Panteón. Jorg Rupke
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12. Estela con relieve procedente de Marzabotto. Original: Museo Nazionale Etrusco Pompeo Aria (Museo Arqueológico). Dibujo de Giovanni Gozzadini, 1870.
Otros lugares confirman esta conclusión. Si los viajeros italianos por Grecia habían visto monumentales altares de ceniza donde se apilaban los restos de los sacrificios animales, como se podían ver en Olimpia, o los largos altares (como el de Isthmia cerca de Corinto, que en el siglo VII a.C. ya había alcanzado los 30 metros de largo)[37], o si los arquitectos griegos les habían recomendado esos altares, es evidente que no se habían decidido a imitarlos. Las superficies monumentales de este estilo no parecen haber ejercido ninguna atracción sobre ellos, incluso aunque hubiera sido posible remodelar los túmulos de esa manera. Una de las pocas excepciones, aunque mucho más pequeña que los ejemplos griegos, es el rasgo arcaico dentro del podio del posterior «templo de los caballos alados» en Tarquinia, probablemente erigido en el siglo VII a.C.[38]. Como en el caso del posterior Ara Maxima de Hércules en Roma, estos altares adoptan la forma de largas plataformas (y el término ara era habitual, con este significado, en el vocabulario de los arquitectos de la República tardía[39]). En cualquier caso, los pueblos itálicos erigían y empleaban estructuras a pequeña escala, capaces de ser configuradas tanto para escurrir los fluidos que se usaban como libaciones como para acoger una pequeña hoguera. Había variantes redondas y cuadradas, estas últimas a menudo miniaturizadas y a menudo tenían una base y una superficie superior muy largas (ilustración 13; y véase también el podio en la ilustración 12) y pedestales que eran a veces ligeramente cóncavos y en algunos casos extremadamente estrechos, recordando a un reloj de arena[40].
13. Árula procedente de Roselle, Etruria, entre los siglos IV y II a.C. Museo archeologico e d’arte della Maremma. Fotografía: Sailko (CC-BY-SA 3.0).
Esas instalaciones suntuosas se empleaban evidentemente para comunicarse con actores especiales en los casos en los que se usaba comida o productos semejantes en lugar de objetos duraderos: en otras palabras, cuando lo que estaba en juego eran los contenidos y no los receptáculos. Cuando se invitaba a intervenir a los actores no indiscutiblemente plausibles mediante las ofrendas de comida, se les otorgaba a los productos agrícolas un valor aumentado, porque habían sido tecnológicamente procesados, fermentados u horneados, o seleccionados especialmente. La fragante flor puede ser un símbolo de esta última categoría y, para la primera, los arqueólogos han descubierto no solamente los pasteles –un amplio espectro de términos para pasteles se encontrará mucho más tarde en las fuentes latinas y en las Tablas Eugubinas– sino también la fuente de horno[41] en la Casa de las Vestales.
Quienes se implicaban activamente en la comunicación religiosa podían emplearla para perpetuar tanto el aumento mutuo de agencia que suponía que atribuyeran un poder a destinatarios sobrehumanos como la ganancia de poder para sí mismos que la agencia de estos mismos destinatarios ponía en circulación. Los actores humanos en el proceso se verían atraídos por la idea de compensar la naturaleza transitoria de los alimentos que se usaban en los sacrificios mediante las estructuras permanentes que se construían para hacer el intercambio. El término que se usaba para estas estructuras –āsa, āra– era moneda corriente en los idiomas itálicos. No tenemos testimonios que nos informen de cómo entendían el término sus contemporáneos, pero, etimológicamente, pertenece sin ambigüedad a la esfera de las cenizas y el fuego, y puede haberse entendido mucho tiempo en el sentido de «lar» (el lugar junto al fuego empleado para los procesos de desecado)[42]. La preocupación posterior por restringir el término a su connotación religiosa dio lugar en latín al audaz neologismo focus, para el lar doméstico[43].
El trasfondo lingüístico clarifica hasta qué punto el foco griego en el sacrificio animal –si es una suposición bien fundada[44]– representa un caso especial. Los pueblos itálicos ocasionalmente mataban animales para atraer la atención de sus dioses. Pero los huesos disociados en los depósitos arqueológicos no demuestras que esos ejemplos de matanza tuvieran una importancia central en la comunicación religiosa. Si un acto comunicativo se asociaba con una comida de celebración para los participantes humanos, era apropiado que los huesos se quedaran en el lugar, así como la vajilla empleada en la preparación de la comida, pues ambos eran elementos de especial significado con respecto al acontecimiento en su conjunto. Esta forma de ritualización distinguía las apelaciones a los actores especiales (sobrehumanos) de las actividades del día a día[45]. La misma conceptualización podía aplicarse no solamente a la terminología utilizada –como se ha demostrado ya en el caso del lar– sino también al diseño de los instrumentos, desde los cuchillos y los cucharones, por no mencionar la comida misma que se iba a consumir, ya fueran gachas, carne o bebidas. Muchos banquetes en estos entornos se asocian así con la ritualización de la matanza, un rasgo que se puede rastrear hasta el Imperio[46]. Pero no todos los actos de matanza ritual estaban seguidos de un banquete. Allí donde el vino era un artículo de lujo y la leche una demostración de una producción láctea exitosa, las libaciones –tanto las comunicativas como las demostrativas para los presentes– podían adquirir una importancia que ha quedado oscurecida tanto por la antigua polémica contra el sacrificio animal y por las teorías modernas del sacrificio que reaccionan a esa polémica[47].
El objetivo más importante para quienes organizaban estos banquetes ceremoniales era subrayar, a través de todos los aspectos de los preparativos, las diferencias entre estas comidas y los banquetes domésticos. A la vez que afirmaban la importancia de los actores sobrehumanos y su significado concreto con respecto a la situación en particular, y tal vez también respecto a la dimensión social del acontecimiento, los actores humanos también seguían siendo conscientes de la otredad, de la alteridad de sus contrapartidas sobrehumanas: comían para ellos, pero no con ellos[48]. Solamente cuando las imágenes figurativas se generalizaron surgió la idea de realmente alimentar a los dioses. En el siglo V a.C. en la ciudad de Roma vemos a magistrados ansiosos por obtener atención, juntando bustos portátiles de diversos cultos sobre sillones, colocando comida ante ellos y celebrando ceremonias de lectisternio, «cubrir un lecho»[49]. Los métodos usados para comunicar con los actores no indiscutiblemente plausibles asumieron entonces formas variadas. El acto mismo, y el hecho de su visibilidad, otorgaba credibilidad a los procedimientos.
3. DINÁMICAS DE LOS SIGLOS VI Y V
El siglo VI a.C. fue el periodo decisivo para la monumentalización