La historia cultural. AAVV
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Se puede percibir un giro cultural similar en la historia de las ciencias. La revista Science in Context, fundada en 1987, ha publicado escritos de numerosos docentes universitarios británicos, como Simon Schaffer. En 1996 los autores de un estudio colectivo sobre la historia de la historia natural optaron por abordar el tema como lo harían los historiadores culturalistas y titularon su obra «Las Culturas de la historia natural».25 El trabajo de Ludmila Jordanova asocia la historia de la medicina, la de los géneros y la de la representación visual.26
De manera más generalizada podemos decir que la afirmación de Raymond Williams, según la cual «la cultura es algo ordinario», aunque pareciese sorprendente o grosera cuando la formuló en los años cincuenta, es ahora ampliamente aceptada por los historiadores. Esto explica que se interesen cada vez más por Clifford Geertz y elijan «la cultura cotidiana» como campo de investigación, incluyendo temas como el cuerpo, la alimentación, el vestido, la vivienda, el espacio, los ruidos y los olores, al igual que prácticas como el consumo, la danza, la lectura, el habla, los viajes y las prácticas rituales. El efecto de los medios de comunicación en la vida cotidiana se pone de manifiesto por medio de la utilización regular de expresiones como «la cultura oral», «la cultura literaria», «la cultura de lo impreso» y «la cultura de la información», que expresan la idea de que la historia de la lectura, por ejemplo, «es también la historia de la cultura en la cual ésta se inscribe».27
Sin duda, el ejemplo que mejor ilustra este reconocimiento creciente de la disciplina en Gran Bretaña –que algunos se sentirán tentados de llamar una nueva modalo constituye el número cada vez más creciente de libros titulados o subtitulados «historia cultural»: la historia cultural del miedo,28 del embarazo,29 del pene,30 de los Alpes,31 de la princesa Diana.32 Otras obras han descrito o interpretado «la cultura de la fábrica»,33 «las culturas de la revuelta»,34 «la cultura de la cortesía»,35 «las culturas de los coleccionistas»,36 «la cultura del secreto»,37 «la cultura de la persuasión»38 e incluso «la cultura del seguro de vida».39
En resumen, el término cultura e incluso la versión en plural, culturas, ahora forman parte del inglés cotidiano. A finales de los años cincuenta, cuando el novelista e investigador C. P. Snow40 describía las ciencias y las humanidades como «dos culturas», la expresión podía todavía chocar. Por otra parte, en los años noventa, un antropólogo alemán41 que realizaba investigaciones en un barrio multiétnico de Londres destacaba que cultura, la palabra favorita del antropólogo, estaba en los labios de todos sus informadores, ya fueran jamaicanos, irlandeses, sijes o musulmanes. El desarrollo de la historia cultural forma parte ahora de un movimiento cultural más amplio.
Las particularidades de los ingleses42
Estas páginas cuentan, entre otras cosas, la historia del desmoronamiento de la insularidad británica en una era de globalización cultural, así como el declive progresivo de lo que podríamos llamar la «cultura del empirismo». El supuesto «giro cultural» es un fenómeno international, quizá incluso global, un tournant mondial.43 La historia cultural que se practica en Gran Bretaña se parece mucho a la historia cultural practicada en cualquier otra parte, principalmente en Estados Unidos. La resistencia frente a las ideas extranjeras, especialmente francesas, ha disminuido poco a poco. Las teorías de Foucault y de Bourdieu son hoy mejor aceptadas en Gran Bretaña de lo que lo habían sido por la generación anterior a ésta.44 Los historiadores de la lectura citan ahora con asiduidad la obra de Chartier. La antropología social se practica en Oxford y Cambridge de igual modo que en París y en Princeton. Incluso la idea de una historia de las «mentalidades» no parece tan extraña como en la época en la que Edward Thompson insistía en escribir sobre las mentalités45 para subrayar el carácter extranjero del concepto.46 La historia cultural británica no está ya dominada ni por los marxistas ni por los críticos literarios.
Así pues, ¿persiste una característica específicamente británica? Un lector de este volumen que haga comparaciones con los capítulos sobre Francia y
Alemania puede sugerir la observación de que quedan bolsas de resistencia a la teoría. Por otra parte, una comparación con la «nueva historia cultural» en Estados Unidos podría poner de manifiesto la ausencia relativa de interés por la cuestión étnica entre los historiadores británicos, a pesar de los últimos cincuenta años de inmigración que acabamos de vivir. Sin embargo, la situación está a punto de cambiar. Las publicaciones recientes sugieren que la identidad británica –¿deberiamos decir inglesa?se convierte en un tema que interesa ahora a los historiadores culturalistas británicos, lo que nos remite al debate sobre el carácter nacional del habitus con el que comenzaba este capítulo.47
1. Nathan Reingold: «The Peculiarities of the Americans, or Are There National Styles in the Sciences?), Science in Context 4, 1991, pp. 347-366.
2. Raymond Williams: Culture and Society 1780-1950, Chatto and Windus, 1958.
3. Stefan Collini: Absent Minds: Intellectuals in Britain, Oxford, OUP, 2006, p. 70.
4. George B. Samson: Japan: a Short Cultural History, Londres, Cresset Press, 1931; C. P. Fitzgerald: China: a short Cultural History, Cressett Press, 1935; Hugh G. Rawlinson: India: a Short Cultural History, Cressett Press, 1937.
5. En sus comienzos, la influyente revista Past and Present (fundada en 1952) estuvo dirigida por antiguos miembros del grupo de historiadores del Partido Comunista (particularmente, Christopher Hill, Rodney Hilton, Eric Hobsbawm y Edward Thompson). Dada la relativamente débil atención suscitada por el Partido Comunista en la vida pública británica, la influencia de este grupo merece una explicación.
6. Christopher Hill: Collected Essays, vol. 3, Brighton, Harvester Press, 1986, p. 7.
7. Sobre «Structures of Feeling», véase Raymond Williams: The Long Revolution, Harmondsworth, Penguin, 1965 [1961], p. 64.
8. Edward Thompson: The Making of the English Working Class, Londres, Gollancz, 1963, p. 194.
9. Edward Thompson: Customs in Common, Harmondsworth, Penguin, 1993 [1991], pp. 6-7.
10. Ibíd., pp. 64, 260, 352.
11. Robert Malcolmson: Popular Recreations in English Society, 1700-1850, Cambridge, CUP, 1973; Douglas Hay et al.: Albion s Fatal Tree: Crime and Society in Eighteenth-Century England, Londres, Allen Lane, 1975; Peter Burke: Popular Culture in Early Modern Europe, Londres, Harper Collins, 1978.
12. Edward Thompson: «Anthropology and the Discipline of Historical Context», Midland History 1, 1971-1972, pp. 41-55; Eric Hobsbawm: Primitive Rebels, Manchester, Manchester UP, 1959.
13. Jack Goody (dir.): Literacy in Traditional Societies, Cambridge, CUP, 1968; Alan Macfarlane: The Family Life of Ralph Josselin, a Seventeenth-Century Clergyman: an Essay in Historical Anthropology, Cambridge, CUP, 1970.
14. Michael Baxandall: Painting and Experience in Fifteenth-Century Italy, Oxford, OUP, 1972, pp. 32 y 152.
15. David Maland: Culture and Society in Seventeenth-Century France, Londres, Batsford, 1970; F. W. J. Hemmings: Culture and Society in France 1848-1898, Batsford, 1971; John Larner: Culture and Society in Italy, 1290-1420, Batsford, 1971; Peter