Jesús Martínez Guerricabeitia: coleccionista y mecenas. AAVV
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Pese a esta militancia de bajo perfil, los problemas no tardaron en presentarse. El 10 de enero de 1933, la CNT convoca una huelga general –paralela a los graves sucesos de Casas Viejas (Cádiz) con la proclamación por los braceros de la aldea del comunismo libertario–. Mientras en distintos lugares se producen numerosos sabotajes, instalación de bombas y enfrentamiento con las fuerzas del orden, en Fuenterrobles, un pueblo cercano a Requena, el día 11 de enero, cortadas las comunicaciones, un comité comunista revolucionario depone al alcalde, quema el Ayuntamiento, el archivo y la biblioteca, y hace lo propio con la bandera republicana y el retrato del presidente de la República.23 Por la tarde, la Guardia Civil toma el pueblo a golpe de fuego de ametralladora, pone en fuga a los sublevados y realiza cinco detenciones.24 Dos días después, el 13 de enero, a las cinco de la mañana, José Martínez García es arrestado y acusado de ser el cabecilla del amotinamiento. Pasará casi tres meses en la Cárcel Modelo de Valencia, pero la causa es sobreseída y recupera la libertad en abril. La experiencia le encoleriza hasta el punto de denunciar su acre protesta por la injusticia cometida en una suerte de libelo o manifiesto dirigido «A las autoridades de Requena», escrito con la vehemencia que le había conferido su militancia anarquista –radical incluso contra el Gobierno republicano–, pero también con un dejo de sentimentalidad familiar y de cierto distanciamiento:
¡Qué les importaba a los causantes de mi detención dejar a unos pequeños sin padre y a una mujer sin marido! ¿Que no ha delinquido? ¡Nosotros le pondremos el delito y a la cárcel! Esto es la justicia republicana, que si se diferencia de la monárquica es en la forma con que se ensañan sus hombres con los obreros conscientes. [...] A mí se me ha hecho aparecer como un hombre peligroso al que había que eliminar sin dilación. Tenían sí, que justificar ciertas autoridades, que mi detención no era cualquier cosa, y para ello nada mejor que hacerme aparecer por información secreta como a un Bakunin, o Malatesta, que tenía en tensión continua a los trabajadores, no ya de Requena, sino de toda la comarca. [...] Yo no he cometido más delito que el de pensar alto y sentir hondo. [...] Yo sí propugno por una sociedad más justa que la presente, donde no se den los contrastes que se dan en ésta, como exceso de producción y hambre y miseria por doquier; paro forzoso y muchos trabajos de imperiosa necesidad por hacer; una miseria denigrante en medio de un lujo escandaloso [...]. No puede haber concierto y armonía donde hay diferencia de clases.25
El escrito deja patente una fidelidad básica a su ideario, es cierto. Pero también marca una línea de alejamiento de posiciones extremas, como si en aquellos momentos en los que afloraba la violenta disidencia cenetista hacia lo que consideraba una República puramente reformista y burguesa, José Martínez García se situara ya en otra esfera: la del trabajador, sí, pero integrado desde su ética y esfuerzo en un sistema que le planteaba, por así decir, un «extrañamiento» de clase. El texto que escribe respecto a aquellos acontecimientos en sus apuntes de memoria, ya en 1972, ratifica esta sensación:
Hay que tener en cuenta, que yo aunque trabajador, debido a mi forma de trabajo independiente, no parecía un obrero auténtico, pero a pesar de esto se adivinaba que todas las miradas se fijaban en mí, sacando la conclusión de que mi persona les resultaba molesto, hasta el extremo que buscaron la forma de hacerme desaparecer de la escena, sin conseguirlo. Finalmente encontraron la ocasión que buscaban, con los sucesos de Bugarra, puesto que aunque en Requena no pasó nada anormal, a mí me complicaron en los hechos de Fuente Robles [sic], pueblo al cual no conozco ni conocía, ni al cual me unía ningún vínculo, lo cual hizo que me detuvieran y me postergaran durante tres meses en la cárcel Modelo de Valencia; al salir redacté un manifiesto dirigido a las autoridades y a la opinión pública, el cual aún conservo, con el fin de reivindicarme, y el efecto fue formidable.26
Los subrayados muestran hasta qué punto su manifiesto era de protesta, pero también de reivindicación defensiva. Latentes, sin duda, su fidelidad a la causa obrerista y su compromiso político; reclama, no obstante, una nueva situación de trabajador autónomo e incipiente dueño de un negocio propio: ya no es un simple obrero y repudia cualquier extremismo. Un síntoma de esa contradicción generada desde su instalación en Requena –tímida pero reveladora sensación de desclasamiento– y que pugnaba por intentar armonizar internamente una ideología profesada sinceramente con el afán por lograr un medio de vida, si no burgués, más confortable. Tal vez es entonces cuando se revela también este legado paradójico que marcará la vida de su hijo Jesús, quien habría de descubrir, como él, que la vida emborrona los límites del principio marxista de la dependencia de la superestructura ideológica respecto a la infraestructura económica. Y ello a pesar de que la familia conservó siempre sus lazos afectivos y de pertenencia al pueblo de Villar. Jesús, pese a haberlo abandonado con apenas dos años, lo consideró siempre el lugar de sus raíces. No solo porque, tras la Guerra Civil, sus progenitores volvieron a él para sobrellevar sus dramáticas consecuencias, sino porque allí acudió, ya casado, como espacio de descanso familiar. Incluso, años después, cuando –como veremos– emigre a América, se mantendrá unido a los recuerdos del hogar fomentados por la constante correspondencia con su padre, quien le enviaba postales fotográficas del pueblo con detallados comentarios, mientras él añoraba su fruta y hasta el vino lugareño. En Villar, por lo demás, vivirá su hijo durante un tiempo con los abuelos, se construirá un chalé en las afueras para pasar las vacaciones y, al advenimiento de la democracia, no dudará en implicarse en la política y cultura locales.
Lo que, sin duda, jamás dejó de preocupar a José Martínez García –una causa más de su repliegue a los deberes familiares– fue la educación de sus hijos, para la que el cambio de residencia a Requena ofrecía mejores oportunidades. No obstante, José Martínez –fiel a la pedagogía anarquista que desconfiaba de la rutina escolar de aquel tiempo– supo sentar las bases de su preparación desde su propio amor a la cultura y al arte, principio que intentó inculcar en los dos hermanos como medio de progreso social. Jesús evocaría muchos años después aquella biblioteca paterna de unos tres mil volúmenes, gracias a la que ambos (y su madre) pudieron escuchar la lectura, al calor del fuego, de las novelas, llenas de profunda sátira antiburguesa, de Sinclair Lewis, de León Tolstoi y Émil Zola o las de Romain Rolland, plenas de idealismo humanista imbuido de hinduismo, y de Panait Istrati (el llamado Gorki de los Balcanes) o de Anatole France.27 Las brasas de la fe libertaria revivían desde aquella voracidad lectora que heredarían de su padre, quien conseguía los textos ácratas de Federico Urales, los pedagógicos de Francisco Ferrer Guardia o los clásicos de su ideología, como Mijáil Bakunin, Piotr Kropotkin, Rudolf Roker o Errico Malatesta. O las obras de José Ortega y Gasset y Miguel de Unamuno, durante mucho tiempo reverenciados por ambos hermanos. Fue el único lujo que se permitió el obrero ya acomodado: una biblioteca –cuidadosamente personalizada con su propio ex-libris– que sería objeto de robo y dispersión por los falangistas tras la guerra y que, en buena medida, Jesús Martínez intentó recuperar durante toda su vida en la suya propia. La lectura, que ya había sido instrumento básico de su autodidactismo, a costa del arraigado sistema formativo y doctrinal de los colectivos obreristas, traslada a sus hijos una inagotable avidez de emancipación de su inteligencia y, sin duda, de su deseo de mejora social a través de aquella mística libertaria de las posibilidades transformadoras de la razón y de la ciencia junto al esfuerzo personal. Una ética adscrita al perfil más estoico, puritano y casi cristiano del anarquismo que sus hijos amoldarían luego a su propia personalidad. Si en Jesús prevaleció este sentido austero y sacrificado, en su hermano José se deslizó hacia una mayor autonomía libertaria, como revelaría años después en alguna de sus cartas, en referencia a las prevenciones morales de su padre:
La segunda y más interesante [parte] de tu carta me da a entender que te produce alguna inquietud escribirme, derivada seguramente de mi advertencia prohibitiva de rollos morales. Pero desde luego no creo que estoy en la circunstancia en que estas consideraciones sean fructíferas, aparte de sabérmelas de memoria. Claro que aunque mi deseo es no oír tales reflexiones, si ello impide que escribas más a menudo, hazlo endilgándome cuantas filosofías quieras, respecto a