Sed de más. John D. Sanderson

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Sed de más - John D. Sanderson Oberta

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a la 1 de la tarde, pero, yendo las cosas muy bien, terminamos a las 8 de la noche. Esperé a la hora de terminar el cine, la 1 de la madrugada, para ver con Demare proyección de días pasados. Me sigue gustando. Para hacer tiempo vimos una película increíble de Lola Flores y M. Mejía hecha en España: Échame la culpa. ¡Qué vergüenza!15

      No es necesario precisar a qué productora pertenecía la película proyectada en Río Hondo. Esta percepción del cine español era compartida en muy diversos ámbitos latinoamericanos. En un artículo dedicado al actor titulado «Rabal: Inteligencia, cultura», publicado en la prensa bonaerense diez días después del inicio del rodaje de La sed, ya se valoraba su talento en contraste con el cine del país del que procedía:

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      Cristóbal (Rabal) rechaza el ofrecimiento de Saluí/Magdalena (Olga Zubarry) para acompañarle en la misión en La sed/Hijo de hombre.

      A diferencia de Azahares rojos, en la que Rabal introdujo modismos mexicanos con su acento español, al tratarse La sed de una coproducción, se observan rectificaciones en el guión de Rabal para utilizar un lenguaje más neutro aceptable en ambos países. Pero algunos tachones revelan que la autocensura seguía vigente a miles de kilómetros de distancia. Por ejemplo, un término transnacional como recular, referido a maniobras de conducción, es cautamente reemplazado por retroceder y marcha atrás en el guión para no ofender a los guardianes morales que esperaban en España.

      Diversos giros argumentales intensifican emocionalmente la trama. Al llegar los camiones a una ladera, una cincuentena de soldados paraguayos se abalanzan sobre ellos. La frase de Cristóbal mientras intenta reservar el agua para el más necesitado batallón de El Boquerón, «¡Somos nuestros propios enemigos!», define la situación. Accede a dar de beber únicamente a los heridos, lo cual provoca una dramática escena en la que un soldado se clava un cuchillo en la mano para estar entre los elegidos: el convoy tendrá que huir precipitadamente. Ante un nuevo ataque compatriota que deja herido a Cristóbal, este hace otro comentario que, como puede verificarse en el guión, fue incorporado con posterioridad a su redacción: «No parecen paraguayos… No saben morir en sus puestos», manteniendo el espíritu crítico de la novela original.

      Durante el rodaje se produjo otro incidente aún más descabellado que cualquiera de los relatados en la película. Rabal lo narra con una mezcla de desesperación y resignación:

      En la trama argumental también se producían bajas. Tras diversos enfrentamientos con enemigos y compatriotas, el convoy queda reducido a dos camiones y cuatro tripulantes. Al aproximarse a su destino, de nuevo son atacados, esta vez por soldados bolivianos. Dos conductores mueren, pero Magdalena hace estallar una granada que ahuyenta a sus agresores. Ya solo queda su camión, y como Cristóbal está herido y no puede manejarlo bien, Magdalena le ata las manos al volante con el motor encendido para que pueda continuar; solo entonces nos damos cuenta, al desplomarse, de que está malherida. Él no puede desasirse del volante para incorporarla, y ella le espeta «¡Sigue tú!» antes de morir. Cristóbal llegará por fin al destacamento de El Boquerón con las ruedas echando humo para descubrir que todos están muertos salvo el teniente Vera (Carlos Estrada), quien, enajenado, grita a las pilas de cadáveres: «¡El agua! ¿Qué esperan?». Rabal describe apasionadamente la filmación de este tremendo final:

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      Muerte de Cristóbal (Rabal) en La sed/Hijo de hombre.

      Esta destacable película le serviría a Rabal para abrir otro frente cinematográfico, el sudamericano, ya que resultaba evidente que Nazarín solo había tenido eco en México, a diferencia de su repercusión en Europa. Al no tener que superar barreras lingüísticas, como aún le sucedía en Italia, se sintió mucho más confiado para desarrollar su talento en estas cinematografías de habla hispana que le daban tantas posibilidades de realización profesional y personal. La única batalla pendiente era la del doblaje en la posproducción ya que, a diferencia de la mexicana Azahares rojos, donde no parecía importar que dos hermanos tuvieran acentos tan dispares, para Hijo de hombre, tal y como se conocía la película en Sudamérica, se tomaban más en serio estas cuestiones:

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