La historia cultural. AAVV
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Es, sobre todo, la noción de mentalidad colectiva lo que se cuestiona. Alimenta este debate la acogida en Francia de los trabajos de Carlo Ginzburg (Le fromage et les vers. L’univers d’un meunier au XVIe siècle, 1980) y de Robert Danton (Le grand massacre des chats. Attitudes et croyances dans l’ancienne France, 1985). De igual modo, los vivos debates a lo largo de los años setenta sobre la cuestión de la «cultura popular» (Robert Mandrou versus Michel de Certeau) –y su correlato, la «religión popular»contribuyen a definir una historia cultural que poco a poco se va distanciando con respecto a la historia de las mentalidades.7
Los medievalistas, al menos los del EHESS cercanos a Jacques Le Goff,8 optan por teorizar e institucionalizar la «antropología histórica», noción más amplia, que rechaza la separación temática y se opone a la individualización de la historia cultural. Otros medievalistas, como Hervé Martin, continúan mostrando inclinación por la noción de «mentalidades»: «Mentalidades es un bello término, muy evocador (...), este vocablo ha envejecido, pero ha envejecido bien, como los vinos de las buenas cosechas». El autor considera que la noción de cultura no es sustituible por la de mentalidades. El término cultura remite a la escuela, mientras que el de mentalidades «está separado de ella y remite, antes bien, a las profundidades de la psicología colectiva, a las lentas sedimentaciones intelectuales, afectivas, imaginarias y del comportamiento». Hervé Martin considera que la noción de ideología, siempre que se la «des-marx-ice radicalmente», es la más idónea para responder a su proyecto intelectual, que explica el subtítulo de los volúmenes: «representaciones colectivas desde el siglo xi al xv».9
Del mismo modo, la noción de «lugar de memoria», acuñada por Pierre Nora a finales de los años setenta, se proclama como una ambición historiográfica del mismo alcance que la historia de las mentalidades. La concreción de esta «historia de segundo grado» será una de las grandes tareas emprendidas por la historia cultural francesa de la década siguiente.10 La situación continúa mostrando notables diferencias entre los modernistas y los contemporaneístas. En realidad, la genealogía de la historia cultural no es la de una sola familia. La pluralidad del paisaje historiográfico francés es aquí sorprendente, aunque la concomitancia cronológica es innegable. Existen pasarelas entre «escuelas» y personalidades, y los escritos circulan. Las modalidades de funcionamiento de la comunidad de historiadores, probablemente más flexible que en otro tiempo, hacen que cada historiador, en función de los temas de su investigación, de su período predilecto y de sus afinidades, ponga en marcha trabajos y referencias muy diversos. Por tanto, parece cuando menos excesivo aludir a una historia cultural en singular, completamente identificable en su proyecto intelectual y en su presencia académica. El análisis de los itinerarios de tres investigadores ofrece la posibilidad de delimitar los contornos de esta historia cultural, las modalidades de su surgimiento y la diversidad que la caracteriza dentro del paisaje historiográfico francés.11
Tres trayectorias representativas:
Chartier, Corbin y Sirinelli
Roger Chartier (1945-) es uno de los primeros historiadores franceses que propuso una definición que presentaba claramente la historia cultural. Desde finales de los años setenta varios de sus textos tratan de mostrar las singularidades de esta «historia cultural» en la que él deposita sus anhelos. Las reflexiones epistemológicas e historiográficas del autor se acompañan de un trabajo empírico constituido por investigaciones personales y por la dirección de obras colectivas, que son a su vez la puesta en práctica de los enfoques preconizados en los textos más teóricos. Esta característica refuerza indiscutiblemente las propuestas de Roger Chartier. En 1975 él es uno de los más jóvenes colaboradores de la trilogía Faire de l’histoire, dirigida por Jacques Le Goff y Pierre Nora. En 1978 codirige la Nouvelle Histoire; en 1986 dirige el tercer volumen de la Histoire de la vie privée y codirige, junto con Henri-Jean Martin, la monumental Histoire de l’édition française, publicada a partir de 1982. Lectures et lecteurs dans la France de l’Ancien Régime (1987), Les Usages de l’imprimé (1987), Les origines culturelles de la Révolution française (1990), confirman la visibilidad de los enfoques preconizados por el autor, mucho más allá de lo que proponen los meros especialistas en la Edad Moderna y/o en la historia del libro. Su anclaje institutional se refuerza de forma paralela: ayudante de Historia moderna en la Université de Paris I-Panthéon Sorbonne, elegido en 1975 profesor ayudante en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, Roger Chartier pasa a ser director de estudios en 1984. A mediados de los años ochenta se produce también el reconocimiento internacional (sobre todo norteamericano, en un primer momento) de los trabajos del historiador del libro y la lectura. La publicación en 1988 de una recopilación de artículos con el título Cultural History constituye en este sentido un momento clave.12
Un texto de Roger Chartier, publicado en un número especial de los Annales en otoño de 1989 con el título «El mundo como representación», permite comprender los principales desplazamientos de los problemas que están en juego.13 La portada de la revista presenta el artículo como una «“redefinición” de la historia cultural», y lo sitúa dentro de un conjunto de textos que intentan responder al llamamiento que la redacción había publicado en marzo y abril de 1998: «Historia y ciencias sociales. Un giro crítico». Fue en esta coyuntura historiográfica cuando se publicó el artículo en Francia. Robert Chartier comienza su escrito poniendo «en duda» el punto de partida del editorial de los Annales, que postulaba, simultáneamente, la crisis general de las ciencias sociales y la vitalidad que mantenía la disciplina histórica.14 El autor expone las principales características del modelo francés de la historia de las mentalidades –el estudio de nuevos objetos y la fidelidad a los métodos de la historia económica y socialcon el fin de subrayar mejor, en segundo lugar, los principales cambios que, bajo la forma de tres renuncias, caracterizan la coyuntura historiográfica. La renuncia al proyecto de una historia global, el retroceso de la definición territorial de los objetos de investigación y, finalmente y sobre todo, el fin de la primacía otorgada a la fragmentación social, «que se consideraba apropiada para organizar la compresión de las diferenciaciones y divisiones culturales», dan testimonio de la «distancia mantenida, en las mismas prácticas de investigación, respecto a los principios de inteligibilidad que habían dirigido la actividad historiográfica desde hacía veinte o treinta años». Roger Chartier aboga a continuación por un cambio esencial: se trata de pasar, como proclama un epígrafe del artículo, «de la historia social de la cultura a una historia cultural de lo social». Expresa su anhelo por una historia de las asimilaciones, concebida como «una historia social de los usos e interpretaciones, relacionados con sus determinaciones fundamentales e inscritos en las prácticas específicas que las producen». Este proceso está en gran medida inspirado por L’invention du quotidien (1980) de Michel de Certeau. Partir de los objetos, de las formas, de los códigos, y ya no de los grupos sociales; centrar la mirada en principios de diferenciaciones más diversificadas (sexuales, generacionales, religiosos...); prestar mucha atención a la materialidad y a la recepción de los textos que son los fundamentos de una historia cultural que debe trabajar sobre las luchas de las representaciones, las «estrategias simbólicas», que jerarquizan la estructura social. Para mantener y debatir sus propuestas, Roger Chartier convoca a diversos referentes, además de Michel de Certeau, a Pierre Bourdieu, Michel