Postmodernismo y metaficción historiográfica. (2ª ed.). Santiago Juan Navarro
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En su intento por desenmascarar las pretensiones empíricas de la historia tradicional, White cuestiona el valor puramente arqueológico de la empresa historiográfica y, subraya, en cambio, su componente narrativo. Los datos contenidos en el archivo histórico, y presentes en formas de documentos y crónicas, son organizados por el historiador en función de su significación y de su relación con el conjunto de su obra. A ello se añaden observaciones particulares que permiten entender un suceso a la luz del proyecto último del historiador. La escritura de la historia se convierte, así, en un acto en el que la invención (tradicionalmente reservada a la ficción) no está del todo ausente, sino que desempeña, en la mayoría de los casos, un papel primordial (White 1973: 7).
En Metahistory (1973), White distingue cinco niveles de conceptualización historiográfica: crónica, relato (“story”), modo de la trama (“mode of emplotment”), modo de argumentación y modo de implicación ideológica. La obra histórica es concebida como un intento de mediación entre lo que White llama un campo histórico (el documento no procesado) y un público. En este esquema, la crónica alude a la disposición de los acontecimientos a tratar en el orden cronológico en que han acaecido. Las crónicas constituyen así una fase previa (“preparatory exercises” los llama Danto 1965: 116) carente de conclusión. Tampoco tienen partes inaugurales o climáticas; comienzan simplemente cuando el cronista inicia la narración de los acontecimientos, y pueden ampliarse indefinidamente. El paso de la crónica a la historia vendría dado por la combinación de tales acontecimientos como componentes de lo que White llama un “espectáculo” o proceso de ocurrencia al que el historiador asigna un principio, una parte central y un final. Mientras que en la crónica un suceso constituye una posición en una serie, en la historia tal suceso pasa a ser significativo en cuanto elemento de un relato. A diferencia de las crónicas, las “narraciones” históricas trazan las secuencias de sucesos que conducen de fases inaugurales a fases conclusivas (siempre provisionales) de los procesos sociales y culturales.
La disposición de los sucesos escogidos de la crónica y su incorporación en un relato histórico plantea una serie de preguntas que el historiador debe anticipar y responder en el curso de la construcción de su narrativa: ¿qué ocurrió después? ¿cómo ocurrió? ¿por qué ocurrió esto y no lo otro? ¿por qué fue de esta forma y no de otra? Estas preguntas tienen que ver con el proyecto narrativo total del historiador y pueden responderse de varias maneras. White circunscribe estas posibilidades de explicación a tres tipos: (1) explicación por la trama (emplotment), (2) explicación por el argumento formal y (3) explicación por la implicación ideológica.
Dentro de cada una estas estrategias interpretativas, distingue cuatro posibles modos de articulación. Al nivel de la trama (emplotment), y sobre la base del modelo teórico de Northrop Frye, estos cuatro modos serían: romance, sátira, comedia y tragedia. El romance arquetípico describe la forma en que el héroe es capaz de trascender el mundo de la experiencia. La sátira sería la antítesis de este drama de redención ya que presenta al hombre como cautivo, en lugar de dueño del mundo que habita. En la comedia pervive la esperanza de un triunfo humano temporal mediante la perspectiva de reconciliación de las fuerzas en pugna dentro del mundo social y natural. Por lo que se refiere a la tragedia, las expectativas de reconciliación son más sombrías e implican el reconocimiento de que las condiciones de vida son inalterables y eternas y es preciso aprender a convivir con ellas. Como en el resto de las diferentes estrategias interpretativas, estos cuatro posibles modos de articulación permiten modos híbridos como, por ejemplo, la sátira cómica o la tragedia satírica, pero siempre sobre la base de estas estructuras argumentales arquetípicas mediante las cuales el historiador busca explicar “lo que ocurrió” (1973: 11).
Además del nivel de configuración argumental, White propone un segundo nivel en el que el énfasis estaría más en la finalidad de la forma histórica en relación con un determinado modelo. Para ello distingue entre cuatro paradigmas: formalista, organicista, mecanicista y contextualista. Grosso modo, la teoría formalista de la verdad busca la identificación de lo particular y único en el campo de la historia; el organicismo, por su parte, pretende describir los fenómenos particulares como parte de procesos de síntesis. Las hipótesis mecanicistas, en cambio, tienden a la reducción más que a la síntesis (el mecanicismo contempla los actos de los agentes que habitan el espacio de la historia como manifestaciones instrumentales de elementos extrahistóricos). El contextualismo, por último, sitúa los acontecimientos dentro del marco en el que tienen lugar y en relación con otras circunstancias históricas similares.
En un último nivel de conceptualización, White propone el estudio de las implicaciones ideológicas a través de cuatro posiciones básicas: anarquismo, conservadurismo, radicalismo y liberalismo. Estas cuatro posiciones desarrollarán concepciones divergentes en relación con los problemas del cambio social y la orientación temporal, elementos básicos en cualquier narración histórica. Los historiadores conservadores se muestran reacios frente a todo cambio social e imaginan la evolución histórica como una progresiva elaboración de la estructura social dominante en su momento. Los liberales contemplan los cambios bajo la forma de ajustes de un mecanismo cuya estructura podrá llegar a perfeccionarse en el futuro. El radicalismo y el anarquismo, por el contrario, creen en la necesidad de transformaciones estructurales sustanciales que permitan reconstruir la sociedad sobre nuevas bases. Mientras la mentalidad radical ve el advenimiento de esta nueva sociedad como inminente, la visión histórica del anarquismo tiende a idealizar un pasado remoto en que la humanidad vivía en un estado de inocencia natural que ha sido corrompido en las sociedades modernas.
Como resultado de la combinación de los modos posibles de articulación a los cuatro niveles descritos se desprende lo que White llama el estilo historiográfico del historiador. Este estilo se obtiene mediante un acto esencialmente poético en el que se prefigura el campo histórico y se constituye la estructura en relación con la cual se ensayarán diferentes interpretaciones del pasado. Las modalidades narrativas que escoge el historiador son elaboradas en última instancia mediante el uso de unas figuras retóricas determinadas. White se vale en su análisis formal de los cuatro tropos aristotélicos básicos del lenguaje poético o figurativo: metáfora, metonimia, sinécdoque e ironía. Los tropos dominantes en la narrativa histórica contribuyen de modo especial a confirmar las tesis del autor produciendo un efecto determinado en los lectores.
En su análisis metahistórico, White llega, entre otras, a las siguientes conclusiones: (1) no hay “historia” que no sea al mismo tiempo “filosofía de la historia”; (2) los modos de la historiografía son formalizaciones de percepciones poéticas previas que sancionan