La historia cultural. AAVV
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34. François Dosse: La marche des idées. Histoire des intellectuels-histoire intellectuelle, París, La Découverte, 2003 (trad. cast. La marcha de las ideas. Historia de los intelectuales, historia intelectual, Valencia, puv, 2007), y Bertrand Müller: «Linguistic Turn», en Dictionnaire des idées, París, Encyclopaédia Universalis, 2005, pp. 468-470.
35. Los trabajos de Dominique Kalifa (L’encre et la sang. Récits de crimes et de sociétés à la Belle Époque, París, Fayard, 1995; Crime et culture au XIX siècle, París, Perrin, 2005), y de Antoine de Bæcque (Le corps de l’histoire. Métaphore et politique 1770-1800, París, Calmann-Lévy, 1993; Les éclats du rire. La culture des rieurs au XVΠľ siècle, París, Calmann-Lévy, 2000) se citan algunas veces en esta perspectiva.
36. Esta postura de «mediador» se concreta principalmente en las reseñas que Roger Chartier regularmente aporta a Le Monde desde 1987. Otorga un lugar importante a los historiadores extranjeros, italianos (Carlo Ginzburg, Giovanni Levi), americanos (Natalie Davis, Svetlana Alpers, Michael Fried, Anthony Grafton, Keith Baker, Robert Darnton), ingleses (Francis Haskell, Geoffrey Lloyd) o españoles (Francisco Rico). Esta voluntad de hacer accesibles las obras extranjeras, traducidas o no, el autor la presenta como un deber científico y cívico, pero también como una manera de superar las simples tradiciones nacionales. Se trata, pues, de explicar que «la historia, al igual que los otros saberes, las producciones estéticas o las prácticas culturales, ha entrado en la era de los mestizajes. No hay nada que lamentar en esto, al contrario. Más bien hay que aprovechar esta invitación para llevar más lejos todavía la mirada» (Roger Chartier: Le jeu de la règle, Lectures, Bordeaux, Presses Universitaires de Bordeaux, 2001, p. 14). Desde principios de los años noventa este trabajo, realizado con continuidad, pretente también contrarrestar los enfoques preconizados por los adeptos del Linguistic Turn. Roger Chartier no desaprovecha ninguna ocasión para recordar la necesaria adscripción de la disciplina histórica dentro de las ciencias sociales y para denunciar las aporías reductoras del Linguistic Turn. Véase: Roger Chartier: «La nouvelle histoire culturelle existe-t-elle?», Cahiers du Centre de recherches historiques 31, abril de 2003 pp. 13-24.
37. William Scott: «Cultural History, French Style», Rethinking History 3-2, verano de 1999 pp. 197-215.
38. Pascal Ory: «Pour une histoire culturelle de la France contemporaine (1870-...) État de la question», Bulletin du Centre d’Histoire de la France contemporaine 2, 1981, pp. 5-32; «L’Histoire culturelle de la France contemporaine, question et questionnnement», Vingtième Siècle. Revue d’histoire 16, 1987, pp. 67-87. Véase también la selección Pascal Ory: La culture comme aventure. Treize exercises d’histoire culturelle, París, Complexe, 2008.
39. Antoine Prost: «Sociale et culturelle, indissociablement», en Jean-Pierre Rioux y JeanFrançois Sirinelli (dirs.): Pour une histoire culturelle, París, Seuil, 1997, pp. 131-146.
40. Antoine Prost y Jay Winter: Penser la Grande Guerre. Un essai d’historiographie, París, Seuil, 2003.
41. Dominique Kalifa: «L’histoire culturelle contre l’histoire sociale?», en Laurent Martin y Sylvain Venayre (dirs.): L’histoire culturelle du contemporain, París, Nouveau Monde Éditions, 2005, pp. 75-84.
42. Este punto lo desarrolla particularmente Jean-Pierre Rioux: «Histoire culturelle», en Sylvie Mesure y Patrick Savidan (dirs.): Le Dictionnaire des sciences humaines, París, PUF, 2006 pp. 549-551.
43. Jean-Yves Mollier: «Histoire culturelle», en Paul Aron, Denis Saint-Jacques y Alain Viala (dirs.): Dictionnaire du littéraire, París, PUF, 2002, pp. 266-267.
44. Ibíd., pp. 266-267.
LA HISTORIA CULTURAL EN ITALIA*
Alessandro Arcangeli
Trazar el panorama de los estudios italianos en materia de historia cultural, limitándonos necesariamente a una muestra1 y concediendo un amplio espacio a la historia moderna, tanto por las competencias de su autor como por el papel decisivo que este sector ha desempeñado metodológicamente, requiere algunas precisiones preliminares, que se refieren, en parte, al «nombre» y, en parte, a la «cosa». Está claro para el lector de este volumen (al menos lo estará al final de su lectura) que la noción de historia cultural no está desprovista de ambigüedad y que se presta a una pluralidad de usos que, en parte, representan variantes o usos regionales. Una de las particularidades italianas de este asunto proviene de una resistencia que los historiadores manifiestan a dicha expresión. Tanto en la investigación como en la docencia, encontramos pocos indicios de historia cultural en el mundo académico italiano. En el transcurso de estos últimos años la excepción ha estado representada por algunos seminarios (la fórmula, tímida, que permite que penetren las novedades metodológicas). La asignación a Carlo Ginzburg en la Scuola Normale Superiore de Pisa de un curso titulado «Historia de las culturas europeas» (2006) representa un giro desde este punto de vista.
Sin embargo, si dejamos por un momento de lado la cuestión del nombre, el estudio de los aspectos culturales de la historia está muy arraigado en la tradición historiográfica italiana, en el sentido de que no representa la marginalidad que Peter Burke reconoce a la experiencia británica en su aportación a este volumen. Sobre ésta ha pesado (por la importancia que se concede a los hechos culturales) el idealismo de Benedetto Croce durante la primera mitad del siglo xx. Dos maestros entre los historiadores de la generación siguiente, Federico Chabod y Delio Cantimori –ambos nacidos en 1901 y en activo durante la Segunda Guerra Mundial–, se distinguieron igualmente, entre otras cosas, por la importancia que le atribuían a la construcción de las ideas políticas y religiosas. Para un historiador italiano de su generación, así como de las generaciones posteriores, dar un curso o publicar un ensayo sobre un personaje como Maquiavelo era una actividad normal e incluso inherente a su profesión, que obligaba a medirse con las grandes etapas de la evolución del pensamiento, y no solamente con las instituciones y las prácticas sociales. Si bien a partir de un determinado momento determinadas historias particulares, como la de las doctrinas políticas (o de la filosofía, de la ciencia o de las religiones), se hicieron un hueco, no por ello se sustrajo su campo a la curiosidad del historiador general.
Naturalmente, el lector ha de ser consciente de que historia cultural e historia de la cultura no son lo mismo. Una gran tradición se ha centrado durante largo tiempo en la historia de las ideas, concebida, ante todo, como una reconstrucción de grandes personajes, de páginas y giros fundamentales en la historia del pensamiento (sobre este punto existe en Italia una escuela específicamente turinesa, con Franco Venturi, Furio Diaz, Luigi y Massimo Firpo, Giuseppe Ricuperati, Luciano Guerci, hasta llegar a Vincenzo Ferrone y Edoardo Tortarolo). Pero no es aquí donde podemos encontrar opciones metodológicas acordes con la historia sociocultural, que desde los años setenta era teorizada y practicada por los protagonistas de la investigación internacional y que asociamos comúnmente con la «historia cultural» (encontraremos resistencias, incluso con bastante frecuencia). El enfoque de la cultura que entonces comenzaba a tomar forma era, por el contrario, el aplicado al discurso medio, más que a sus expresiones mayores; más aún, la atención se situaba en la diversidad de grupos sociales y culturales, y sus relaciones (niveles de cultura es una expresión