Sed de más. John D. Sanderson
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26.Rabal conoció a Marcelino Escribano cuando este trabajaba de asistente en el Teatro Español durante las representaciones de Las brujas de Salem (1956-1957). Una vez concluida la temporada, Rabal lo llevó consigo, principalmente para que le atendiera durante los rodajes fuera de Madrid.
27.Varallo Sesia, Vercelli, 16 de marzo de 1961.
28.Varallo Sesia, Vercelli, 12 de marzo de 1961.
29.Roma, 9 de junio de 1961.
30.Entrevista, 12 de abril de 2011, Valencia.
31.Varallo Sesia, Vercelli, 29 de marzo de 1961.
Capítulo 3
BOOM LATINOAMERICANO
Azahares rojos (1960)
La sed (1961)
El productor argentino Atilio Mentasti se encontraba en Europa a finales de los años cincuenta coordinando la coproducción con Italia de De los Apeninos a los Andes (Dagli Appennini alle Ande, Folco Quilici, 1959), prácticamente la misma historia que se contaba en Tal vez mañana, cuando decidió visitar Madrid para entregarle a Rabal un ejemplar de la novela Hijo de hombre, del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos, ya que quería ofrecerle el papel protagonista en su adaptación cinematográfica. Atilio Mentasti era hijo de Ángel Mentasti, fundador de Argentina Sono Film, la única gran productora superviviente tras la caída del peronismo en 1955, que ahora quería extender su campo de actuación a coproducciones con Europa.
Un plus añadido al interés del proyecto era la identidad del director, Lucas Demare, de quien Rabal había presentado laudatoriamente en España Guacho (1954), sin conocerle personalmente, bajo el desconcertante título de El castigo de los mares del sur, también producida por Mentasti. Pocos sabían que Demare había vivido en España desde finales de los años veinte hasta el inicio de la Guerra Civil ejerciendo como músico y cantante de la Orquesta Típica Argentina dirigida por su hermano Lucio, con quien llegó a aparecer en las películas españolas Boliche (Francisco Elías, 1933) y Aves sin rumbo (Antonio Graciani, 1934). Quizá ahí empezara su atracción por el cine, ya que, tras su precipitado regreso a Argentina, en 1938 ya dirigía allí su primer largometraje, Dos amigos y un amor.
El tercer vértice del triángulo era Cesáreo González y su productora Suevia Films, que había contratado a Demare, junto a otros realizadores latinoamericanos, para que dirigieran una serie de coproducciones durante los años cincuenta que facilitaran, recíprocamente, la introducción de sus películas españolas en aquel suculento mercado de habla hispana (Castro y Cerdán, 2005: 132). Demare había dirigido para él El seductor de Granada (1953), protagonizada por Rubén Rojo y Luis Sandrini, con la participación de Benito Perojo en la coproducción. Por lo que respecta a Rabal, sus papeles protagonistas en las producciones de Suevia Films Murió hace quince años (Rafael Gil, 1954) y, sobre todo, la exitosa Historias de la radio tuvieron una importancia significativa en su carrera nacional, pero una espina permanecía clavada con respecto a su relación con Cesáreo González. Gil había elegido a Rabal en 1956 para protagonizar El Cid con producción de Suevia Films, pero con el desembarco del productor americano Samuel Bronston en Madrid el proyecto original se evaporó; Bronston adquirió los derechos, y la película la acabaría dirigiendo Anthony Mann (1961) con Charlton Heston como protagonista. Esta fue una gran decepción para Rabal, aunque, según García de Dueñas, la responsabilidad última no fue del productor español:
El uruguayo Jaime Prades, procedente de Sono Film, trabajaba para Cesáreo González cuando se incorporó como ayudante de producción al rodaje en Denia de la primera película de Bronston en España, El capitán Jones.1 Bronston lo fichó como vicepresidente primero, y Prades manejó la compra, robo, o como lo se le quiera llamar, de los derechos de El Cid. No solo eso; incluso bloqueó el proyecto de Ángel Picazo para rodar una Doña Jimena en tono realista con guión de Joaquín Jordá, Francisco Regueiro y Mario Camus, con Aurora Bautista de protagonista, simplemente para que su Cid no tuviera competencia.2
La connivencia de las autoridades españolas con respecto a este último proyecto queda confirmada por Heredero (1993: 110) en su imprescindible libro sobre el cine español de aquella época:
Ni siquiera la aprobación final de la recelosa academia [de la Historia española], en cambio, resulta suficiente para que la censura se decida después a autorizar el rodaje [de Doña Jimena]. Mientras tanto, eso sí, El Cid recibe la calificación de «Interés Nacional» para España pese al carácter inequívoco de su nacionalidad íntegramente americana.
Con este asunto de fondo, en enero de 1960 Cesáreo González organiza una itinerante Semana del Cine Español en varios países latinoamericanos e invita a Rabal a unirse a otros profesionales que les esperaban allí: Fernando Rey, Laura Valenzuela, Luis García Berlanga y José Luis Dibildos, a quienes después se añadirían Emma Penella y Analía Gadé. Rabal acepta, y a los pocos días aterriza en la primera estación de la gira, Buenos Aires, donde empieza a ser consciente del peso que tiene Suevia Films:
Cesáreo dice y presume de que él es el que lleva y organiza todo esto de las Semanas del Cine Español. Aunque no sé hasta qué punto será verdad, más me inclino a creerlo, porque es el único que se mueve por estos países y da circulación a sus películas y, ¿cómo no?, a su nombre.3
Rabal aprovecharía su estancia allí para conocer a Roa Bastos, con quien habló sobre el proyecto de adaptación cinematográfica de Hijo de hombre, que ya se encontraba bajo el control del productor español que organizaba la gira.
La segunda estación era Chile, desde donde Rabal volvía a escribir a su mujer con ya suficiente conocimiento de causa sobre el impacto del cine español en Latinoamérica y su propia repercusión como actor:
Desgraciadamente, en todos los sitios que hemos recorrido el cine español se desconoce exceptuando las películas de Sarita Montiel y de Joselito. Películas mías se conocen las que he hecho en Italia: La Civetta, Squarcio, Jerusalem,4 Tal vez mañana, que en Santiago la ponen con el título de El hombre del pantalón corto.5
La explicación se podía encontrar en el hecho de que Saeta del ruiseñor (1957), El ruiseñor de las cumbres (1958), Escucha mi canción (1958) y El pequeño coronel (1959), películas vehiculares de Joselito, todas dirigidas por Antonio del Amo, habían sido producidas por Cesáreo González, así como la audazmente titulada Aventuras de Joselito en América (René Cardona, 1960), que estaba a punto de estrenarse. Y por lo que