El Secreto Del Viento - Deja Vù. Alessandra Montali

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El Secreto Del Viento - Deja Vù - Alessandra Montali

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tanto la señora había pagado el pan que había comprado y cogiendo al hijo de la mano estaba a punto de salir cuando, volvió sobre sus pasos y dirigiéndose a Francesca, le dijo:

      –No le haga caso, señorita, es sólo un mocoso.

      Y salió.

      Francesca quedó asombrada por aquella última palabra, los latidos del corazón comenzaron a acelerarse y de repente un eco irrefrenable explotó en su cabeza. Fue envuelta por una penetrante sensación de náusea que le hizo llevarse enseguida las manos al estómago y se asombró de que el pavimento se estuviese inclinando bajo sus pies. Se encontró tambaleándose, tanto que la panadera corrió hacia ella. Comprendió por la expresión de la mujer que estaba asustada. Le estaba preguntando algo, pero, por más que se esforzaba, Francesca no conseguía comprenderla. En sus oídos se escondía una voz poderosa que, deletreaba aquella palabra: mo-co-so.

      La muchacha se llevó con desesperación las manos a las orejas y fue éste su último gesto, antes de caer al suelo, desmayada.

      –Se está recuperando…

      Una voz lejana llegó hasta Francesca.

      –Está abriendo los párpados. Señorita, ¿me oye? –dijo de nuevo aquella voz pero esta vez más cerca y con más intensidad.

      Francesca abrió los ojos y se encontró extendida en el suelo con las piernas en alto. Miró el techo sin comprender y en cuanto intentó levantar la cabeza todo comenzó a girar. Le parecía navegar en un espacio dilatado y sin tiempo. Durante un instante la habitación le pareció pintada de amarillo crema y estuvo segura que había visto en las paredes algunos cuadros de paisajes marítimos. Cerró los ojos y cuando los volvió a abrir la tienda había recuperado su blanco luminoso y de los cuadros no quedaba ni rastro.

      Hizo una mueca de disgusto. No conseguía poner en orden sus pensamientos y durante un instante se preguntó cuál era la realidad.

      –Un poco de paciencia, estese quieta. Sólo un momento que le tomo la tensión…

      El frío imprevisto del pavimento de mármol le produjo escalofríos y levantó las palmas de las manos para evitar aquel contacto gélido.

      –Permanezca quieta, señorita, sino no lo consigo… –el tono era imperioso.

      Francesca localizó al propietario de aquella voz: un hombre con la bata blanca.

      –Como pensaba. Nada grave, señorita. Usted tiene la tensión muy baja. ¿Ha comido esta mañana antes de salir? –le preguntó el hombre ayudándola a sentarse.

      Francesca movió la cabeza.

      La panadera se acercó y poniéndole una mano en la espalda le preguntó si quería que avisase a alguien.

      –Sólo conozco a Giusy, la propietaria del bar de la plaza.

      –Enseguida la llamo. Usted, mientras, coma una galleta con chocolate.

      Aproximadamente una hora después Francesca estaba cómodamente tumbada sobre el sofá de piel azul del bar de Giusy.

      –¿Cómo estás? –de nuevo aquella pregunta.

      Giusy la observó mientras estaba sumergiendo la bolsita de té en el agua caliente de la cazuelita.

      –Perdona, ¿te estoy molestando, verdad?

      Francesca esbozó una sonrisa y le respondió:

      –Estoy bien. Tranquila.

      –¿Te puedo hacer una pregunta personal… a la que puedes no responder? –continuó Giusy evitando la mirada de la muchacha.

      –No estoy embarazada –se le adelantó. –Por desgracia –añadió justo después.

      –¿Quieres un niño? ¡Pero si eres muy joven! –exclamó asombrada.

      Francesca se sentó, cogió la taza que Giusy le estaba dando y sin levantar los ojos de ella, dijo:

      –Una larga historia. Un día te la contaré.

      La mujer se sentó a su lado. Quedaron sin decir palabra durante unos minutos. Su silencio, sólo interrumpido por las voces de las personas que paseaban, a Giusy se le hizo difícil de soportar, de repente, explotó con una pregunta que no conseguía contener por más tiempo:

      –¿Qué es lo que realmente ha sucedido en la panadería?

      Francesca continuó manteniendo los ojos bajos, fijos en la taza. Se encogió de hombros y explicó:

      –No había desayunado… Una bajada de tensión.

      Francesca acabó de beberse el té y, siempre evitando encontrarse con la mirada de la mujer, se apresuró a añadir:

      –No estoy habituada a vuestro frío. En la panadería, en cambio, hacía mucho calor… Y además había un niño que hacía mucho ruido. Realmente insoportable.

      Giusy, frunciendo la frente, respondió:

      –No es toda la verdad. Lo sabemos tanto tú como yo… Hay otra cosa y tú te has asustado.

      Francesca levantó de repente la vista y sus ojos se encontraron. Giusy se dio cuenta de que había desconcierto en los grandes y claros ojos de la muchacha.

      Francesca acabó de beber el té y advirtió la mirada de la mujer que la seguía mientras se había levantado para dejar la taza en la barra del bar.

      –Estoy bien –respondió volviendo a sentarse.

      –No te quería preguntar esto… ¿Te han molestado mucho la rabieta de ese mocoso?

      –Sí –respondió Francesca instintivamente sin ni siquiera pensar en ello.–Es decir, no –se corrigió enseguida, luego añadió –No lo sé… no entiendo nada. ¡Tengo tal confusión en la cabeza! También la madre lo ha llamado así, mocoso, y yo me he desmayado.

      –Vayamos por orden e intenta responder a mis preguntas de manera espontánea. Bien, ahora túmbate y relájate –le sugirió Giusy sentándose a su lado.

      Francesca obedeció y cerró los ojos.

      –Bien, ahora respira profundamente dos veces, infla el estómago y luego expira por la nariz.. Bien, así… fantástico –la alentó la mujer. –Voy a comenzar. ¿Estás preparada?

      Francesca asintió.

      –¿Has estado antes aquí?

      –Sí, hace cuatro años.

      –¿Has visto alguno de nuestros lugares en tus sueños, en este último período?

      Francesca, ante aquella pregunta, de repente abrió los ojos, y todavía más hacia Giusy, y confesó:

      –Sí, pero no dormía. Ayer, cuando llegué a la plaza y vi aquella fuente…

      Francesca suspiró con fuerza y comenzó a explicar aquella imagen de la niña rubia con su mismo antojo

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