhistorias) que prestan atención a las diferencias en lugar de centrarse en las continuidades. Los trabajos de White, por su parte, revelan el carácter poético (tropológico) y cultural de toda obra histórica. Estos dos pensadores ofrecen alternativas autorreflexivas a la llamada crisis del pensamiento histórico.
Michel Foucault: la historia como discontinuidad
Como ocurre con el análisis de cualquier aspecto de su pensamiento, el estudio de la obra de Foucault tropieza con una serie de dificultades que tienen su origen en el desprecio de su autor ante toda forma de teorización sistemática. Lo primero que llama la atención de cualquier lector es la cantidad ingente de paradojas, ambigüedades e interrupciones en el hilo de su argumentación. En su discurso fragmentario, las ideas se suceden a menudo sin causalidad lógica, quedan suspendidas temporalmente o son oscurecidas por la abundancia de metáforas. Este aspecto heterodoxo y provocativo de su prosa es parte sustancial (la manifestación formal) del proyecto de reorganización del discurso histórico esbozado teóricamente en “Nietzsche, la genealogía, la historia” (1971) y llevado a la práctica en obras como Vigilar y castigar (1975) e Historia de la sexualidad (1976).
Siguiendo la pauta establecida por Nietzsche en La genealogía de la moral, Foucault propone una forma de análisis genealógico que sirva como reacción contra la historia tradicional. A diferencia del historiador preocupado por la descripción del relato que habrá de llevar inexorablemente al presente, el análisis de Foucault aspira a deslegitimizar dicho presente cuestionando la causalidad que lo ata al pasado. En el análisis de Foucault no hay lugar para los conceptos de continuidad y progreso sostenidos por el empirismo historiográfico. Por el contrario, al concentrarse en todos aquellos aspectos diferentes, socava la noción de “inevitabilidad” histórica mediante la cual todo historiador intentaba justificar sus ideas y fortalecer su autoridad intelectual. La filosofía de la historia de Foucault desenmascara la inocencia epistemológica del historiador espiritista tradicionalmente representado como un buscador de la verdad. La búsqueda del historiador no se circunscribe a la verdad sino al conocimiento, entendido este como fuente de poder. La escritura de la historia se convierte así en una forma de domesticación del pasado con efectos de legitimación específicos: “Historical writing, Foucault contends, is a practice that has effects, and these effects tend, whatever one’s political party, to erase the difference of the past and justify a certain version of the present” (Poster 1984: 76).
El método histórico del genealogista, por el contrario, se basa en el rastreo sistemático de las diferencias: “localizar la singularidad de los acontecimientos, fuera de toda finalidad monótona; atisbarlos donde menos se los espera, y en lo que pasa por no tener historia—los sentimientos, el amor, los instintos” (Foucault 1979: 7). El historiador nietzscheano parte del presente y se remonta en el pasado hasta localizar una diferencia. En ese momento empieza a describir la evolución y transformaciones de tal anomalía a lo largo del tiempo, teniendo siempre presente la necesidad de conservar por igual tanto las conexiones como las discontinuidades: “These alien discourses/practices are then explored in such a way that their negativity in relation to the present explodes the ‘rationality’ of the phenomena that are taken for granted. When the technology of power of the past is elaborated in detail, present-day assumptions which posit the past as ‘irrational’ are undermined” (Poster 1984: 89-90).
En su estudio sobre Nietzsche, Foucault propone tres usos alternativos del sentido histórico, opuestos a las tres modalidades platónicas de la historia: el uso paródico y destructor de la realidad (opuesto a la historia como reminiscencia o reconocimiento), el uso disociador y destructor de la identidad (opuesto a la historia como continuidad o tradición) y, por último, el uso sacrificador y destructor de la verdad (opuesto a la historia como conocimiento) (Foucault 1979: 25). Estos tres usos transgresivos contribuyen a configurar una historia alternativa a la que Foucault se refiere indistintamente en su ensayo con los términos historia efectiva y genealogía: “La historia será ‘efectiva’ en la medida en que introduzca lo discontinuo en nuestro mismo ser; divida nuestros sentimientos; dramatice nuestros instintos; multiplique nuestro cuerpo y lo oponga a sí mismo. No deje nada sobre sí que tenga la estabilidad tranquilizadora de la vida de la naturaleza, ni se deje llevar por ninguna muda obstinación hacia un final milenario. Socave aquello sobre lo que se la quiere hacer reposar, y se ensañe contra su pretendida continuidad. Y es que el saber no está hecho para comprender, está hecho para zanjar” (1979: 20).
Como teoría global de la historia, la obra de Foucault es claramente insuficiente y oscura. Su negativa a enfrentar problemas epistemológicos y la falta de definición de muchos de sus conceptos básicos, hace que su obra sea de difícil acceso y de aún más difícil evaluación. Su obra es, ante todo, “oposicional”, ya que ofrece una crítica demoledora de algunas presuposiciones básicas del realismo historiográfico que han venido dominando los departamentos de historia en las últimas décadas. Dentro del ámbito de la práctica, Foucault ha alcanzado sus páginas más brillantes en las microhistorias de fenómenos específicos, como la historia de las prisiones o de la sexualidad, donde obliga a replantearnos las nociones sobre conocimiento y poder asumidas como naturales.
Hayden White: “tropología” y narratividad en el discurso histórico
Una aproximación diferente, aunque igualmente sintomática del escepticismo epistemológico creciente en la filosofía de la historia contemporánea, es la que ofrece Hayden White. Siguiendo la relativización del conocimiento histórico iniciada por pensadores europeos continentales (desde Valéry y Heidegger a Sartre y Lévi-Strauss) y el cuestionamiento del rango científico de la historia llevado a cabo por filósofos anglo-americanos (Mink, Dray y Danto), White propone un análisis formal de la estructura narrativa de la obra histórica. Las razones de este enfoque se encuentran