La palabra facticia. Albert Chillón
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу La palabra facticia - Albert Chillón страница 5
Pues, como el autor subraya en más de una ocasión citando a Nietzsche, «no hay hechos, solo interpretaciones», y todo lo que asumimos como un Da-sein, un estar-ahí (la noticia está ahí, y debe estar ahí, por desgracia, inmediatamente), no es más que una apariencia, una escasa parte de la verdad y del hecho mismo. Recorrer la distancia entre los hechos, su prolija interpretación y la escritura —en especial en los géneros de la historia y el periodismo—, en esto consiste precisamente la interpretación y, por ello, la asunción de los hechos —siempre con cierto margen de error a medida que los discursos secundarios se complican. Pero Chillón no cree que deba cogerse un atajo en semejante tarea; más bien opina que, tras arduo trabajo, la labor del periodista, en la medida en que lo es en una sociedad confundida por una opinión común de abrumadora eficacia y por unos medios de comunicación altamente tecnificados, consiste, en lo estético y en lo ético, en acumular cultura sobre el propio desciframiento de la cultura, en desvelar lo que siempre se esconde tras las apariencias y en escribir, en fin, con la cabeza. Así lo dice Albert Chillón en muy pocas pero substantivas palabras: «El comunicador, el periodista son —deberían ser, cuando menos— profesionales intelectuales que ejercen su cualificada tarea en la industria de la cultura». Yo solo matizaría que esos intelectuales, como todos los demás, deben esforzarse por arrancar todos sus textos de las garras, siempre desaprensivas, de la civilización industrial y tecnológica.
Acta de nacimiento del comparatismo periodístico-literario
Prólogo de Manuel Vázquez Montalbán (1999)
He leído Literatura y periodismo de Albert Chillón con la ansiedad con que se leen los textos necesarios y largamente esperados. Especialmente sensible a sus planteamientos después de haber yo mismo puesto al día y publicado mi ensayo La literatura en la construcción de la ciudad democrática, intento de acercamiento a la comprensión de la literatura en su tercera fase, coincidente, aunque discrepante en las conclusiones, con la tesis de la postficción de Steiner. Discrepante con la nostalgia steineriana de una literatura capaz de establecer cánones inmutables, frente a estos tiempos de masificación y devaluación en los que ya nadie puede escribir Hamlet o Ulises. En el transcurso de la puesta al día de trabajos que inicié hace treinta años, la incorporación de la perspectiva postmoderna crítica de Frederic Jameson me sirvió de mucho para expresar mi conciliación con la literariedad realmente existente, tanto como me hubiera servido leer este estudio de Chillón.
El autor comienza su discurso con valentía y solidez estratégica. Frente a la división interesada entre comunicación periodística y comunicación literaria, sitúa toda propuesta comunicacional en su substancialidad lingüística, rechazando jerarquizaciones. El código lingüístico de lo periodístico implica una poética desveladora cuya bondad o maldad depende de lo innovador de la mirada y del lenguaje convocado, como ocurre en cualquier propuesta literaria. El pensamiento está en el lenguaje, sentenció José María Valverde, profesor —muy citado por Chillón— que se anticipó al postcriticismo más actual. Ya a finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta, sostenía en su seminario de Estética, al que yo asistía como oyente, que el periodismo era la propuesta literaria más propia de nuestro tiempo, y en sus últimos años sostuvo que la literatura española contemporánea había que buscarla entre los columnistas de los diarios más solventes.
Chillón se atreve a proponer una definición de literatura: es un modo de conocimiento de naturaleza estética que busca aprehender y expresar lingüísticamente la calidad de la experiencia, definición muy condicionada por la necesidad de coidentificar conocimiento y lenguaje. En su escalada de atrevimientos, el autor llega a esbozar una noción de literatura mediante el inventario de lo que no debería ser: no debe limitarse a las obras escritas e impresas; no debe ser restringida a las obras de ficción presuntamente alejadas de toda referencialidad; no debe ser confinada a un selecto parnaso de obras canónicas; no puede descansar en la oposición entre lengua literaria y lengua estándar; no puede ser definida por el uso casi exclusivo de la función poética; no posee el monopolio de la connotación; no es nada dado, determinado de antemano, sino a la vez una actividad y una noción socialmente configurada.
Comprueba Chillón lo coetáneo del nacimiento del periodismo y la novela moderna con una gran elocuencia expositiva y despliegue erudito, y lo hace demostrando la adecuación de la evolución de lo literario a lo social, no desde una voluntad de supeditación sociologista, sino desde la constatación de la evolución de la propuesta lingüística compartida por el emisor y el receptor, es decir, el lector, cada vez más determinante y cualificado. En el tránsito a la sociedad de comunicación de masas, plenamente instalada con posterioridad a la segunda guerra mundial, un periodismo literario va fraguando como propuesta de poética, desde Dreiser a la novela de indagación de Sciascia, pasando por la postficción de Hemingway o la no ficción de Truman Capote.
Presenciaremos párrafos apasionados y aventurados, en los que Chillón se demuestra extenso y buen lector, capaz de conseguir la prueba del nueve de sus tesis en los escritores menos previstos. El autor habla con conocimiento de causa porque es lector de todas las literaturas, armado con el instrumental de la teoría literaria que ha ido sublimando la propia evolución de lo literario. Quedan cuestiones abiertas por el propio Chillón que merecerían la insistencia, por ejemplo la evolución del sentido de comunicar literariamente, marcada por el sentido de comunicar periodísticamente, lo que plantea el problema de la elección del lenguaje y el subrayado de su voluntad de reclamo.
Prepara así al lector para abordar Los nuevos periodismos y la disyuntiva entre ficción y no ficción que solo se aclarará definitivamente cuando tengamos en cuenta lo suficiente la contribución del receptor a ficcionar lo menos ficcionado. Superados Proust y Joyce, el lector del último cuarto del siglo xx no necesita la obviedad ficcionadora de Flaubert o Dostoyevski y puede aportarla por su cuenta a partir de la propuesta de A sangre fría de Capote, por poner el ejemplo más delimitado. Hay que decir que los estudios parciales de los escritores ejemplares, se llamen Dreiser, Wolfe o Capote, son excelentes. Y quisiera quedara claro que las coincidencias entre el Nuevo Periodismo patentado por la cultura norteamericana y los otros nuevos periodismos no se explica como un fenómeno de colonización, sino de coincidencia en la evolución de la interrelación universal entre el escritor (emisor) y el lector (receptor). Chillón se atreve incluso a adentrarse en el nuevo periodismo español, cuajado en torno al periodo de tránsito de finales del franquismo a la llegada de la democracia, a caballo de publicaciones emblemáticas como Triunfo, Por Favor o el diario El País.
Interesante el sistema de intercomunicación que Chillón utiliza, no ya para demostrar la existencia de conexiones entre géneros y códigos literarios, sino entre códigos lingüísticos diferenciados, por ejemplo el cine y la literatura, no en balde el cine y la cultura audiovisual en general han modificado la capacidad receptora del lector o espectador, suministrándole almacenes de imágenes y ritmos descodificadores que forzosamente han de modificar su disposición imaginativa y descodificadora ante lo literario.
En el último capítulo de su trabajo, titulado Un apéndice metodológico: el estudio de las relaciones entre periodismo y literatura por medio del comparatismo periodístico-literario, el autor parte de la pauta metodológica de la literatura comparada para proponer el CPL (comparatismo periodístico-literario), basado en el estudio histórico, de temas y motivos, de formas de estilo y composición y de los géneros, método que contribuirá a una nueva eva luación de lo periodístico a partir de su cualidad de propuesta de ficción. No hay contradicción entre la pulsión de testimonio y verdad del periodismo y la substancialidad de ser ficción, en el sentido que daba Steiner, recogido por Chillón,