Jesús Martínez Guerricabeitia: coleccionista y mecenas. AAVV
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Cuando me dispongo a relatar –pues tal es la palabra– la de Jesús Martínez Guerricabeitia, echo de menos la posibilidad de que tal momento me hubiera sido revelado por él mismo. Pero a las dificultades que suelen acompañar el bosquejo del devenir biográfico de una persona que aún vive, se añade, como todos lamentablemente sabemos, el que don Jesús sea ya incapaz de hilar sus propios recuerdos. Con todo, y alentado por el ejemplo borgiano, me ha parecido encontrar ese instante en las palabras que pronunció en la mañana del viernes 8 de abril de 1997, al recibir la medalla que la Universitat de València le había concedido en reconocimiento público de su apoyo a las actividades artísticas de la institución, pues el protocolo del acto le dio pie, precisamente, a reflexionar en voz alta sobre su conciencia de mecenas y descubrir, al evocar la figura de Cayo Cilnio Mecenas y de quienes siguieron después su ejemplo, la frecuente dicotomía que entrañan las motivaciones de la filantropía cultural:
Existe, a buen seguro, un componente de trascendencia, un deseo de dejar algo bueno tangible para cuando ya no estemos aquí; también una cierta dosis de vanidad y un deseo de compensar pretéritas frustraciones. Interviene tal vez la caridad, como la mala conciencia cuando un deter-minado bienestar material se ha conseguido; se da para tranquilizarla, aunque como decía Pessoa, casi siempre echando mano al bolsillo vacío. Con frecuencia, hay también una dosis de amor y gusto por el arte.
Y tras justificar en un anhelo de cambio social su colaboración con la Universitat, confiado en que fuese «el crisol de los cambios, pequeños o grandes», concluía con unas palabras del poeta portugués Miguel Torga: «el camino ha sido largo y los sueños desmedidos». Me pregunto si, al escribir ese discurso y en el instante de pronunciarlo en un lugar que tardíamente le abría las puertas, Jesús Martínez había encontrado en el mecenazgo por el que se le galardonaba el sentido de las íntimas contradicciones de su trayectoria vital; el reflejo simbólico de su comentada atipicidad como empresario y mecenas, originada en la dualidad de mecenas comunista y de empresario con toda una vida dedicada a hacer dinero, pero que mantuvo siempre un íntimo desgarro por su exclusión de la actividad intelectual, por su frustrado deseo de ingresar en la universidad que, con aquel acto, le reintegraba en su antigua vocación intelectual de la que la vida le apartó. Una vida que seguramente pasaba en ese momento de manera fulgurante y aún vivísima por sus recuerdos.
Las páginas que siguen están dedicadas, en consecuencia, a perseguir esas experiencias y relatarlas a la luz de tales contradicciones: tal vez porque aquel acto, quizá el último en el que pudo exhibir públicamente su fogosa lucidez, proporcionó a Jesús Martínez el instante donde reconciliar su bifronte dedicación a los negocios a los que la vida le había conducido y la intensa nostalgia de una realización humanista e intelectual por la que, de algún modo, el honor recibido le compensaba.
De Villar a Requena: la ética familiar y el estímulo de la cultura
Amor Jesús Martínez Guerricabeitia nace en la pequeña localidad valenciana de Villar del Arzobispo en la Nochebuena de 1922, año y medio después que su hermano José (nacido el 18 de junio de 1921). Ambos, por tanto, pertenecieron a una generación marcada –en una edad decisiva en la formación humana– por las vivencias de la Guerra Civil española y sus consecuencias. Su primer nombre, Amor, revela los ideales de luminosa fraternidad universal que alimentaba el ideario de un minero anarcosindicalista como era su padre, fiel a su militancia libertaria. Esta nominal «declaración de principios» se documenta en una certificación de extracto de su acta de nacimiento firmada por el juez encargado del Registro Civil de Villar con fecha del 28 de agosto de 1934, conservada en su expediente del Instituto de Educación Secundaria de Requena, donde figuran en ese orden sus dos nombres de pila: Amor Jesús.2 Él mismo puso de relieve en diferentes ocasiones el sentido heroico de aquel primer nombre, que significaba, sin duda, un deseo de reivindicar la memoria de su padre y las convicciones que con él orgullosamente compartió.3 Aducía que el empecinamiento dogmático del párroco don Antolín Marián ante la sospecha ácrata del apelativo forzó a su padre a añadir el Jesús, más ortodoxo. Pero lo cierto es que el asiento del libro de bautismos de la parroquia de la Virgen de la Paz registra el bautizo (por parte del coadjutor don Clemente Ferrandis Montón) del niño Jesús Martínez Guerricabeytia, no apareciendo el nombre de Amor por parte alguna.4 ¿Cómo explicar esa disparidad entre el recuerdo familiar y los documentos? ¿Y entre el registro civil y el eclesiástico? Es muy probable que se produjera la controversia, y hasta es posible que su padre admitiera la incorporación de Jesús al nombre de pila de su hijo, pues la figura de Jesucristo como símbolo de la entrega fraternal no fue ajena al ideario anarquista. Pero lo cierto es que durante su infancia y juventud firmó como Amor a secas, tal como siempre se le conoció en el ámbito familiar, y solo tras la guerra, cuando rehaga su vida en Valencia, se da a conocer como Jesús, por causas fácilmente comprensibles en un régimen tal vez más intransigente que el párroco de Villar. Sin embargo, el padre sí que pudo cumplir su voluntad civilmente –al menos en parte–, como refleja el certificado de nacimiento de 1934 al que ya me he referido. Lo que acaso puede explicar que Jesús Martínez prescindiera oficialmente de aquel emotivo nombre familiar es que la desaparición de los documentos del Registro Civil de Villar durante la Guerra Civil hizo necesaria, como sucedió en muchos otros lugares, la reconstrucción de los libros a partir de los registros de bautismo. Eso explica que en los nuevos libros figure registrado el nacimiento con el solo nombre de Jesús.5
Villar del Arzobispo, un municipio situado en el extremo oriental de la comarca de Los Serranos, tendría por entonces poco más de los 4.554 habitantes que refleja el censo de 1920, dedicados en su mayoría a cultivos de secano (cereales y viñedos) y a la explotación de minas de arcilla, caolín y creta, trabajo al que, como veremos enseguida, se dedicó el cabeza de familia. Una familia evidentemente modesta, que no menesterosa, aunque en la población, como recordaría Martínez Guerricabeitia años más tarde, era manifiesta la separación de clases sociales.6 Todavía en 1951, le recordaría a su hermano –que mantenía un sombrío recuerdo de Villar– lo siguiente:
Ni en Villar se mueren las viñas, ni se han muerto, porque fue de los últimos pueblos en conocer la filoxera. Hoy aún queda mucha planta vieja, que está boyante. Tío, hay quien recoge de golpe trescientas mil pesetas de vino, sin ser de los mayores. Ni hay una sola hipoteca en el término. [...] Hoy el que tiene tierras está con la economía como nunca. No el que tiene un garranchal que trabaja después de la mina, claro está. En las minas se gana mucho más que en Valencia.7
Pero lo cierto es que la familia careció de propiedades rústicas o urbanas. De hecho, su padre, en un escrito dirigido en septiembre de 1932 al Instituto de Segunda Enseñanza de Requena, solicitaba matrícula gratuita para su hijo mayor «por carecer de medios económicos y no poder cubrir las necesidades de casa», aportando para ello sendos certificados de los secretarios de los ayuntamientos de Villar y de Requena en los que se corroboraba la carencia de bienes del matrimonio («a los efectos de que puedan acreditar su estado de pobreza»). Dos años después, recaba otro certificado del secretario de Requena para matricularlo «en calidad de pobre». En efecto, José Martínez García (apodado en Villar el Terrer) era un jornalero, nacido el 23 de agosto de 1896, que había comenzado a trabajar con 12 años, apenas sabiendo leer y escribir,8 en los yacimientos de caolín de Villar e Higueruelas, extrayendo el mineral de sol a sol o transportándolo mediante recuas de yeguas hasta Liria, desde donde partía por ferrocarril con destino a la indus-tria cerámica de Manises. El joven minero