Procesos urbanos en América Latina en el paso del siglo XIX al XX. Gerardo G. Sánchez Ruiz

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Procesos urbanos en América Latina en el paso del siglo XIX al XX - Gerardo G. Sánchez Ruiz

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que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse; más no es posible porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes dividen a la América. ¡Qué bello sería que el istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto Congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras tres partes del mundo (Bolívar, 1815:12-13).

      La clara visión de Simón Bolívar respecto a lo que significaba conjuntar a un gran territorio como el que se independizaba de España y Portugal, lo llevaron a la objetividad de pensar a la desintegración como la futura condición de la América meridional, como definía a este territorio, de ahí que señalara respecto a las posibilidades de empalmar intereses: “los sucesos no están asegurados, cuando el Estado es débil, y cuando las empresas son remotas, todos los hombres vacilan; las opiniones se dividen, las pasiones las agitan y los enemigos las animan para triunfar por este fácil medio” (Bolívar, 1815:15).

      Incluso así, Simón Bolívar soñaba con una gran patria apuntando que en el momento que se adquiriera fortaleza “bajo los auspicios de una nación liberal” que la protegiera, podrían cultivarse “virtudes y los talentos que conducen a la gloria”, concluyendo: “entonces seguiremos la marcha majestuosa hacia las grandes prosperidades a que está destinada la América meridional; entonces las ciencias y las artes que nacieron en el Oriente y han ilustrado a Europa, volarán a Colombia libre que las convidará con un asilo” (Bolívar, 1815:12-13). Cortés a quién le tocó vivir algunos de esos momentos decía:

      La raíz de la Revolución americana ha de buscarse en las ideas a la sazón difundidas en América […]. Los pueblos, como los individuos, no ejecutan sino lo que piensan. Las distintas fases que presenta el género humano, tienen su origen en el hombre mismo […]. En el seno de la servidumbre se formaban las ideas de libertad. Los hombres ilustrados conocían el Contrato Social de Rousseau el Acta de la Independencia de los Estados Unidos i la Declaración de los Derechos del Hombre hecha por la Convención Francesa […]. No sólo los americanos, sino también muchos españoles, sentían la necesidad de una reforma social (Cortés, 1861:13-14).

      Dos determinantes mutuamente condicionadas y que hubieron de resolver los grupos que fueron encaramándose en el poder, fueron, primero, consolidar el poder político y en ese sentido dar cuerpo a los nuevos Estados resultado de la subdivisión territorial de las colonias, situación por demás problemática dada la actuación de los señalados poderes regionales, incluida una Iglesia siempre vigorosa e influyente; y en una suerte de aprendizaje, de ensayo y error, al buscar las mejores formas de gobernar y administrar a las comarcas. Mejía Pavony apunta:

      En Hispanoamérica, los Estados nacionales surgieron de enfrentamientos interprovinciales, lo cual tuvo como condición, pero no como causa, la independencia. Sin duda, era necesario que el imperio español desapareciera del horizonte de posibilidades de las élites que ostentaban el poder para que se abriera paso una nueva lógica, la de las redes y circuitos del capitalismo. Esta nueva consideración espacial requirió suavizar el extremo federalismo inicial, que llenó de aduanas internas, normas particulares y jefe singulares los territorios interiores de las nacientes repúblicas. Además, demandó en los nuevos Estados la puesta en marcha de algo que resulta central en las recién creadas configuraciones políticas, una Administración Pública (Mejía, 2013:s/p).

      Los abundantes y frecuentes enfrentamientos sucedidos en la región y que hicieron lenta la conformación de las naciones guardaron cierta lógica, los poderes militares en un cierto momento se consolidaron por encima de grupos dado el control que con las armas ejercieron; sin embargo, finalmente hubieron de negociar o sustentarse en poderes económicos e incluso religiosos, fueran heredados del estatus de colonias o constituidos como producto de las luchas de independencia, las guerras internas y las libradas entre países. Bértola y Ocampo respecto al proceso señalan:

      La consolidación del poder central de los Estados nacionales estuvo generalmente cimentada en gobiernos oligárquicos. Se trató del fortalecimiento de una coalición de poder que articulaba los intereses de los sectores terratenientes, mineros (de ser el caso), comerciantes y prestamistas locales (algunos de estos últimos transformados en banqueros) y capitalistas extranjeros, por una parte, con los agentes, partidos o caudillos políticos que permanecerían en el poder con alta discrecionalidad pero defendiendo finalmente los intereses de aquellos grandes actores. La capacidad de los sectores económicamente poderosos de cooptar a estos detentores del poder era grande, cuando no eran ellos mismos quienes lo detentaban, al tiempo que se sacrificaban mecanismos formales de control de los gobiernos e incluso del poder de otras fracciones de las élites, en aras de asegurar el poder frente a sectores populares subordinados (Bértola, 2013:128).

      Y segundo, reconstruir las maltrechas economías de ciudades o regiones agropecuarias, para así remontar los efectos de los años de enfrentamientos debidos a la búsqueda de las independencias, o a las guerras internas ya delimitados los territorios, pero también con el fin de reorientar actividades productivas; obviamente de acuerdo con la filiación de quienes alcanzaban el poder, y a las posibilidades económicas, sociales, políticas, culturales y territoriales existentes en ese momento,16 de ahí las notables diferencias que se sucedieron entre países.

      Ante esta última exigencia, dadas las condiciones de la región y su pertenencia dominantemente agropecuaria y minera, los nacientes Estados en su gran parte intentaron aprovechar el auge industrial que estaba ocurriendo en Europa y Estados Unidos, impulsando exportaciones de los productos derivados de aquellas actividades; pero además, buscando atraer capitales para que invirtieran de manera directa en los países y así satisfacer los requerimientos de las aspiraciones de las nuevas sociedades, mismas que fluctuaban entre las de primera necesidad y las suntuosas, aquellas que podían mostrar a esas sociedades en situaciones de progreso.

      Por supuesto, atraer capitales a América Latina para su desarrollo no fue un acto sencillo, significó un segundo saqueo de la región por parte de los europeos y, en este caso, de quienes habían apoyado los inicios de la independencia y prioritariamente quienes se habían enseñoreado en el mundo: los ingleses. Eduardo Galeano señalando esa determinante que siguió el proceso de independencia, cita al vizconde Chateaubriand, ministro de Asuntos Extranjeros de Francia bajo el reinado de Luis XVIII, quien señalaba: “en el momento de la emancipación, las colonias españolas se volvieron una especie colonias inglesas” (citado en Galeano, 2012:255).

      Este autor también da cuenta de la actividad de los británicos en América Latina al señalar que “entre 1822 y 1826, Inglaterra había proporcionado diez empréstitos a las colonias españolas liberadas, por un valor nominal de cerca de veintiún millones de libras esterlinas”, pero que de éstos sólo habían llegado siete millones a tierras de América como resultado de los intereses y comisiones cobradas por los intermediarios. También señalaba que en Londres se habían creado “más de cuarenta sociedades anónimas para explotar los recursos naturales —minas, agricultura— de América Latina y para instalar empresas de servicios públicos” (Galeano, 2012:255-256).

      De ahí que aparecieran “los ferrocarriles ingleses en Panamá, hacia la mitad del siglo, y que la primera línea de tranvías inaugurada en 1868 en la ciudad brasileña de Recife”, fuera de una empresa británica; que “la banca de Inglaterra financiaba directamente a las tesorerías de los gobiernos”; que “Los bonos públicos latinoamericanos circulaban activamente, con sus crisis y sus auges, en el mercado financiero inglés” y que gran parte de servicios públicos estaban en manos de los británicos (Galeano, 2012:256).

      El mismo Eduardo Galeano, dando cuenta de ese proceso, va mostrando las relaciones o las cadenas que se fueron tejiendo

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