La historia cultural. AAVV
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En 1998 la publicación de la recopilación de textos Au bord de la falaise. L’histoire entre certitudes et inquiétude permite todavía una mejor percepción de las propuestas de Roger Chartier,15 que recuerdan a las de Daniel de Roche, contemporáneas suyas. Más allá de su cercanía intelectual –que se había traducido en la firma conjunta de varios textos durante los años setentay de los primeros trabajos, bastante próximos, sobre las sociabilidades académicas en el siglo xviii,16 las propuestas de Roger Chartier y las de Daniel Roche, sin embargo, no se solapan completamente. El primero sigue siendo, ante todo, un historiador del libro y de la lectura, que vincula estrechamente el estudio de los textos, el de los objetos materiales y el de las costumbres que éstos generan en la sociedad. El segundo es, más bien, un historiador de las distribuciones y las prácticas sociales, abierto a otros objetos culturales que pertenecen a la esfera de la «cultura material». A nuestros dos autores les separa una generación. Esta situación pesa considerablemente en sus respectivas trayectorias y en su práctica de historiadores. Daniel Roche, que emprende sus primeras investigaciones al inicio de los años sesenta, en pleno apogeo de la historia económica y social, queda profundamente marcado por este momento historiográfico. Esta fidelidad sitúa su obra en la confluencia de la historia económica y social con la historia cultural.
Las modalidades institucionales que regulan por su parte la recepción de las propuestas de nuestros dos autores presentan algunas diferencias significativas. Roger Chartier, de acuerdo con una de las características principales de la EHESS, está integrado en una densa red de intercambios internacionales y su nombre es difundido gracias a una estrategia de traducción de sus escritos. Aunque favoreció inicialmente al espacio norteamericano, esta estrategia se ha ampliado en los últimos años a América Latina. Más allá del puro ámbito académico, su influencia como productor delegado en France Culture («Les Lundis de l’Histoire», donde sustituye a Denis Richet) y su colaboración en Monde des livres desde finales de los años ochenta le permiten llegar a un amplio sector de público. Su nombramiento en diciembre de 2006 en el Collège de France, donde sucede a Daniel Roche, para una cátedra titulada «Escrito y culturas en la Europa moderna», confirma este éxito intelectual, científico e institucional.
Para los contemporaneístas, bastante poco sensibles al debate en torno a la historia de las mentalidades, la cuestión está esencialmente unida al futuro del modelo labroussiano y a la erosión progresiva de sus reconocidas virtudes heurísticas. En este sentido, la trayectoria de Alain Corbin (1936-) es particularmente ilustrativa. Antes de identificarse con el apelativo de «historiador de lo sensible», título de un libro-entrevista publicado en 2000, compartió las lógicas que gobernaban el paisaje universitario de los años cincuenta y sesenta. A principios de los años sesenta su proyecto inicial de una historia de los gestos no puede llegar a buen término, y el joven agregado de historia decide insertar el Lemosín en el marco del extenso proyecto de una historia económica y social de Francia, impulsado bajo la égida de Ernest Labrousse. Bertrand Gille dirige la tesis con el aval del maestro. La especificidad lemosina no permite aplicar en toda su ortodoxia el cuestionario labroussiano, lo que lleva a Alan Corbin a realizar un primer deslizamiento hacia una historia antropológica que concede gran importancia al análisis de la estructura de la familia, del comportamiento biológico, del proceso de alfabetización, del sistema de creencias y de la red de tensiones y solidaridades en el seno de las comunidades aldeanas.
Una vez defendida la tesis, Archaïsme et modernité en Limousin au xixe siècle (1975), se implica, libro tras libro, a partir de objetos de investigación diversos, desde las formas del deseo de la prostituta al paisaje sonoro de los campos, en la construcción de una historia de lo sensible: Les filles de noce (1978), Le miasme et la jonquille (1982), Le territoire du vide (1988), Le village des cannibales (1990), Les cloches de la terre (1994), L’homme dans le paysage (2001). La legitimidad del proyecto quedó afirmada a comienzos de los años noventa:
¿Es posible percibir retrospectivamente el modo de ser en el mundo humano del pasado a través del análisis de la jerarquía de los sentidos y del equilibrio establecido entre ellos en un momento dado de la historia y en el seno de una sociedad determinada? ¿Resulta pensable detectar las funciones de estas jerarquías y, por consiguiente, reconocer las intenciones que presiden esta organización de relaciones entre los sentidos? ¿Es factible someter esta investigación a la diacronía, constatar permanencias, percibir francas rupturas o sutiles derivaciones? ¿Resulta pertinente relacionar las modificaciones, más fácilmente perceptibles, de los sistemas de emociones con las que se producen en la jerarquía y el equilibrio de los sentidos? Responder a estas preguntas supone reconocer la existencia y la validez de una historia de la sensibilidad, puesto que ésta implica detectar la configuración de lo que se siente y de lo que no puede ser sentido dentro de una cultura en un tiempo determinado.17
Con Le monde retrouvé de Louis-François Pinagot (1998) Alain Corbin va «tras las huellas de un desconocido». Los paradigmas de la historia social tradicional están aquí radicalmente invertidos. El autor se desmarca tanto de la historia social cuantitativa y serial, tal como la encarnaron Fernand Braudel y Ernest Labrousse tras la Segunda Guerra Mundial, como de la «microhistoria» y su ambición de construir una historia «a ras del suelo». Rechazando lo colectivo y las individualidades excepcionales, propone un verdadero desafío metodológico: reconstituir el sistema de representaciones a través del cual el mundo y la sociedad pudieron presentarse ante un «Jean Valjean que nunca hubiera robado pan». El método privilegiado concede un lugar esencial, y asumido, a la posición del historiador.
Esta historia de las sensibilidades se afirma como una de las modalidades de primera línea de la historia cultural. Más allá de cualquier anacronismo psicológico, la preocupación por desentrañar el secreto de los comportamientos de los individuos que nos han precedido, en la confluencia de las emociones y las representaciones, de lo imaginario y las sensibilidades, anima el conjunto de su obra. Alain Corbin favorece una relación diferente respecto a la huella y el material documental reunidos. La ampliación de la noción de fuente, principalmente en la dirección de las fuentes literarias, se ha asociado con un constante interés en su construcción contextualizada. La preocupación por restituir a las huellas sus lógicas discursivas se intensifica por el trabajo de mediación del historiador, con la escritura o durante sus presentaciones orales, principalmente en seminarios. Esta historia comprensiva, en cierta medida al margen de las prácticas dominantes de la historiografía francesa, está legitimada por un deseo de historia que no se sobrecarga con usos sociales en declive. Alain Corbin, que desea escapar del nominalismo de las clasificaciones historiográficas, sitúa su evolución dentro de una historia cultural en construcción, que él considera múltiple en razón de sus objetos y métodos. Después de haber ejercido la docencia en Limoges (1968-1969) y en Tours (1969-1986), Alain Corbin ocupa desde 1987 una cátedra en la Université de Paris I-Panthéon-Sorbonne. Situado desde entonces en el corazón del dispositivo de formación doctoral, miembro sénior del Institut Universitaire de France de 1992 a 2002, sigue siendo, no obstante, un francotirador, prudente en la proclamación de las rupturas que encarna con respecto a sus iguales. Orienta la labor de numerosos investigadores que, por su parte, desarrollan trabajos sobre las percepciones del espacio, de los paisajes y de las identidades regionales, proponen una relectura política de la historia del siglo xix y conceden prioridad a las sensibilidades y a los imaginarios sociales.18 La gran acogida de los trabajos de Alain Corbin en Francia ha suscitado, sin embargo, ciertos recelos por parte de algunos historiadores que ven en su obra una forma de disolución de la historia social. En el extranjero, principalmente en Japón y Estados Unidos, las obras de Alain Corbin, la mayoría traducidas, encuentran amplio éxito y encarnan un «giro cultural a la francesa» (Dominique Kalifa).19
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