Jesús Martínez Guerricabeitia: coleccionista y mecenas. AAVV

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Suárez, que le decía que había salido –y como él la mayor parte de los libertos– se encuentra sin casa, viviendo con familiares, con todos los inconvenientes que esto trae consigo. Ya le digo que Vd. podrá reposar tranquilamente en libertad. Y además todos los días que quiera, pues no va a necesitar de ponerse al pie del cañón enseguida. Le digo todo esto tal vez con un poquito de orgullo por nuestra parte.59

      Bien podría estar, en efecto, orgulloso. Ya en la nueva casa de San Roque volverían a reunirse, aunque efímeramente, todos los miembros de la familia. Hacia finales de 1942 o comienzos de 1943 había iniciado el servicio militar justo en el mismo regimiento que su hermano José, en Paterna, pero le resultó lo suficientemente liviano como para, tras el imprescindible periodo de instrucción, poder compaginar cómodamente una mínima presencia en el cuartel con su trabajo. Jesús achacó estas circunstancias a la laxa disciplina que reinaba en el cuartel y a no tener las responsabilidades de su hermano, que llegó a sargento, por lo que recuerda el periodo con la misma flema que el de la cárcel: «Me dedicaba a mi empleo y a ganar el sueldo. [...] A mí me dio la impresión de no hacer la mili».60 En junio de 1945 entabla noviazgo con Carmen García Merchante y, con miras a su futuro matrimonio o a causa del «camino ascendente» de su incipiente prosperidad económica, adquiere un piso en el número 21 de la calle Jesús y María de Valencia (el domicilio que figura en su petición de indulto definitivo en 1948), donde viviría como soltero, ya que su padre, una vez excarcelado, volverá a su antiguo empleo en las minas de Villar del Arzobispo, instalándose allí con su mujer en la calle Valencia, 17. Todavía hubo de afrontar algunos problemas de salud, con la recaída en la afección de osteomielitis de la que había sido intervenido en 1940, y que detalla puntualmente en una carta a su hermano en febrero de 1949:

      A primeros de enero se me inflamó el talón que tuve operado de pequeño, y después de unos días de incertidumbre y de dolor intenso, consulté con el médico del seguro que me envió a los especialistas y estos diagnosticaron osteomielitis, con la recomendación de que me operara. Como ellos no son un prodigio de atención, y yo con el dolor y la moral que tiene el enfermo de asegurarse lo mejor posible, consultamos con López Trigo (hijo), el cual me operaba a los dos días. Pasé como puedes imaginar muy malos ratos, y sobre todo moralmente estaba hecho polvo pues si esto me ha de salir de vez en cuando, y ahora era en una edad y en un estado físico que no dejaba lugar a dudas, pues nunca he estado mejor, me consideraba muy infeliz como puedes suponer, y en momentos con muy pocas ganas de salir adelante. La operación no fue muy difícil, pese a que hicieron un buen tajo y rascaron de lo lindo en el talón, o calcáneo. Gracias a la penicilina (esto es asombroso, sabes) cuando me operé no tenía inflamación alguna, y después de operado no dejan abierta la herida, como tú sabes hacían antes, sino que la cosen. A los ocho días me quitaron los puntos y gracias a mi encarnadura, la herida estaba completamente cerrada. Apenas se me notará una línea en lo que fue el corte.61

      Jesús pudo caminar a las dos semanas y, si bien la intervención acentuó la leve cojera que tendría el resto de su vida, la carta explicita una situación económica lo suficientemente desahogada como para hacerse operar por especialistas privados y tomarse con calma la vuelta al trabajo. Jesús Martínez recordaría después el evidente progreso de la familia tras los padecimientos de la guerra y ordenaría una secuencia de «buenos recuerdos, que son los que al fin y al cabo llenan la vida»: «la aventura del piso, la marcha en Villar, mi trabajo ascendente, el noviazgo de Carmen, la boda nuestra, las vacaciones en Villar, el nacimiento del conino [se refiere a su hijo], y tantas otras cosas». 62

      Todo, pues, parecía haber quedado atrás. Sin embargo, la represión franquista había asestado, en medio de estos acontecimientos que rememoraba en 1952, un nuevo golpe a la familia que provocaría un giro inesperado en la relación de los dos hermanos, a la vez que evidenciaba los caminos tan distintos que habían tomado en la vida. José, tras la obligada estancia en el reformatorio y un dilatado servicio militar hasta octubre de 1945, trabajó algún tiempo de administrativo en el bufete del abogado Juan Bautista Monfort (el director de la Colonia de San Vicente Ferrer), y en 1946 empezó como contable en una fábrica de calzado (por mediación de su hermano). Pero tanto por ideas como por carácter estaba muy poco inclinado a conformarse sin más con aquel tipo de vida a la que tan bien parecía haberse adaptado su hermano pequeño. De modo que, a los tres meses de licenciarse ya se había integrado en una célula clandestina de la CNT del distrito del Patriarca de Valencia, y seis meses después era elegido secretario de organización del Comité Regional de Levante de las Juventudes Libertarias. Participa activamente tanto en la confección de la revista Acción Juvenil como en la distribución del periódico Fragua Social y otras hojas de propaganda subversiva, mientras participa activamente en el intento de constituir en Valencia, junto con las Juventudes Republicanas y las Juventudes Socialistas, una Alianza Juvenil de Fuerzas Democráticas que ya existía a nivel nacional.63 La osadía de José y sus compañeros culmina en dos «acciones revolucionarias»: el 22 de enero de 1947, en pleno Campo de Mestalla, en medio del encuentro entre el Valencia C.F. y el equipo argentino de San Lorenzo de Almagro, logran distribuir 10.000 octavillas; y, semanas después, hacen lo propio con 12.000 en el centro de la ciudad, en plenas Fallas. Pero el 30 de marzo, tras la detención de un miembro de la célula, se desarticula prácticamente toda la organización. José Martínez es detenido y conducido por la Brigada Político Social a la comisaría y el 7 de abril es llevado junto a sus compañeros a la Cárcel Modelo de Valencia, donde pasan ocho meses y medio mientras se instruye el consejo de guerra en que el fiscal militar pide doce años y un día para cada uno, hasta que son puestos en libertad condicional el 15 de diciembre de 1947, a la espera de juicio.64 Aquellas Navidades serían las últimas que pasará con su familia. Incapaz de soportar otra vez un encierro, hastiado por su incapacidad de adaptación en una España aherrojada por la falta de libertades y ajeno al empeño de superación de su hermano, decide romper la libertad condicional y marchar al exilio. Ante la desolación de los suyos emprende, junto a otros amigos, la huida a finales de julio de 1948 para llegar a París, tras un azaroso viaje, el día 25 de agosto. La elección no es extraña en el contexto de un régimen dictatorial que empujó a más de treinta mil españoles a entrar clandestinamente en Francia entre 1946 y 1949 para acogerse al estatuto de refugiados. La triste paradoja es que José Martínez Guerricabeitia escapó de una condena que nunca hubiera recibido, pues en 1949 el sumario pasó a la jurisdicción civil y cuando se celebró el juicio en 1952, el nuevo fiscal rebajó sensiblemente la petición de pena, de modo que sus compañeros no tuvieron que ingresar de nuevo en la cárcel, mientras que para él, la sentencia decretaba –como una suerte de maldición– su ingreso en prisión, ordenándose la correspondiente busca y captura.65

      La familia, consternada por la decisión de José, tendrá pronto noticias suyas. Aquel muchacho apuesto de poco más de veinticinco años, de pelo negro, ojos inteligentes y sensibles y temperamento tímido –como lo describiría Barbara Probst Solomon–66 había tenido que cruzar la frontera, tras esperar la ocasión propicia en San Sebastián, atravesando a nado el Bidasoa. El 3 de septiembre le contará a su hermano Jesús la odisea de su viaje, sus planes para intentar encontrar trabajo como peón o aprender algún oficio y obtener una beca para estudiar francés, un idioma que desconocía; le relata las costumbres parisinas tan distintas de la vida familiar llevada hasta ese momento; le pondera la admiración por los monumentos de la ciudad y el asombro que le causan los planos interactivos del metro para facilitar los desplazamientos; le propone «intercambiar publicaciones», y le aconseja que le escriba tomando precauciones (con remite falso o «usando tinta simpática para algo notable»).67 Poco después, el 27 de octubre, le comunica que se dedica a la carga y descarga en el mercado de les Halles.68 Ya en diciembre de 1948 José es admitido en una escuela profesional para hacer un curso de ajustador,69 y en enero la familia se sobresalta ante el anuncio de que desea casarse con Teresa Gondra, una joven madre soltera. Jesús –que parece asumir el papel de hermano mayor– intenta disuadirle, dadas las condiciones adversas en las que debe vivir y la propia situación de Teresa.70 El consejo pudo hacer mella en su hermano, que a finales de abril de 1949 ha aplazado su matrimonio, aunque mantiene su relación con la joven. José Martínez atraviesa entonces

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