Panteón. Jorg Rupke
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Los Postumii se estaban embarcando aquí en una estructura completamente etrusca. La arquitectura los presentaba como los salvadores militares de la ciudad y como los recipientes del apoyo divino, una posición que les garantizaba aún más la situación del templo dentro del Foro Romano, que ya hacía tiempo que se había configurado como la plaza central de la ciudad. Fue la primera vez (en una tradición que es quizás fiable) que una estructura monumental se fundaba en una comunicación religiosa lograda, una que había conducido a la victoria en un conflicto militar real. Esto se convertiría en la norma un siglo y medio más tarde. Pero la mayoría de los pocos proyectos de construcción del siglo V y de principios del siglo IV que se mencionan en las historias de la época de Augusto y las tradiciones narrativas relacionadas con ellos surgieron en circunstancias diferentes.
La inversión en religión
Tiene que haber hecho falta valor y unas convicciones profundas para fundar un lugar en el que los objetos se depositarían a beneficio de unos agentes invisibles. Podemos imaginar que el grado requerido de capacidad administrativa y financiera no era tan abundante, por lo que es probable que solamente las familias solventes pudieran permitirse esas iniciativas. Quienes emprendieron la monumentalización de un lugar así, aumentando su capacidad para la comunicación religiosa de una manera muy pública y con un significativo despliegue de fondos monetarios, estaban en efecto apropiándoselo. Era el tipo de proyecto que solamente podían gestionar los agricultores ricos y les permitió, quizás por primera vez, usar la riqueza que de otro modo habría desaparecido en las tumbas o las reservas. Los mercados locales ofrecían únicamente una gama muy limitada de posibilidades de intercambio, pero encargar edificios importantes a lo largo de una amplia zona geográfica abría muchos caminos para la inversión[88]. Se superponían diversas prácticas que a menudo persistían de manera paralela. No sabemos nada sobre los debates que se habrían suscitado sobre el carácter y los límites de estos lugares; pero las estrategias de los propios actores apuntan a que todos los participantes se beneficiaban de una cierta fluidez, como cuando las áreas de convergencia predominaban sobre las fronteras claramente definidas.
Usando los diversos medios a su disposición, quienes iniciaban estos procesos de apropiación se enzarzaban en rivalidades furiosas para desarrollar lugares y signos «religiosos» especiales y eficaces. En muchas localidades del siglo VI la competición parecía una estampida. Había mucho espacio para la innovación. No obstante, la competencia entre agricultores que deseaban que sus iniciativas religiosas aumentaran su reputación social, incluso tal vez su posición política, o que querían adquirir una reputación como buenos socios comerciales, no podía basarse únicamente en el ingenio. Tenían que emplear lo que tenían a mano en lo que se refiere a métodos y simbolismos: elementos arquitectónicos, como los tejados de terracota que se usaban en las residencias, así como los motivos decorativos que eran habituales en las tumbas o en los escenarios donde la autopromoción era un acicate.
Los motivos de las placas de terracota que protegían los componentes de madera en estas nuevas estructuras de culto eran muy característicos. Estas placas muestran una sección muy limitada de la realidad social. Los agricultores ricos (pues la base económica de esta gente debe localizarse en la agricultura) se convertían en conductores de carro; se les describía como aristócratas y nobles (ilustración 14), ya no como terratenientes. Y se hacía constante referencia a la imaginería de las monarquías del Mediterráneo oriental. No era una cuestión de defender un «parentesco sagrado» panmediterráneo, sino que se trataba sencillamente de tomar prestadas unas imágenes, a menudo sacadas de contexto y malinterpretadas. Las placas, con su potencial para hablar de leyendas heroicas, también definían estos edificios religiosos, erigidos por granjeros prósperos, como la propiedad de «aristócratas». Muchos de estos motivos ya decoraban o pronto decorarían las casas señoriales (que más precisamente eran alquerías)[89].
14. Placa de terracota que muestra a jinetes al galope; 21,5 × 64 × 4 cm, ca. 530 a.C. Colección Borgia-Velletri. akg-images/De Agostini Picture Lib./L. Pedicini.
La necesidad práctica y el interés de los mecenas de promocionar esas asociaciones que los ennoblecían condujeron a numerosas formas híbridas, y no solamente en el terreno de la decoración. La Regia, la «casa real» del Foro Romano, evidentemente pertenecía a esa rama ecléctica de la arquitectura. El constructor de la «tercera Regia», a mediados del siglo VI, añadió a la «casa» un tejado de terracota, adelantado a su época, con rasgos decorativos del mismo material, incluyéndola por lo tanto en un grupo que engloba no solamente palacios como el de Murlo, sino también el edificio de culto contemporáneo de Sant’Omobono. La «cuarta Regia», del tercer cuarto del mismo siglo, se decoró según el estilo de Veyes, Velletri y Roma, un estilo que se encuentra también en la fase posterior del edificio de Sant’Omobono[90]. Su planta se diseñó de manera que pudiera acomodar las funciones del culto (que posteriormente asumieron sacerdotes nuevos) dentro de un complejo residencial[91]. Esto nos recuerda al vínculo previamente mencionado entre los papeles políticos y religiosos en la Grecia arcaica[92]. Evidentemente, antes de que los entierros se proscribieran a los lugares fuera de la ciudad, los cimientos de este mismo edificio, en su fase más temprana a finales del siglo VII, descansaban sobre una tumba infantil[93].
En el contexto de los intentos paralelos en Etruria de diferenciar la esfera religiosa de la elite política[94], no nos resulta sorprendente que, después de prohibir que los gobernantes políticos portaran el título rex, Roma señalara esa separación ungiendo a un rex sacrorum, un «rey de los actos religiosos», cuyo papel, como implica el título, se limitaría a la esfera religiosa. Fue un movimiento radical del que no sabemos nada más[95]. Tal vez la secuencia de 13 o quizás 14 altares en Lavinio debería entenderse según este contexto. Fuera cual fuera la intención tras esta suma gradual, está claro que quienes lo organizaron evitaron cuidadosamente dar un tinte aristocrático al espacio religioso; lo que parecería respaldar la idea de que, a su manera peculiar, estos «lares» homenajeaban un proyecto comunitario: la fundación de las colonias latinas[96].
[1] Lo que sigue se basa en el debate sobre las excavaciones holandesas de Smith, 1999. Yo me adhiero a la cronología superior en el caso del «Templo 0».
[2] Véase ibid., p. 466. Estos procesos de diferenciación pueden discernirse dentro de la cultura de Villanova a partir del siglo VIII a.C. como muy tarde (Giardino, Belardelli, y Malizia, 1991).
[3] Sobre el concepto de monumentalidad véase Meyers, 2012.
[4] Como se argumenta en Smith, 1999, p. 458.