Jesús Martínez Guerricabeitia: coleccionista y mecenas. AAVV
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Con la larga crisis económica, escasean los compradores y se acentúa uno de los problemas que habían ensombrecido desde el principio su incipiente empresa: los impagados.111 Pese a que en 1950, como vimos, hacía balance de unas buenas ganancias, no todos los clientes pagan y ha ido acumulado 25.000 pesetas de deudas incobrables: «No por esto es mala la cosa el negocio de curtidos –escribe a su hermano– pero así no quiero seguir trabajando. Hace dos meses que terminé de comprar y vender, y ahora estoy liquidando cuentas, y liquidando las pocas existencias que me quedan». Se ha de valer de su astucia y perseverancia –olvidándose de miramientos y prejuicios– para cobrar algunas cuentas: «Hay que enseñar los dientes o de lo contrario la gente te arrolla».112 Pero no lo consigue en otros casos. Casi tres años después escribe a un amigo:
Por lo menos nos pasamos dos años muy buenos después de casados en ésa, que sólo enturbiaron los quebrados y fallidos de mi negocio, que si me descuido me dejan casi en la calle. Por fortuna nos retiramos a tiempo, y por lo que después me han contado algunos de ahí, en sus cartas, no lo lamento.113
Se trata de una carta escrita desde Barranquilla (Colombia) en 1953. De modo que aquella idea de emigrar sugerida a su hermano en 1949, se ha materializado. Es cierto que le empujan a ello los «quebrantos y fallidos» del negocio al que se lanzó con entusiasmo desde 1948, y que iba a dejar tras sí más de 35.000 pesetas de clientes fugados.114 Pero también lo es que su experiencia en el sector del calzado le supuso un eficaz entrenamiento para sus siguientes etapas vitales: la gestión económica y contable le ha convertido en un hábil administrador, y su trato directo con proveedores y clientes, en un desenvuelto vendedor que sabe sacar beneficio de sus productos. Y además, el poder comunicarse en inglés lo faculta para el comercio internacional. Tal disposición y su insobornable ética de trabajo es la imagen que de él guardarían aquellos con los que se había relacionado durante algunos años: «Yo estaba seguro –le dirá en 1953 Francisco Rivas Rubio– [que se abriría camino] dadas sus condiciones de buen trabajador, inteligente y sobre todo honrado y sabía que Vd., con más o menos dificultades saldría adelante en su empeño».115 Jesús Martínez Guerricabeitia cerraba una puerta y abría otra.
Y ya no lo hace solo presionado por las circunstancias, sino movido por la ambición de prosperar, de probarse a sí mismo y demostrar su valía. En medio de las dificultades de la posguerra ha saneado su economía, montado una casa y vivido con cierta comodidad. Ha logrado una posición desde la que asegurarse una vida tranquila y un claro porvenir en el ramo del calzado. Pero el llegar «al final de mi tiempo hábil con un almacén, una fabriquita, una casita o dos» ya no es el único horizonte apetecido.116 Como ya pensaba en 1949: «Vivir se vive, pero [...] me gustaría alcanzar un estadio económico más elevado que el actual, y la marcha que llevo no es para conseguirlo».117 Quiere aprovechar sus años jóvenes para forjar otra vida en otras latitudes, «pues no quiero vivir con el tormento de sueños que no he probado a realizar».118 De este modo, se sintetizan las motivaciones de su emigración a América en 1951: la legítima ambición de mayor prosperidad, dar una oportunidad a los proyectos que nunca había tenido la oportunidad de realizar y, desde luego, el vivo deseo de abandonar el ambiente hostil que la posguerra había procurado a su familia y su ilusión de reunirla de nuevo en un entorno de mayor esperanza. Un anhelo que había confiado a su hermano José en 1949: «Claro que lo ideal sería estar todos juntos ahí, o en una república suramericana, hacia donde voy a hacer gestiones y preparar si es posible la documentación, para ver si con el tiempo lo consigo».119 El ingrato panorama del contexto económico también le decantaba claramente hacia la idea de salir al exterior. Piensa en las escasas ganancias de su padre, todavía ligado al trabajo de las minas de caolín en Requena. Y piensa, por supuesto, en su hermano José, reacio a la idea desde el principio:
Tienes que tener en cuenta que llegar a cualquier sitio [...] es romper definitivamente con la vida anterior que hemos llevado. No hay que pensar en el regreso, como no sea en plan de turismo. [...] Mis pensamientos van por otro lado. No pienso emigrar; debí de hacerlo mucho antes, y entonces no os tuve muy de cara. Ahora lo que pienso es volver a España en cuanto que pueda. Es decir, en cuanto que para romperse la cara con la gente no se esté en muy inferior situación.120
Con todo, intenta implicarlo, señalándole un primer proyecto de emigración a Venezuela:
Te explicaré lo que Manolo [Escuder] me dice de Venezuela en su última carta. Tú puedes pedir mi entrada en Francia, de alguna manera o como transeúnte. Con tu carta de llamada yo puedo obtener el pasaporte español, y Manolo dice podría mandar el permiso de entrada a Venezuela al Consulado francés de la ciudad que le indicáramos, seguramente Marsella, donde tocan barcos que hacen el servicio directo a Venezuela. De esta manera nosotros iríamos a Francia, te veríamos, y embarcaríamos para Venezuela.121
La idea de lograr salir con toda su familia, incluido su hermano –ya que este no podía volver a España– se vio así frustrada; pero la preocupación por los problemas y estrecheces que José padecía en París le hicieron insistir hasta el último momento. Sobre todo porque la continuidad de la separación impediría su ferviente deseo de estrecha comunicación fraternal y complicidad intelectual: «Juzgo esencial para vivir que tú y yo tengamos una amistad que salga de lo corriente y que sea algo importante en nuestra vida. [...] necesito contacto contigo mejor que el que ahora tenemos».122 Como no logra convencerlo, desiste por el momento, y le dice que «uno de los deseos que más quiero llenar ganando dinero es el de mandarte ahí para que puedas estudiar con holgura». Todo ello demuestra hasta qué punto, aparte de satisfacer sus propias aspiraciones de logros económicos y de experimentar la libertad de conocer nuevos lugares en un viaje simbólico al nuevo mundo, Jesús conservaba la llama de su profunda admiración y dependencia intelectual y emocional de José, que, aunque fuera en unas condiciones tan traumáticas y adversas, había logrado salir de aquella oscura España. Pero él contaba con la decisión y confianza en sí mismo que en aquel flojeaban; tenía un plan, un camino «algo a lo que se va, por lo que se lucha, y que te mantiene en los momentos difíciles».123 Nada pues podía impedirle dar el salto hasta una orilla lejana, fueran las que fueran las razones o los consejos de quienes pretendieran disuadirlo pues, como manifestó más tarde, «a mí nada que me hubieran dicho hubiera sido capaz de impedir el venir, por malo que hubiera sido».124
Y se entrega, con el ahínco y la meticulosidad que le caracterizan, a planificar el viaje, con la mente puesta en convencer finalmente a sus padres y hermano para reunirse con Carmen y él en América. Sin duda el estímulo inmediato para elegir América fue el ejemplo de algunos conocidos, como el joven médico valenciano Manuel Escuder, que había partido hacía unos meses a Caracas (Venezuela) en 1950 y que les sugiere este destino. Pero, frente a esta posible opción –que como vimos explica detalladamente a su hermano–, se impone la elección de Colombia. Al principio Jesús mezcla ideas utópicas (realizar allí sus frustrados estudios universitarios) con el pragmatismo de considerarlo un lugar donde aplicar su experiencia como corrector de pruebas de imprenta:
Tengo las mejores impresiones sobre Colombia para mis aficiones. En Bogotá lo único bueno que puede hacerse es un licenciado en letras o un filólogo. [...] como buena patria de Rufino José Cuervo creo que está muy bien. Desde luego mis libros y algunos que compraré y mis notas que son muchas me las llevo para allá, y ya las sacaré a relucir en cuanto haya ocasión. También he machacado algo de cosa de corrector y me he