La historia cultural. AAVV
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Esta historia cultural, con un desarrollo genuinamente francés, participa, sin embargo, de los intercambios internacionales que se han venido acelerando desde los años sesenta. En este sentido, comparte algunos de los objetos que habitualmente se agrupan en el epígrafe de New Cultural History. Ciertos historiadores franceses –Roger Chartier desempeña un papel indiscutible de «mediadores»–36 han contribuido a la formulación de esta corriente transnacional. Sin embargo, nos parece que la historia cultural tal como se practica en Francia sigue siendo ampliamente comprendida como una modalidad de la historia social. Este French Style es percibido claramente por la crítica anglosajona.37
¿Hacia una historia sociocultural?
Otra singularidad francesa sigue siendo la relación entre la historia cultural y la historia social, sustentada por la mayoría de los historiadores. Jean-François Sirinelli por parte de los contemporaneístas es, junto con Jean-Pierre Rioux y Pascal Ory, el cabeza de filas de una historia cultural que se proclama como una forma de historia social; una «historia social de las representaciones», destaca Pascal Ory,38 con persistencia desde hace tres décadas. Roger Chartier, como hemos visto, alude a una «historia cultural de lo social».
Las relaciones con la historia social están en el centro de un debate que atañe a la legitimidad de esta forma de historia y al reconocimiento de sus virtudes heurísticas.39 En realidad, la historia cultural es tanto un dominio de investigaciones como una visión que permite hacer más fértiles otros sectores de la disciplina. La noción de «cultura de guerra» ha permitido principalmente una relectura de la historia militar y de la historia de los conflictos, especialmente de la Gran Guerra.40 Es obligado constatar que los objetos de la historia cultural se plantearon a partir de entonces –sin ser siempre reivindicados– por parte de historiadores que se proclamaban representantes de la historia social. Desde hace una década las entregas de Mouvement social y de La Revue d’histoire du xix siècle, entre otras, dan testimonio del afianzado anclaje de una historia «sociocultural» que mantiene objetivos cercanos a una historia total. Asimismo, la revista Clio, que fue lanzada en 1988, desarrolla, a partir de una historia de las mujeres, una historia cultural de los fenómenos sexuados. En este sentido, tener en cuenta las representaciones es algo cada vez más evidente para comprender fenómenos y procesos históricos. Frente a la afirmación de la historia cultural, la resistencia de la historia social, más o menos abierta, rara vez explicitada pero ampliamente difundida en el seno de la comunidad de historiadores, va camino de pertenecer al pasado. Dominique Kalifa, que sucedió a Alain Corbin en la Universidad de París I-Panthéon Sorbonne, aboga por una historia social sensible a
un enfoque etnoantropológico de las sociedades, preocupado por reproducir las apreciaciones, las sensibilidades, los valores, las creencias, los imaginarios, pero también las experiencias subjetivas de los actores, en resumen, el conjunto de las vías mediante las que los individuos y los grupos perciben, piensan y dan sentido al mundo que los rodea. Una historia, en resumen, que considera la cultura como un interrogante, como una mirada, un paradigma centrado en el estudio de la producción, de la circulación y de los efectos de sentido, y no como un dominio.41
De igual modo, Loïc Vadelorge, que practica una historia urbana sensible a las cuestiones culturales, subraya que
la historia cultural ha demostrado su capacidad de ampliar el campo de los estudios históricos, ha mostrado también que ningún tema de historia podía librarse de un estudio de las representaciones. Sin embargo, es cierto que no debe constituir el único objetivo de las investigaciones históricas. Si queremos recuperar un día la utopía de la historia total de los herederos de Braudel, hemos de aceptar también que la historia sea plural y no hemos de volver a tropezar con los escollos de una única manera de leer el pasado, ya sea económica y social, ayer, o cultural, hoy.42
La afirmación de la historia cultural probablemente no se corresponde tanto con una nueva especialidad como con la continuación del proceso de ampliación del territorio del historiador. La cristalización de esta forma de práctica de la historia se explica por razones endógenas. Desde los años setenta la afirmación de la historia cultural ha sido para algunos historiadores una estrategia tendente a salir de los paradigmas de una historia económica y social fuertemente impregnada por los enfoques del cuantitativismo. La decadencia del marxismo, como teoría científica y horizonte político, y de las corrientes de pensamiento del determinismo socioeconómico en general, ha acelerado este proceso. En esta nueva coyuntura la historia cultural se proclama para algunos historiadores como una historia renovada de las instituciones, los contextos y los objetos de la cultura. Permite reincorporar al cuestionario del historiador las expresiones más elaboradas de la cultura y de los saberes sin descuidar, no obstante, las prácticas de la gran mayoría. La atención a los fenómenos de mediación, circulación y recepción de los bienes y objetos culturales da testimonio de la voluntad, ampliamente compartida, de escapar de las aporías de la antigua historia de las ideas. Para otros, algunas veces los mismos, hay que contemplarla sobre todo como una mirada que permite volver más fértil el conjunto de las subdisciplinas de la historia.
Podemos aventurar también razones exógenas al campo de la disciplina.43 El desplazamiento realizado por la historiografía francesa, desde lo económico a lo social y después de lo social hacia lo cultural, se ha producido –no sin desfases respecto a los períodos estudiados y las trayectorias individuales de los investigadores– al tiempo que el voluntarismo económico dejaba de tener valor de credo y dentro de la sociedad francesa se abría un espacio más amplio a los interrogantes sobre los usos políticos y culturales del pasado. Añadamos que la creciente autonomía de lo cultural (y de sus actores) en nuestras sociedades, el importante papel de las industrias culturales, el lugar reivindicado de nuevos usos del tiempo en la esfera del ocio, no pueden sino suscitar el interés de los historiadores y pesar en la elección y el desglose de los objetos de investigación. Al final, la historia cultural francesa se presenta sobre todo, según la expresión de Jean-Yves Mollier, como un «cruce de disciplinas».44
1. Para una exposición más completa nos permitimos remitir a Philippe Poirrier: Les enjeux de l’histoire culturelle, París, Seuil, 2004. Nuestro agradecimiento a Thomas Bouchet, Laurent Martin y Loïc Vadelorge, que aceptaron releer una primera versión de este texto.
2. Jean-Pierre Rioux y Jean-François Sirinelli (dirs.): Pour une histoire culturelle, París, Le Seuil, 1997; Laurent Martin y Sylvain Venayre (dirs.): L’histoire culturelle du contemporain, París, Nouveau Monde, 2005, y Pascal Ory: L’histoire culturelle, París, PUF, 2007 (2004). Véase también, Christian Delporte, Jean-Yves Mollier y Jean-François Sirinelli (dirs.): Dictionnaire d’histoire culturelle de la France contemporaine, París, PUF, 2008.
3. La mejor guía: Christian Delacroix, François Dosse y Patrick García: Les courants historiques en France. 19e20e siècle, París, Gallimard, 2007.
4. Louis Bergeron (dir.): Niveaux de culture et groupes sociaux, París, Mouton, 1967.
5. Michel Vovelle: