Texto, edición y público lector en los albores de la imprenta. AAVV
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El Iberian Books de Wilkinson, incluido en el USTC (el Universal Short Universal Short Title Catalogue), una base de datos colectiva de todos los libros publicados en Europa desde la invención de la imprenta hasta fines del siglo xVi, en teoría debería suministrarnos la información primaria para los textos de nuestro Catálogo.17 La idea de realizar una obra de este tipo, ausente en el mundo hispánico, sin duda alguna constituye una plausible novedad, pero su resultado en muchos casos llega a ser decepcionante. Al ser, en buena parte, suma de catálogos, impresos y en línea, sin que se haya producido ninguna discriminación, entre las referencias se acumulan numerosas ediciones inexistentes, o una información muy incompleta o defectuosa, dejando aparte sus anómalos criterios clasificatorios temáticos y lingüísticos; no obstante, también incorpora de vez en cuando datos novedosos ignorados en repertorios impresos, como algunas referencias a ejemplares no catalogados por lo general procedentes de los OPAC de bibliotecas menos frecuentadas, por lo que cada una de las entradas requiere su completa revisión.18
Un Proyecto de Investigación en marcha: COMEDIC
Retomando el trabajo de Simón Díaz y la propuesta de A. D. Deyermond, un grupo de profesores de la Universidad de Zaragoza, en colaboración con otros colegas de Toulouse y Catania, nos propusimos realizar un «Catálogo de obras medievales impresas en castellano hasta 1600» con el acrónimo de COMEDIC, subvencionado con fondos públicos (FFI2012-32259). Esta base de datos estará disponible en red en un futuro, con acceso libre, a través de la página del grupo investigador (http://grupoclarisel.unizar.es/).19 Como último objetivo nos proponemos estudiar la difusión, transformación y recepción de la literatura escrita antes de 1501 en las prensas del siglo xVi con la pretensión de obtener una visión de conjunto y analizar con mayor profundidad algunas obras y géneros. Los textos impresos constituyen exclusivamente nuestro material de trabajo, con independencia de que las obras hayan contado también con transmisión manuscrita, limitando el arco cronológico de su difusión desde los primeros impresos hasta 1600. Se trata de una tarea realizada al margen de cualquier finalidad estrictamente catalográfica.
Para conseguir nuestros propósitos, pretendemos inventariar los textos redactados originariamente en castellano y los traducidos a esta misma lengua siempre que cumplan dos requisitos: a) por su creación, que hayan sido concebidos, escritos o vertidos al castellano antes de 1501; b) por su difusión, que se conserve algún testimonio impreso anterior a 1601. Como única excepción consideraremos globalmente toda la producción castellana de autores que hayan publicado alguna obra en periodo incunable y continúen escribiendo con posterioridad como Nebrija o Juan del Encina. De acuerdo con nuestras restricciones lingüísticas, del primero solo introduciremos los textos castellanos o íntegramente bilingües, por ejemplo el llamado Diccionario latino-español (Salamanca, 1492), o en el conocido como Vocabulario español-latino (Salamanca, ca.1494-1495), de los que existieron ediciones conjuntas y una segunda redacción. Tendremos en cuenta sus propias traducciones, por ejemplo las dos de las Introducciones latinas contrapuesto el romance al latín, Salamanca: [Juan de Porras], ca. 1488, y Zamora, Antonio de Centenera, ca. 1492-1494. Por el contrario, no añadiremos las 201 ediciones restantes de las Introductiones latinae, magníficamente estudiadas por Martín Baños,20 con independencia de que en ellas se incluyan fragmentos o apéndices adicionales en castellano, propios y ajenos, de extraordinario interés lexicográfico y bibliográfico. También dejaremos al margen la llamada «literatura gris» —leyes, ordenanzas, constituciones sinodales, bulas etc.—, un tipo de obras que ocupaba una buena parte de la producción.21 Del resto de textos editados no excluimos ninguno por su contenido, pero nuestra preocupación primordial se centra en la literatura y, en una primera fase, atenderemos prioritariamente a las obras en prosa.
Los textos poéticos plantean dificultades de otro tipo porque coexisten en el tiempo sus canales de difusión impresos, orales y manuscritos de manera reiterada, no aislada, como en ningún otro género literario. Labrador y DiFranco elaboraron un índice con 200 poemas que sobrevivían en el Siglo de Oro, del mismo modo que un listado de 100 manuscritos en los que quedan huellas de una pervivencia que llega hasta el siglo xVii,22 a los que debe añadirse su transmisión oral. «Se constituyó comunalmente una amplia y selecta antología oral de aquellas letras que por motivos diversos cautivaban los ánimos y los oídos de unas gentes que casi con exclusividad cantaron un único tema: el amor».23 La «bella malmaridada» o la canción manriqueña «Quien no estuviere en presencia» constituyen un buen adelanto de los múltiples testimonios que directa o indirectamente muestran la pervivencia.24 Todos ellos podrán ser consultados en la base de datos BIPA (Bibliografía de la Poesía Aurea),25 incluida en PhiloBiblon y que esperemos que pronto pueda estar finalizada. De este modo, el arduo trabajo previo de recogida de datos está ya realizado, con la particularidad de la existencia de varios equipos de investigación interesados por la poesía cancioneril, como el dirigido por Josep Lluís Martos titulado «La variante en la imprenta: hacia un canon de transmisión del cancionero y del romancero medievales», que podría converger con el nuestro.26 En definitiva, lo relacionado con la poesía o está bastante bien realizado o en vías de solucionarse, por lo que no constituirá nuestra principal preocupación, para evitar confluencias evitables sobre un tema especialmente frecuentado por los críticos y cada vez mejor estudiado.
Incorporamos tanto la producción que vio la luz en talleres hispanos como la procedente de otros países europeos, principalmente Portugal, Francia, Italia y los Países Bajos. Cada ficha va dedicada a una obra, subdividida en diversos campos habituales en este tipo de trabajos; así, distinguimos el nombre de su autor —y sus variantes—, un segundo autor —editor literario, glosador, prologuista, etc.,— y el mecenas o dedicatario, si los tuviere. Seguidamente detallaré las peculiaridades de algunos de sus campos, que ejemplificaré finalmente con el texto de la Crónica popular del Cid.
Fig. 1. Inicio de la base de datos
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