Sed de más. John D. Sanderson
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Cuando Laura da su primer paseo por la ciudad, la factura estética de la película llama poderosamente la atención gracias al director de fotografía, de nuevo Alberto Etchebehere. Diversos planos contrapicados se alternan con otros planos aberrantes que, acompañados de la estridente música pop que suena de fondo mientras Laura se cruza con muchachos de su edad, contrastan antónimamente con la secuencia anterior. La casa familiar, por su parte, está filmada con claroscuros propios del expresionismo alemán que transmiten una decadencia económica y moral, con secretos inconfesables que irán resurgiendo, representados por la cucaracha ahogada en el vaso de agua que Laura encuentra al lado de la cama cuando despierta. Su madre y su tía pronto le revelarán que en el ático está presuntamente alojado un niño deforme fruto de una relación extramatrimonial del padre de Laura, que lo dejó allí antes de abandonar a su familia.
El cartero (Enrique Vilches) trae una carta de Inés, otra tía de Laura, enviada desde Estados Unidos, adonde habría emigrado con un rico potentado para casarse. Esto da lugar a un sarcasmo antiamericano evocador de Tal vez mañana, con jocosas alusiones al imperialismo, pero también con referencias intertextuales cinematográficas más neutras a Rock Hudson en Adiós a las armas (A Farewell to Arms, Charles Vidor, 1957) y a Marlon Brando en El salvaje (The Wild One, Laslo Benedek, 1953), relacionado icónicamente este último con los jóvenes motorizados amigos de Laura. Ella abre la carta y descubre que la envía un recluso de la prisión de Alcatraz a su tía Inés, lo cual le hace sospechar. Flirteará con uno de sus amigos, el mecánico Miguel (Leonardo Favio), para que la ayude a desvelar el misterio. Cuando va con él se cruza con el coche del padre de una amiga suya, Cristóbal Echával, encarnado por un Rabal aún preocupado por su caracterización física («Soy enemigo de mucho maquillaje para dar una edad determinada. Prefiero darlo con la interpretación, así que solo hemos puesto unas ligeras canas»),11 pero encantado con el proceso de filmación:
Ha ido muy bien el rodaje, me gusta este director que crea el clima de colaboración y de cordialidad, cosa que le falta a Demare a pesar de que conmigo siempre fue amable, atento y simpático. Pero es gritón, nervioso y seco en su trato con la gente. Este T. Nilsson es un director más culto, más moderno y más intelectual. Su mujer, Beatriz Guido, formidable escritora y persona simpatiquísima como él y todos los ayudantes (este es como el Bardem argentino con su séquito de «idólatras») estaba encantadora y me ha hecho mil alabanzas de cómo enfoqué el personaje en mis primeras escenas. Me gusta porque puedo componer un tipo ya un poco otoñal, frívolo, deportivo, de esta gente de la aristocracia de provincias –igual ahí que aquí– natural, simpático, jovial y seductor, pero egoísta y sin mucha conciencia del bien y del mal.12
Gracias a la ayuda de Miguel, Laura asciende al ático en un montaplatos, encogida en posición fetal, otra creativa composición metafórica, y descubre a su tía Inés (María Rosa Gallo), encerrada allí veinte años para no sufrir el escarnio público desde que su novio, Cristóbal Echával, la abandonara por su actual esposa. Laura decide contárselo a Cristóbal, pero este no se encuentra tan interesado por la situación de su tía Inés como por su sobrina. En un desarrollo del personaje repleto de simbolismo, Cristóbal compra unos cucuruchos de helado para propiciar un ambiente adolescente y, con posterioridad, en una vibrante escena de fiesta al aire libre en su casa, pretende demostrar cuán juvenil es su espíritu bailando rock and roll ante su nuevo objetivo sentimental. Rabal describe la escena en la que, de nuevo, bailaba delante de la cámara:
Fue un día ayer de mucho trabajo y mucho calor. Estoy muy contento porque a mi papel le van dando nuevos matices y me gusta componer este personaje. Ayer rodamos una escena que me recordó cuando fuimos la última vez a la finca de Armando y los chicos se pusieron a bailar el rock and roll. Nosotros ya nos sentimos desplazados y desde luego ya sin esa vitalidad poderosa de ellos. La escena que hicimos representa que yo llevo a la muchacha a una fiesta que mis hijos están celebrando en el patio de mi establo, allí bailan todos, una chica me saca a bailar y como «mi tipo» presume aún de joven, o no se resigna a entrar en la madurez en que ya está abocado, baila con ella el rock and roll. Pero claro sin su ímpetu, ni la vitalidad de los demás… Se cansa y fatigado con viento escondido disimula, se retira a un rincón. Hoy lo veremos en proyección.13
Cristobal Achával (Rabal) baila rock & roll durante una fiesta en su mansión en La mano en la trampa.
Rabal combina la fallida intentona física con una sutileza de palabra y gesto que envuelve progresivamente a su nueva víctima, componiendo una brillante interpretación. Laura no le rechaza en su afán por hacerle rendir cuentas del daño causado a su tía, y pretende organizar el reencuentro entre los dos antiguos amantes sin ser consciente del peligro que ella misma corre. Elsa Daniel retrata perfectamente un carácter de atrevimiento vengativo pero, en el fondo, ingenuo, con muchas tablas actorales pese a su juventud. Una vez Cristóbal accede a la casa, tendrá lugar una intensa escena repleta de perfiles bergmanianos, en la que Laura se encontrará a solas con su tía Inés, que parece venir del más allá para entablar una conmovedora conversación con su sobrina. Al aparecer súbitamente Cristóbal, Inés sufre un ataque al corazón y muere, siendo enterrada secretamente por sus hermanas en el jardín al lado del niño deforme fallecido años atrás. A estas alturas, a Laura ya se le ha ido la situación de las manos y, como describe el press-book argentino de la película: «Cristóbal la convertirá en su amante. Le pondrá un departamento. Cuando la muchacha se mire en el espejo del cuarto verá que el cristal no devuelve su figura, sino los cortinados de la pieza de su tía».14
El dúo protagonista hace un trabajo excepcional. Elsa Daniel ya había interpretado el principal papel femenino en las dos producciones anteriores del tándem Torre Nilsson/Guido, La casa del ángel y La caída (1959), y aquí consiguen de ella una muy ajustada representación de joven autosuficiente que finalmente sucumbe ante el persistente acoso emocional. Rabal, por su parte, compone un personaje retorcido sin ninguna afectación, un burgués bien relacionado que teje una tela de araña sentimental alrededor de Laura de la misma manera que había hecho con su tía Inés. En un papel completamente distinto a cualquier otro interpretado hasta entonces, y sobre el que tantas reticencias expresó, el actor llega a sus cotas interpretativas más altas en una producción visual y argumentalmente compleja que le proporciona una excelente oportunidad para demostrar su talento. Parecería como si su inseguridad por encarnar a un personaje que él consideraba demasiado mayor para su edad le hubiera espoleado a intentar parecer más joven, contribuyendo indirectamente al desarrollo conceptual de la película.
Sirva como conclusión una reseña de Maranghello (2005: 166):
En La mano en la trampa (1961) la decadencia, el prejuicio social y sexual y la transgresión reprimida vuelven a ser los ejes temáticos, pero esta vez Nilsson y Guido suprimen el plano político y las digresiones. Esta concentración dramática y la audacia formal dan por resultado una obra maestra.
Cristóbal (Rabal) besa a Laura (Daniel) en La mano en la trampa.
En España, las trabas censoras impedían de nuevo que los logros internacionales de Rabal pudieran ser compartidos con sus compatriotas. García de Dueñas recuerda la proyección privada que hizo Uninci de la película a un reducido grupo de profesionales