Historia contemporánea de América. Joan del Alcàzar Garrido

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Historia contemporánea de América - Joan del Alcàzar Garrido Educació. Sèrie Materials

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pobre, caracterizada por su intransigencia religiosa. La Compañía controla la colonia y los colonos reciben tierras, pero el hecho de que sean poco rentables hará que la Compañía se desentienda. Surge una comunidad de colonos que cederá tierras a los nuevos que llegan. Con el tiempo se formará un tipo de oligarquía de terratenientes que sólo cederá tierras nuevas a cambio de pago o de servicios. Los recién llegados se comprometían a servir a un propietario durante cuatro años, tras los cuales se les daba una parcela. Virginia empezó a existir después de la concesión de los derechos de la vieja colonia de Raleigh a una Compañía de Londres. En principio trataba de encontrar oro; más tarde, de asentar colonos que trabajaban para la Compañía. Finalmente, el rey Jacobo I la convirtió en colonia real. Maryland fue una concesión de Carlos I de Inglaterra al católico lord Baltimore, quien pretendía instalar colonos dentro del más puro estilo feudal. La revolución de 1640 mató a Carlos I y el proceso fue abortado. Las rentas habían caído mucho en vísperas de la revolución, alcanzando una cifra de más de 37.000 libras, de las que, a pesar de todo, sólo se cobraban la mitad. En cambio se había formado una gran propiedad tras el acaparamiento de tierras por parte de los antiguos colonos, aun cuando lo que se había hecho era reproducir la economía campesina, lo cual supuso que el resultado económico no fuera demasiado interesante. La prosperidad de estas colonias vendrá ligada a la de las Antillas británicas y a la introducción del tabaco, el cual disfrutará de un gran mercado en Europa. Asimismo, se expandirá el azúcar en Barbados y, después, el té y el café.

      Estos cambios van a producir otros. La producción de azúcar era más costosa que el policultivo y, además, necesitaba grandes extensiones de terreno. Aparece así el latifundio, mediante la compra que los mejor situados económicamente hacen de las tierras de aquellos menos favorecidos que emigran a otros lugares. Se necesitaba una capacidad financiera para poner en marcha el ingenio azucarero y también se necesitaba una gran cantidad de mano de obra, que en ningún caso se podía cubrir con los pocos europeos que había. La solución fue la esclavitud, la importación de esclavos, lo que no hizo sino agudizar el proceso latifundista.

      Quienes han vendido sus propiedades ven cómo las tierras hasta entonces conocidas están prácticamente saturadas. Ellos y los recién llegados de Europa empezarán a ocupar toda la franja costera de los actuales Estados Unidos, llenando el vacío entre Maryland y Nueva Inglaterra. Así, surgirán colonias como Nueva York, Nueva Jersey, Pennsylvania y New Hampshire. Estas tierras serán eminentemente cerealícolas y trabajadas por campesinos de clase media. Mientras tanto, la Corona inglesa queda bastante al margen, muy preocupada por su propia revolución. Cuando se dé cuenta, se encontrará con una situación radicalmente distinta de la del control ejercido por España sobre sus colonias desde las reformas de Carlos III.

      El sistema colonial inglés tiene su zona más interesante, desde el punto de vista económico, en las Antillas. La metrópoli, después de Cromwell, se regula por el mercantilismo, resaltando cada vez más la importancia de las mercancías por ellas mismas. El objetivo será conseguir un saldo favorable para las colonias, saldo que los de ultramar tendrán que cubrir en metálico. Progresivamente se insiste en que las colonias también tienen que remitir bienes o productos manufacturados, ya que así bajarán los precios en la metrópoli, lo cual permitirá mantener unos salarios bajos. Ésta, sin embargo, sería la teoría, puesto que los obreros ingleses no consumirán grandes cantidades de azúcar, té o tabaco. La realidad es que los ingleses se aseguran la distribución de estos productos en Europa, lo que originará, desde 1660, una gran acumulación de capital. Así, la complementariedad del sistema dependía de los productos coloniales, lo que permite que podamos dividir las colonias en tres grupos en función de su actividad económica:

      a) Las Antillas, donde las plantaciones se dan desde el principio, lo que permite producir azúcar para la exportación. Con este azúcar se puede pagar todo lo que es necesario importar de la metrópoli (manufacturas). Presenta, pues, el mayor grado de complementariedad con el sistema inglés.

      b) El sur de América del Norte, con plantaciones de tabaco y otros. Hasta la independencia subsistirá una economía campesina tradicional y, aunque se ha introducido el algodón, el grado de complementariedad será menor, puesto que la balanza comercial es bastante desfavorable para la colonia.

      c) Las colonias del norte, con una economía basada en el cereal o en el autoconsumo, sin nada que ver con las grandes plantaciones. Tenían que importar las manufacturas de Inglaterra y disponían de muy poco para exportar, sólo madera para la construcción naval inglesa. Esto permitirá la aparición de sistemas compensatorios. Exportarán trigo hacia la América española.

      Evidentemente, una parte del sistema colonial inglés subsistirá al margen de las relaciones bilaterales con Inglaterra. En 1776, un informe de B. Franklin dirá que Pennsylvania cubre el 90 % del coste de sus importaciones gracias a lo que exporta a otras zonas americanas. Por ejemplo, produce trigo para Connecticut o Massachusetts, tierras pobres que empiezan a implantar actividades manufactureras. No obstante, la metrópoli empezará a poner trabas ya desde el siglo xvii: en 1699 prohíbe la elaboración de textiles y, en 1750, la de metales. No obstante, las colonias harán boicot a los productos ingleses el cual, además de ser muy eficaz, demostrará que pueden autoabastecerse. La metrópoli no intentará una solución de fuerza por varias razones: una, porque sabe que será un enfrentamiento total; y otra, porque el control que ha logrado sobre la economía mundial le permite no depender imperiosamente de sus colonias (Jones, 1996).

      Paralelamente, las colonias tampoco querrán enfrentarse a la metrópoli, y esto porque son conscientes de una serie de ventajas. Por una parte, les asegura un mercado para los productos de plantación; por otra, subvenciona determinados productos como la madera; y, en tercer lugar, es cierto que el transporte maritime y la distribución también reportan beneficios para las colonias, puesto que desde Cromwell sólo los navíos ingleses son admitidos en los puertos británicos.

      Además, hay motivos políticos y militares, como son la presión de los franceses en el noroeste, que reclaman unos territorios que podrían ahogar a las colonias inglesas, y las malas relaciones con los indígenas del oeste, que controlan unos territorios vitales para la expansión agrícola y que son aliados de los franceses. La existencia de estos peligros influyó en la organización de las colonias, tanto dándoles cohesión como reforzándolas militarmente.

      En la guerra de los Siete Años, que significó la desaparición de Nueva Francia, los colonos hicieron una lucha autónoma y popular, absolutamente apoyada por la opinión pública. La paz de París, en 1763, supuso el fin del poder francés, así como el inicio de los problemas con la metrópoli, puesto que el azúcar de las Antillas inglesas empieza a tener problemas por el agotamiento de las tierras y por el absentismo de los terratenientes, y las colonias americanas vendían y compraban mercancías en las Antillas francesas. Por eso es por lo que una de las disposiciones de la metrópoli para las colonias fue la Proclamation Act, según la cual las colonias no podían extenderse más. Las monarquías borbónicas, España y Francia, habían firmado un pacto de familia contra Inglaterra. Sin embargo, la guerra de los Siete Años significó la derrota de los dos países; concretamente España perdió La Florida y recibió Louisiana, no conquistó Portugal ni recuperó Gibraltar; los ingleses entraron en Montevideo y en La Habana. A pesar de todo, a Inglaterra también le costó cara la partida y, como consideraba que la guerra se había producido por defender a sus colonias, entendió que eran éstas quienes tenían que pagar la factura.

      Se trata de un proceso largo en el cual podemos ver dos fases: la primera, desde la paz de París (1763) a la matanza de Boston (1770), y la segunda, desde 1770 a 1776 (Declaración de Independencia, tras una guerra interna desde 1775) (Nevins et al., 1994).

      La paz de París significa, además de la derrota de España y Francia, la victoria de los colonos de América del Norte, al ser eliminada la amenaza francesa. La metrópoli empieza a pasar facturas y, además de la Proclamation

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