Mis memorias. Manuel Castillo Quijada

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Mis memorias - Manuel Castillo Quijada LA NAU SOLIDÀRIA

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de la directora de la Escuela Normal de Maestras, doña Petra Zugarrondo, que ya lo era cuando mi madre estudiaba la carrera por 1860 y a la que yo conocí, pudiendo confirmar el mal genio y violento carácter de que gozaba la señora en toda Salamanca.

      Su hijo, don Celso, procedía de la carrera judicial, de la que salió, según era público, mediante un expediente, estableciéndose en la ciudad con bufete de su profesión y demostrando su gran competencia bien probada, pero más con habilidad que con el espíritu austero del anteriormente mencionado.

      Tenía Zugarrondo como lugarteniente a un tipo exótico, procedente de Galicia, un hombre de procedencia misteriosa, sin oficio ni beneficio, hijo de un militar retirado, amigo y compañero del que más tarde había de ser mi suegro.

      Aquel tipo me hizo la impresión de que era un aventurero de la política, se llamaba [Joaquín] Martínez Veira y cayó en Salamanca como un aerolito, dándose aires de líder, y publicaba un periódico semanal titulado La Concordia, que su simple lectura denunciaba no ser nada más que un arma de especulación y de chantaje, esgrimida con gran habilidad gallega, para ponerse a disposición del mejor postor sin el menor escrúpulo, de que llamándose republicano se escudaba, tras ese mote, para sus poco limpios manejos.

      Tenía sus adeptos personales de su mismo concepto de la moral entre los que figuraba un hermano suyo que utilizaba como enlace en sus maquinaciones con políticos y caciques monárquicos y con las fuerzas reaccionarias, incluso con el Palacio Episcopal.

      En mis actividades periodísticas tuve varias ocasiones de convencerme de ello y en verdad que una de ellas pudo haberme costado la vida; pero otra constituyó para mí un triunfo profesional en el campo de la prensa, así como un servicio al pueblo salmantino, aunque él no se diera cuenta.

      Estando yo una noche en el teatro de El Liceo, donde actuaba una compañía de ópera, observé, durante los entreactos, unos misteriosos conciliábulos entre el alcalde, representante del Obispo en el Ayuntamiento, y Zugarrondo y Martínez Veira, ambos concejales republicanos.

      Mi intuición periodística me hizo sospechar que entre los tres se discutía algún negocio de importancia en el que los tres estuvieran interesados, convirtiéndome, desde aquel momento, en observador continuo, comunicándoselo solamente a un amigo, abogado del estado, cuando una vez terminada la función tomábamos un ponche caliente antes de irnos a la cama.

      –Tengo la sospecha –le dije– de que esos cabildeos deben estar relacionados con la subasta de la recaudación de Consumos, que se va a acordar en la sesión del Ayuntamiento que se va a celebrar mañana, y el hijo de mi mamá no se acuesta esta noche sin saberlo, por lo que, ahora mismo, nos vamos a la plaza, donde seguramente pasean continuando sus conversaciones.

      Y, efectivamente, a los cinco minutos, bajo una espesísima niebla y embozados en nuestras pañosas hasta los ojos, enfocamos en los soportales de la plaza Mayor, dando una vuelta por «el lado de las mujeres» y, como yo esperaba, nos cruzamos con los tres ediles que venían por el de los hombres, a los que se había incorporado un nuevo individuo cuya presencia me dio la clave del misterio.

      Se trataba de Juan Meca, un individuo que en tiempo de los conservadores era jefe de la Policía y en el de los liberales jefe de Consumos, que entraba, indudablemente, en el negocio como asesor.

      Mi compañero se retiró a poco más de la una de la madrugada, pero yo seguí de cerca, protegido por la niebla hasta eso de las dos y media, en que se fueron retirando, haciéndolo yo también a mi casa de huéspedes, sentándome a la mesa, una camilla confortable, y redactando una hábil gacetilla en la que reseñaba lo observado y relacionándolo como rumor público con el negocio de los Consumos, dando así la voz de alarma.

      Se trataba, sencillamente, de lograr se aprobase el remate de ese servicio en una cantidad mínima, que diese margen a que aquellos concejales, con el alcalde y el Meca, pudieran repartirse un jugoso negocio, que suponía en los tres años del contrato una respetable cantidad de miles de duros.

      Salí de casa sin mirar lo avanzado de la hora para depositar mi gacetilla en el buzón que el periódico tenía instalado en la plaza Mayor, acompañada de una información confidencial, para el director, Soms y Castelin.

      El suelto salió, motivando los naturales comentarios en todas partes, abriendo los ojos a los concejales, acobardándose los «negociantes» ante el público que llenaba el salón de sesiones y dispuesto a intervenir, él, si se intentaba acometer el asunto, ahogándose el chanchullo gracias a un periódico verdaderamente republicano, honrado y amante de Salamanca, y a uno de sus redactores, que tanto honor supo hacer a la profesión.

      No fue solo en ese caso cuando pude evitar negocios sucios en mi larga carrera periodística. En la misma Salamanca evité también, con una lacónica y sustancial gacetilla, que se consumase un timo preparado contra la Diputación Provincial de 4.000.000 de pesetas por una Sociedad portuguesa de «vivos» con el pretexto de la fundación de los «Doks de Oporto», prometiendo estos, a cambio, facilitar los transportes y venta de cereales de la provincia. En aquel asunto o negocio siempre creí que entre los que lo defendieron en la Diputación, todos de derechas, no había dolo, sino engaño, pero el fracaso motivado por mi toque de alarma motivó una discusión de prensa entre el diario episcopal y La Democracia, o mejor, entre los diputados provinciales, entre ellos, mi lejano pariente, el catedrático Nicasio Sánchez Mata, y yo, que me hizo estudiar con detenimiento la cuestión y, en efecto, a poco más de un año, la Sociedad de los Doks de Oporto quebró, con perjuicio de los incautos que cayeron en la red, librándose la Diputación Provincial salamantina gracias a mi trompetazo de alarma, cosa que oportunamente al saberse la noticia hube de hacer frente a mis antiguos contendientes.

      Por motivos de orden económico hubo de morir nuestro periódico de tan brillante historia, con general contrariedad del público, dejando en la historia periodística una estela de honestidad en sus juicios y haber sabido sostener una campaña de higiene moral, iniciada con la muerte de Mariano Arés, que, como ya he dicho, había producido una verdadera revolución en la monótona vida salmantina, sencilla, estática y falsa, sometida, más que dirigida, a la tiranía espiritual y especulativa de un clero fanático, especialmente por los jesuitas y dominicos, que se repartían el predominio, en la que un cura era tenido por un superhombre y que nosotros hubimos de convencer y lo logramos de que el hábito no hace al hombre, y que estaban dotados, todos los que lo vestían, de los mismos defectos y debilidades que los demás mortales, demostrándolo diariamente al enfrentarnos con ellos, empezando por el propio obispo, que nos llevó más de una vez al banquillo de los acusados en la Audiencia, saliendo felizmente ilesos de su persecución, con todos los pronunciamientos favorables. Por cierto, que ninguno de los procesados era el autor de los artículos que motivaron los procesos, porque Unamuno hubo de responder, en el juicio, de un artículo escrito por un empleado de los Ferrocarriles para evitarle las responsabilidades, y sobre todo, los graves perjuicios que le sobrevendrían, entre ellos, la pérdida segura de su empleo, y Enrique Soms, a su vez, por un artículo de Unamuno. De los dos procesos salieron inmunes gracias a la defensa encomendada al entonces auxiliar de la Facultad de Derecho, mi inolvidable amigo, don Luis Maldonado Ocampo. No obstante pertenecer al Partido Conservador y ser de indiscutible catolicismo, pero un ejemplo de amistad y compañerismo, que estaba por encima de todas las pasiones, en estos casos, malas pasiones sostenidas por el prelado y por su representante, mi mencionado pariente el catedrático Sánchez Mata.

      Para dar una idea de la mala fe que informaba, entonces, la vida política en Salamanca, voy a recordar un hecho que me pudo costar la vida y que prueba esa afirmación elocuentemente.

      Habiendo sido anulada la elección de diputado a Cortes en Ciudad Rodrigo, hubo de repetirse esta tras una preparación enconadísima de ambos candidatos; uno radicado en el distrito al que había representado hacía años don Luis Sánchez Arjona, liberal, el otro, un aventurero espadachín

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