Jesús Martínez Guerricabeitia: coleccionista y mecenas. AAVV
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Jesús Martínez Guerricabeitia: coleccionista y mecenas - AAVV страница 15
La carta –fechada el día de la onomástica de su novia– estaba firmada con su primer nombre (Amor), que alcanza así, desde luego, un pleno y coherente significado. La delicada vena poética perduró hasta después de casados: le siguió enviando felicitaciones navideñas viviendo ya juntos y menudearon los poemas a ella dedicados. Se casaron a las 8.30 de la mañana del 4 de junio de 1949 en la parroquia de San Pedro Mártir y San Nicolás Obispo de Valencia –la popular Iglesia de San Nicolás, situada a pocos metros de casa de la novia–. El matrimonio fue oficiado por don Vicente García Parra (el sacerdote al que su padre protegió durante la guerra, con el que siempre les uniría un gran afecto) y en el certificado correspondiente figurará como «Jesús Martínez Gerricabeytia» –el Amor quedaba ya circunscrito a la familia y las antiguas amistades–. No puede ser más emotivo y entrañable el relato que hace de la jornada a su hermano José (su padrino real, aunque fuera sustituido –ante su obligada ausencia– por Tomás Guarinos):
La cosa fue bien brillante. Como verás por las fotos que te envío, yo iba vestido de negro, pero nada de smoking ni pajarita ni zarandajas de esas, que puedan parecer disfraces, y Carmen con un bonito traje blanco tan guapa como siempre. En dos coches de caballos nos dirigimos a la Iglesia de San Nicolás, que es allí cerquita, y D. Vicente, renqueante con su enfermedad, nos casó. Ya puedes suponer por qué causa. Al final nos dio «una sentida plática», que se hizo más larga que una noche de dolor de muelas, y que no acababa pese a los guiños que el padre me decía que le hizo, y a las descaradas miradas que yo dirigía del reloj a su cara. En fin, estuvo bien. La asistencia de gente fue superior a lo supuesto; no te puedes hacer idea los que había, predominando gente bien. El comentario barrieril era «es una boda de ricos».87
Boda de ricos, sí, o, por lo menos, con la presencia de 103 invitados (entre ellos «todos mis clientes y amigos zapateriles», dice). Tras la ceremonia y la obligada sesión de fotos, se ofreció un espléndido refresco en el bar La Lonja, donde los novios entraron a los compases de la marcha nupcial tocada por un pianista. Después del baile, y vestidos con ropa más cómoda, acudieron a la concurrida comida familiar en casa de Carmen, despidiéndose de los 70 comensales en pleno baile para tomar el tren de las 3.45 de la tarde a Barcelona, primer destino de su viaje de novios (y el primer viaje, por cierto, que Jesús hacía fuera de Valencia). Al llegar a la «tétrica y triste» estación de Francia –como recuerda Jesús Martínez– ante la ausencia de taxis «unos pilletes que había por allí, casi a la fuerza nos cogieron las maletas y nos hicieron subir a una especie de tartana con las ruedas sin forrar, y que nos llevaba en un traqueteo de mil demonios». El avispado recién casado, intranquilo porque los «andobas» (personas de poco fiar) se habían aposentado en el pescante, mandó parar en cuanto vio un taxi libre y así llegaron, con menos aprensión, a la Ronda de la Universidad para alojarse en el Hotel Condestable. Por el detallado programa que había dado a su hermano, sabemos que pasaron en la «soberbia y estupenda ciudad» cuatro días para trasladarse el 8 de junio a Palma de Mallorca en avión, gestionado todo ello por su amigo y proveedor Francisco Rivas Rubio.88 En Palma descansaron cinco días en el Hotel Camp de Mar, junto a una cala (se lo habían recomendado Tomás Guarinos, Juan Bautista Monfort y Piris), visitando las cuevas del Drac, Manacor, Andraitx, Formentor y la Bahía de Alcudia, para regresar el 17 de junio, en el barco Plus Ultra, a Valencia. No faltó una visita de cuatro días a Villar del Arzobispo para saludar a la familia. Y empezó a plasmar –pese a la escasez de carretes de entonces– los momentos vividos con la flamante Agfa que había adquirido en su ya incipiente afición a la fotografía. Por entonces, Jesús no solo sabe desenvolverse en el mundo de los negocios –logrando movilizar sus contactos para organizar una perfecta luna de miel–, sino que echa mano de su afable sociabilidad y de la práctica del inglés aprendido en la cárcel con el matrimonio británico de Alfred C. Hunt, con quienes mantendrá correspondencia durante varios años.
Jesús Martínez y Carmen García el día de su boda, a la salida de la iglesia. Valencia, 4 de junio de 1949.
Los recién casados se instalan por fin en su casa y Jesús Martínez se siente feliz por la nueva vida que ha iniciado con Carmen, con quien comparte su afición a la lectura:
Nos posesionamos de la casita todo nuevo y arreglado y a comenzar la vida «prosaica», pero que está siendo mejor que lo pasado. Me siento feliz, y más desde luego que los primeros días pues ya sabes que hay que vencer dificultades inevitables al principio. Carmen me quiere más que nunca, y yo lo mismo a ella, y desde luego no ha de ser la organización casera la que ha de dar lugar a rozamientos pues se arregla formidablemente y es más buena que el pan. Le leo cosas y va aprendiendo cada día más. Es una buena compañera para seguir el camino de la vida cualquiera que sea.89
Pone todo su desvelo en que su nuevo hogar refleje el bienestar por el que tanto ha luchado. Ambos se afanan por colocar en el comedor el cuadro que les había pintado como regalo de bodas el propio Juan Bautista Monfort (el director de la Colonia donde estuvo José y que sigue muy unido a los Martínez Guerricabeitia): «un bodegón con unas manzanas en un frutero de plata y un plato al fondo, sobre mantel azul, que está francamente bien», le informa a su hermano. Su aprecio por la pintura le venía de familia, y desea reflejarlo en la decoración de su hogar. De hecho, ya en septiembre de 1948, escribe a José recordándole su interés por adquirir unos aguafuertes pues «la futura casa de tu hermano se ha de decorar y que dos buenos cuadritos extranjeros (grabados, se entiende) darían mucho tono».90 Juan Monfort le aconseja que vaya a Prats o que elija alguna litografía en Casa Viguer, «que el día que se pueda se pueden sustituir por cosa mejor»,91 pero a él le gustaría recibirlos de París. Le ilusiona, además, encargar un retrato de su mujer, con cuyo objetivo visita el estudio de un pintor en diciembre de 1948, aunque no le acaba de convencer su estilo ni personalidad. «Era un tipo estragado, con los ojos ribeteados y una chalina de estilo antiguo al cuello. Expresión nula e ideas del arte no las vi. Claro que como no soy entendido, se lo dije claramente pero de manera que no creyera que era un nuevo rico en busca de adornos».92 No parece que su primer contacto con un artista fuera muy satisfactorio.
El matrimonio inicia así su larga andadura de vida compartida. Se relajan del frenético pluriempleo de Jesús pasando algunos fines de semana en Villar, en la casa nueva de los padres, desde la que divisan el cerro Castellar.93 Van semanalmente al cine –en una carta al hermano le glosará la película de Vittorio de Sica Ladrón de bicicletas, estrenada en 1950–. Frecuentan la sala de baile del Ideal Room y Jesús disfruta del teatro clásico visto en el Teatro Principal –Hamlet, La vida es sueño, Cyrano de Bergerac– con el actor Alejandro Ulloa, considerado continuador del célebre Ricardo Calvo Agostí. Cuenta a José su interés por asistir a un espectáculo de ballet, al haber despertado su curiosidad las lecturas sobre el director y coreógrafo Diáguilev, fundador de los famosos Ballets Rusos con el genial bailarín Nijinsky, a propósito también de los figurines y decorados creados por Salvador Dalí para el Tristan Fou repuesto en París en 1949 y para el Don Juan Tenorio de Zorrilla, que han dirigido ese mismo año Luis Escobar y Huberto Pérez de la Ossa.94 Y, en cuanto puede, se escapa algún domingo al Museo de Bellas Artes para admirar los retablos góticos y el autorretrato de Velázquez. Y es que interiormente Jesús siente cada vez más la escisión entre la obligada dedicación a sus quehaceres y la inquietud intelectual que sembró en él su primera y truncada educación. Le falta, como confiesa, un círculo intelectual con el que compartir sus afanes, más allá del bienestar que le procura su trabajo:
Claro que leo bastante, pero carezco de círculo para hablar de ello [...]. Y por otro