Framers. Viktor Mayer-Schonberger
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Por ejemplo, piensa en algo tan cotidiano y familiar como leer. Aparentemente leer no es más que una técnica para extraer un mensaje codificado en forma de letras y palabras. Pero si lo examinamos más detenidamente, descubriremos que nuestra manera de leer condiciona las consecuencias de nuestra lectura. Un claro ejemplo sería comparar la lectura en silencio y la lectura en voz alta, dos marcos diferentes de un mismo contenido, pero con distintos objetivos.
A principios del segundo milenio, en Europa se leía mayoritariamente en monasterios e iglesias, y se hacía en voz alta y en grupo. El objetivo principal era participar en una actividad colectiva para alabar a Dios. Pero en el siglo xi empezó a surgir otro marco de lectura: la lectura en silencio, que propiciaba un objetivo diferente. La lectura dejó de ser una experiencia comunitaria: leer en silencio se convirtió en una actividad personal e individual.31 Los lectores tenían pleno control sobre la velocidad de lectura. Podían releer pasajes o detenerse para reflexionar sobre alguna idea. A diferencia de la lectura en voz alta en comunidad, la lectura individual en silencio permitía reflexionar sobre el texto que se estaba leyendo. Estimulaba la mente y propiciaba el pensamiento independiente. Potenciaba nuevas ideas.
Pero la lectura en silencio no remplazó la lectura en voz alta de la noche a la mañana. Ambos marcos coexistieron durante siglos, sobre todo debido a la mecánica de la lectura. Los textos de los libros y manuscritos antiguos no tenían ningún tipo de puntuación al final de las oraciones y a veces incluso ni dejaban espacio entre palabras; eran una retahíla infinita de letras. Eso dificultaba mucho la lectura y provocaba que fuera prácticamente imposible leer en silencio. Leer textos de esas características en voz alta y en grupo era más sencillo, ya que era bastante probable que alguno de los presentes hubiera leído aquel texto anteriormente y recordara cómo leer y entonar las palabras, convirtiéndose en el guía de sus compañeros de lectura. La manera en que los libros estaban escritos condicionaba a los lectores a la hora de escoger un marco. Y casi todos elegían leer en voz alta.
Alrededor del siglo xi surgió una nueva innovación. Los libros empezaron a producirse dejando un espacio entre las palabras y añadiendo unos rudimentarios signos de puntuación. Aquello facilitó mucho la lectura en general, pero especialmente la lectura en voz baja, ya que esto permitió que un individuo pudiera leer un libro por sí mismo sin necesitar ningún tipo de guía. Esa innovación permitió que los lectores cambiaran su marco de lectura. El contexto había cambiado, aunque fuera solo un poco. Con el tiempo, el efecto que causó fue significativo.
Cuando en el siglo xvi Martín Lutero tradujo la Biblia del latín, un idioma inaccesible para gran parte de la población, a la lengua cotidiana de los alemanes y abogó por una nueva tradición cristiana de leer las sagradas escrituras individualmente para pensar y reflexionar sobre su significado a nivel personal, también otorgó una nueva función a la lectura en silencio. A partir de entonces se convirtió en la manera en que los creyentes podían acceder a las sagradas escrituras por su propia cuenta. Espoleada por la creciente demanda, la imprenta de Gutenberg produjo en masa millones de ejemplares de la Biblia traducida a lenguas vernáculas con espacios y puntuación para que una nueva generación de lectores pudiera disfrutarla en silencio. El contexto y los objetivos cambiaron, y con ellos el marco. Y ese marco encajó mejor con las sociedades europeas del momento. La lectura en silencio fomentó el pensamiento individual y la originalidad, lo cual transformó el mundo.
No todos los cambios son siempre monumentales, pero cambiar de marco casi siempre es algo extraordinario. Sin embargo, no es un proceso que nos salga de manera natural. Implica dejar atrás el territorio mental que conocemos y en el que confiamos. Nuestros impulsos nos animan a resistirnos, a contenernos. Muy pocas veces nos decidimos a tirarnos a la piscina.
el problema del marco
Enmarcar es una de las principales cualidades de los humanos que las máquinas no pueden emular. La idea de que los ordenadores y los algoritmos no pueden enmarcar no es nueva. En 1969 uno de los padres de la IA, John McCarthy de la Universidad de Stanford, coescribió un artículo modestamente titulado “Some Philosophical Problems from the Standpoint of Artificial Intelligence” [Ciertos problemas filosóficos desde la perspectiva de la inteligencia artificial]. Entre las dificultades a las que se enfrentaba el campo relativamente nuevo de la IA estaba lo que él denominaba “el problema del marco”.32
Los “marcos” a los que se refería son un poco diferentes a los marcos descritos en este libro, aunque están relacionados. McCarthy escribió sobre la necesidad de representar un “estado del conocimiento” en un momento concreto en matemáticas, lógica y código informático. Desde la década de los setenta hasta la de los noventa se dedicaron numerosos libros, conferencias y doctorados al problema del marco.
Una década y media después de que se publicara el artículo, el filósofo y científico cognitivo Daniel Dennett quedó fascinado por la idea de los marcos cognitivos en un sentido más amplio, una noción mucho más parecida a la que se utiliza en la ciencia de la decisión y en este libro. En un artículo titulado “Cognitive Wheels” [Ruedas cognitivas] desarrolló esa idea mediante tres vívidos escenarios.
Imaginad un robot, sugirió Dennett, cuyas únicas instrucciones sean que tiene que valerse por sí mismo.33 Entonces recibe la información de que hay una bomba programada para detonar en la misma habitación que su batería de recambio. Una vez localizada la habitación en cuestión, ve la batería encima de un carrito. Así que traza un plan para hacerse con la batería arrastrando el carrito fuera de la habitación. Procede a ejecutarlo, pero de repente, ¡BOOM!
La bomba estaba en el carrito. El robot la había detectado, pero no había procesado que al arrastrar el carrito con la batería también se llevaría la bomba. “Volvemos a empezar de cero”, escribió Dennett.
“La solución es obvia –dijeron los diseñadores del ensayo de Dennett–. Tenemos que conseguir que el próximo robot que construyamos no solo reconozca las consecuencias intencionadas de sus actos, sino también los efectos secundarios que producen. Haremos que los deduzca a partir de la información que utiliza para formular sus planes”. Así pues, en el segundo escenario, cuando el robot llega al carrito con la batería, se detiene a considerar las implicaciones de su plan. Deduce que mover el carrito no hará cambiar el color de la habitación, que mover el carrito hará que las ruedas giren, que mover el carrito… ¡BOOM!
“‘Debemos enseñarle la diferencia entre las implicaciones relevantes y las irrelevantes’, dijeron los diseñadores, ‘y enseñarle a ignorar las menos relevantes’”, escribió Dennett. Esta vez el robot se queda fuera de la habitación con la mirada reflexiva, como si fuera Hamlet. “‘¡Haz algo!’, le gritaron. ‘Ya estoy haciendo algo’, replicó. ‘Estoy muy ocupado ignorando miles de implicaciones que he determinado que son irrelevantes. En cuanto encuentro una implicación irrelevante, la pongo en la lista de cosas que debo ignorar y…’” ¡BOOM!
Los tres escenarios de Dennett reflejan los elementos clave de los marcos. En el primer escenario, el robot no supo detectar una causalidad básica. En el segundo, no supo concebir escenarios contrafactuales relevantes a tiempo. En el tercero, se quedó paralizado al aplicar demasiados límites. Según sugiere Dennett, las máquinas son capaces de realizar una gran cantidad de cálculos lógicos y de procesar un gran abanico de datos, pero no pueden enmarcar.
La IA ha evolucionado mucho desde que Dennett escribió estos tres escenarios. Ya no hace falta que los humanos proporcionen normas abstractas a las máquinas. Los métodos más populares de hoy en día como, por ejemplo,