Jesús Martínez Guerricabeitia: coleccionista y mecenas. AAVV

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vida y mis gustos, pues yo creo que hubiera hecho un regular investigador, no acabaré de ser nunca completamente feliz. Me hace falta meterme con una empresa mayor que no solo sostener la casa (y cuidado que es grande empresa), bien la filología, o lo que sea.95

      Hace «fichas filológicas» por «si el mañana nos depara vivir de otra manera que no fuera vendiendo pieles».96 Confiesa a José su íntimo desgarro –clave ya de su vida–, esa dualidad que es «tanto cosa de sentimientos como de educación»: «Si el ser hombre de negocios me ha de privar de ser una persona sensible y me he de saltar muchas cosas por encima, no creo que compense el esfuerzo».97

      Por eso incluso desea acabar el bachillerato, «no con el fin de cambiar de profesión, sino como satisfacción de algo que llevo dentro y que no me deja vivir tranquilo separado del ejercicio intelectual».98 Será una época profundamente marcada por la lectura de Miguel de Unamuno, por los ensayos de la Revista de Occidente que dirige Ortega y Gasset, por los clásicos estoicos (Séneca, Boecio) que aconseja leer a José, quizá para despejarle de su habitual pesimismo, al tiempo que le remite también números de Destino –semanario al que está suscrito– y La Codorniz (las revistas que rompen un poco la modorra acrítica de la época). Desde el sustrato de su ideario político lee a Jean Paul Sartre, y la novela Los que vivimos, de la estadounidense Any Rand, que en 1936 ya denunció la perversión de la revolución rusa perpetrada por el régimen de Stalin.99 La correspondencia con su hermano de estos años muestra que le ha tomado como confidente de estos anhelos, y que siente cierta envidia por la vida que lleva, instándole a que le refiera una completa crónica «de lo que vayas viendo y observando en París».100 José es, sin lugar a dudas, el referente intelectual con quien dialogar sobre las inquietudes que no puede satisfacer en el estrecho círculo profesional en el que se mueve: «Tus cartas son de las pocas cosas que me sacan de esta vida pobre que aquí llevo»;101 «echo mucho de menos nuestros ratos de conversación sobre las cosas que leíamos o pensábamos».102 Eleva a José al pedestal de héroe afortunado por vivir en París, mitificado centro mundial de las artes y la cultura. Podemos imaginar la alborozada emoción de Jesús cuando su hermano le envía todos los números atrasados de París Match, o sabe de su acceso a periódicos y revistas inaccesibles en España –Esprit, Les Temps Modernes de Sartre y Simone de Beauvoir, Le Monde Diplomatique o La Pensée–, o le cuenta su descubrimiento del Louvre, del Jeu de Paume y del Museo de Arte Moderno, o que ha conocido a miembros de la intelectualidad parisina, como el hispanista y crítico de arte Jean Cassou, el escritor Albert Camus, la actriz María Casares o el historiador Jean Sarrailh.103 Pero el mismo José ya le había advertido, al poco de llegar:

      Tu envidia por saberme aquí debes atenuarla bastante, pues esta vida no te gustaría. Por bien que se esté, tú y yo somos dos trogloditas que no podremos acostumbrarnos al desarraigamiento. Únicamente podremos conseguir una vida plena en España y dentro de España en Valencia. No me tomes por provinciano. Hay que viajar. Como ensayo de carácter es bueno hacer la vida que yo hago ahora, pero como fin, no. Las relaciones y demás sólo pueden lucir ahí. Claro que es necesario cambiar de ambiente, las limitaciones económicas, es decir, todos los problemas que hoy tienen una fundamental importancia para nuestros compatriotas. Pero ello conseguido, ha de ser el deseo poder vivir en España.104

      Desde el dramático «exilio exterior» de su hermano, Jesús debe afrontar pues la realidad –y los sueños siempre aplazados– de su «exilio interior». Ha construido su «edificio sentimental». Albergará siempre el deseo de completar o, al menos, afirmar los cimientos de su «edificio intelectual» y de buscar los nuevos horizontes que exploraría al poco tiempo. Pero todo ha de convivir, en aquel declinar de una interminable posguerra, con sus inicios de empresario independiente.

      «Vamos aguantando marea –dirá a su hermano en septiembre de 1948 en referencia a su trabajo en el almacén de curtidos y al carácter de su jefe, Figueres– aunque ya sabes que hasta que yo quiera, pues ya tengo cosas habladas para caso de que me canse».105 Y se cansó. El 21 de abril de 1949, da cuenta a Francisco Rivas –a quien me referiré enseguida– del inminente cierre del almacén ante la crisis de ventas y las dificultades económicas de su patrón, quien, pese a que se dispone a despedir a la mayor parte del personal, le pide que continúe con él en algún nuevo proyecto. Pero Jesús Martínez se inclina por «no seguir perdiendo el tiempo»106 y, prácticamente en vísperas de su boda, confirma a su hermano que se ha quedado sin empleo «en el almacén del Figueróptero» (por Figueres):

      Aunque Piris se quede con esto, que todavía está la pelota en el tejado, no pienso quedarme con él, pues mi nombre ya es algo [...]. Yo solito vendiendo mis cosas y con el apoyo de Rivas que no me falta, procuraré sacarme el sueldo. Ahora estoy aquí esperando que Figueres se presente para ver de qué manera me plantea las cosas, pues por otra parte disfruto viendo las evoluciones de los hombres y esos asuntos me dan gusto [...]. Creo que aún le sacaré algo por la mediación de D. Tomás [Guarinos], aunque mi interés máximo está en no rozarme más con él.107

      Jesús, haciendo como siempre de la necesidad virtud, se siente con fuerzas para volar solo en los negocios. Poco más de un mes después de su matrimonio, comunica a su hermano su nueva situación: «Ahora trabajo solo por mi cuenta y soy libre, cosa que siempre satisface aunque no gane mucho». Y es que la cosa aún no anda todavía rodada y su economía no está exenta de apuros:

      Visito mis clientes, trabajo en mi despacho, compro y vendo. Y por las tardes trabajo en casa de Crespo, en la publicidad, donde creo sacaré una pequeña tajadita al final de la Campaña de Calendarios de Fútbol, pues hasta ahora no saco sueldo. Creo que por lo menos mil duritos a poco bien que vaya la cosa los sacaré. Como en casa vivimos modestamente, y Carmen, pese a ciertos cuidados de madre, se administra como una hormiga y ha logrado ser buena ama de casa, y además no tenemos atrasos, pues ya te explicaba cómo está la situación del piso, del cual debemos sólo 6.000 pesetas para pagar en diciembre, la cosa la podremos resistir.108

      No descarta, con todo, la posibilidad de emigrar a América, pues el negocio en que Jesús intenta situarse pasa por dificultades al final de la década de los cuarenta. El cuero para el calzado escasea y su precio sube de un día para otro (entre 1946 y 1948 se multiplica casi por diez). Sin embargo, el precio del calzado experimenta un incremento mucho más moderado, lo que hace muy difícil despachar el material con un margen de beneficio. Además, el mercado estaba severamente regulado y las importaciones se veían muy racionadas. Pero él no es ya un neófito en estos menesteres. Y se va a valer, como siempre, de su extraordinaria capacidad de adaptación. Y es que, por algunas cartas conservadas en su archivo, sabemos que esta actividad independiente había comenzado antes, realizando trabajos particulares todavía siendo asalariado. Así lo confirma su correspondencia con Francisco Rivas Rubio, un almacenista de curtidos y suelas troqueladas de Elda (Alicante) con quien entra en contacto en el almacén de la calle Lepanto, para quien realiza gestiones bancarias y que le suministra pedidos de piel para vender por su cuenta desde, al menos, marzo de 1948.109 En los años siguientes otros fabricantes de calzado de Elda (Elías Jover Sánchez, Francisco Rivas, Juan Hernández...) o de Lorca (Pedro López García) le proveerán igualmente de género para distribuir en Valencia y ciudades limítrofes, como Torrente e, incluso, Castellón. En poco tiempo, poniendo de nuevo a prueba su tesón de autoaprendizaje y zahorí de experiencias, ha pasado de mero administrativo o contable a «representante» de pequeños empresarios que comercian con género de piel y para quienes recaba pedidos, convirtiéndose finalmente él mismo en proveedor, al por mayor, de otros fabricantes. Para ello ya había alquilado en 1949 un pequeño local, se había comprado una bicicleta para desplazarse y contrata a un joven ayudante que se encarga de recoger el género enviado por sus proveedores mediante empresas de transporte y expedirlo a sus propios clientes. En noviembre de 1950 Jesús escribe a su hermano, con indisimulado orgullo, haber obtenido en quince meses de actividad «una ganancia de alrededor de quince mil duros, de los cuales he comido, he pagado el sueldo de Pepito (600),

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