Historia contemporánea de América. Joan del Alcàzar Garrido

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Historia contemporánea de América - Joan del Alcàzar Garrido Educació. Sèrie Materials

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los procesos de independencia también influyeron las rivalidades imperiales de las metrópolis y las de las propias colonias que, en el caso de las españolas, llegaron hasta enfrentamientos internos por la jurisdicción de determinados territorios. El papel de las metrópolis francesa y española fue esencial para la independencia de las Trece Colonias británicas de Norteamérica. Igualmente, el papel de los ingleses fue importante para la ruptura del monopolio comercial español y para las emancipaciones de las colonias latinoamericanas.

      Las motivaciones más inmediatas que aceleraron las independencias también fueron diferentes. La creación de Estados Unidos fue la respuesta de los colonos contra el despotismo metropolitano (Adams, 1980). Las repúblicas hispanoamericanas fueron, en última instancia, la contestación de los criollos para superar –en el contexto de las repercusiones de las llamadas reformas borbónicas– la orfandad motivada por la abdicación de Carlos IV y Fernando VII, en 1808, y su negativa a aceptar, por una parte, la autoridad de la monarquía de los Bonaparte y, por otra, la del Parlamento liberal español. Entre 1809 y 1825 el proceso evolucionó de acuerdo con la progresiva incapacidad de Fernando VII y de la metrópoli para controlar el destino de sus colonias a raíz de los efectos de las reformas de Carlos III y, posteriormente, del hecho de que España hubiera perdido el poder naval y, como consecuencia, el control del tráfico marítimo con las Indias. El imperio de Brasil fue la solución adoptada por el heredero de la Corona portuguesa e hijo del rey ante las exigencias de los liberales de la metrópoli y de las aspiraciones de los propios colonos, quienes le mostraron su lealtad. Haití fue, en buena medida, el resultado de las repercusiones en la isla caribeña de la Revolución francesa (Halperín Donghi, 1990).

      El resultado de las emancipaciones tampoco fue el mismo para todas las colonias. Los Estados Unidos de Norteamérica, Haití y el imperio de Brasil conservaron la unidad de su antiguo territorio colonial, y sobre todo Estados Unidos se expandió con la conquista de nuevos territorios. En Hispanoamérica, la supuesta unidad territorial de la antigua colonia se deshizo. Cada virreinato, cada capitanía general e, incluso, las presidencias de audiencia generaron estados diferentes y divergencias que, en algunos casos, se rompieron todavía más con nuevas repúblicas delimitadas por la frontera de las viejas intendencias. A la mística disgregadora del Imperio español es necesario unir el problema racial y de relaciones de poder entre criollos, mestizos, negros e indios.

      Con respecto a los sistemas políticos, una serie de principios abstractos elaborados por los filósofos podían plasmarse en instituciones reales que articulaban a la sociedad. Así lo hicieron las Trece Colonias norteamericanas, que llegaron a generar una república federal presidencialista. Los brasileños se organizaron como imperio constitucional con el monarca heredero de la dinastía portuguesa de los Braganza. Los haitianos se debatieron entre la república y el Imperio, igual que habían hecho los metropolitanos en Francia. En las ex colonias hispánicas hubo de todo, desde el breve imperio de Agustín I en México hasta la dictadura perpetua de José Gaspar Rodríguez de Francia en Paraguay, pero principalmente proliferaron las repúblicas más o menos inestables. Esencialmente los criollos de estos nuevos estados hispanoamericanos mostraron, durante las primeras décadas de vida independiente, la fachada de la política liberal, pero se constituyeron con regímenes militarizados de signo caudillista.

      América del Norte había sido colonizada principalmente por franceses, ingleses y españoles que avanzaron desde las riberas del océano Atlántico y del mar Caribe hacia el interior. Los franceses penetraron en Canadá y Louisiana e hicieron exploraciones desde el Mississippi hasta las Rocosas. Los ingleses se establecieron en la bahía de Hudson y crearon colonias a lo largo de la costa atlántica, de norte a sur, hasta el campo misionero español de La Florida, donde se planteó un prolongado problema de límites con las colonias españolas desde la creación de la colonia inglesa de Georgia hacia 1730. Los principales conflictos de frontera entre franceses e ingleses se produjeron al norte y al oeste de las colonias inglesas. Otra potencia imperial con intereses en América septentrional fue Rusia, que exploró las costas de Alaska de norte a sur.

      La victoria británica en la guerra de los Siete Años (1756-1763) contra franceses y españoles tuvo como consecuencia que los ingleses adquirieran los enormes territorios canadienses y la cuenca del río Mississippi, así como Ohio y La Florida, una ampliación ratificada con la paz firmada en París en 1763. Los españoles fueron compensados con Louisiana. Después de la conquista, el gobierno de la entonces nueva colonia británica del Quebec fue encargado a un gobernador real con la misión principal de someter a los colonos franceses y a los indios, además de regular el reparto de los colonos procedentes de Nueva Inglaterra y Nueva York, asentados principalmente en Nueva Escocia junto con alemanes e irlandeses (Jones, 1996). Una década después, el Gobierno británico dictó el Acta del Quebec (1774) para establecer claramente las fronteras de la nueva colonia y regular su gobierno. Sus fronteras fueron hacia el oeste –Ohio y Mississippi–, y al frente de la colonia se colocó un gobernador militar fuerte sin asamblea representativa y que tuvo, sin embargo, un Consejo constituido por protestantes y católicos en igualdad de condiciones. Se adoptó el francés como lengua oficial y también el derecho civil de la antigua metrópoli francesa. A diferencia de las viejas Trece Colonias inglesas, donde el Gobierno de la metrópoli británica fracasó en su propósito de fortalecer el poder imperial mediante la expansión del estatuto de colonias reales, en las tierras de Canadá sí que se consiguió establecer este fuerte control imperial mediante la mencionada Acta del Quebec (Ciudad et al., 1992).

      Las Trece Colonias de referencia eran Massachusetts, Connecticut, New Hampshire, Rhode Island, Nueva Jersey, Nueva York, Delaware, Pennsylvania, Virginia, Maryland, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia. En su origen, la fundación de las viejas colonias británicas fue encomendada a particulares pero, como consecuencia de la importancia que fueron adquiriendo estos territorios, el Gobierno de la metrópoli se propuso fortalecer el poder imperial con la expansión del estatuto de colonias reales a aquellas que lo aceptaron o a las que se lo pudo imponer. El estatuto de colonia real implicaba una mayor sujeción a la Corona, que así nombraba al gobernador y a otros cargos. El gobernador protegía los intereses imperiales y su poder sólo estaba limitado por las asambleas que controlaban los presupuestos. Poco antes de iniciarse el proceso de la independencia, existían tres tipos de colonias: las de propietarios con motivo de una concesión real, las corporativas y las reales. El crecimiento de éstas últimas fue espectacular a mediados de siglo xviii, como consecuencia del reformismo desarrollado desde la metrópoli para controlar mejor a las colonias. Nueve de las Trece Colonias eran reales, solamente Maryland y Pennsylvania conservaban su dependencia de los propietarios, y Rhode Island y Connecticut su estatuto corporativo.

      Desde la anexión de Portugal a la Corona de Felipe II (1580), Inglaterra se sintió acosada por España y por el papa. En los círculos de negocios ingleses se hace evidente la necesidad de luchar contra el monopolio comercial español, al mismo tiempo que gana posiciones el interés por establecer colonias. El representante más cualificado de esta corriente será sir Walter Raleigh, quien fundará Virginia y realizará unos cuantos viajes a Centroamérica con objetivos comerciales. Al volver a la metrópoli, en 1618, será ejecutado por influencia del embajador español, el conde de Gondomar.

      La colonización fue modesta, en tanto no se redujo el poder de España (guerra de los Treinta Años) y se consolidó la Revolución inglesa de Cromwell. La autonomía colonial, sin embargo, fue amplia (Degler, 1986). Se trata, en su origen y como ya hemos dicho, de una colonización privada, desatendida por la Corona. De hecho, Nueva Inglaterra es una colonia fundada en 1620 por puritanos que pretenden una reforma moral, que han sido perseguidos en Inglaterra pero no han querido acercarse a España. Fletaron un barco, el May Flower, en el cual embarcarán los «padres peregrinos», que la mitología yanqui considera los Padres de la Patria.

      Las colonias de la primera mitad del siglo xvii tenían escasa importancia

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