Mis memorias. Manuel Castillo Quijada

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Mis memorias - Manuel Castillo Quijada LA NAU SOLIDÀRIA

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creado odios profundos, hasta en el terreno personal, cuya violencia no había desaparecido hasta el extremo de que, además de negarnos el saludo, nos lanzábamos, sin excepción, miradas patibularias.

      Sin embargo, la parte liberal fue la primera que tuvo la iniciativa después de algunas reuniones, invitando a la contraria en tal forma que respondió inmediatamente a la llamada, conviniendo en reunirnos por una causa que no solo a nosotros interesaba, sino a todo el pueblo salamantino.

      Convinimos día y hora para reunirnos en la redacción de un periódico de la cuerda contraria, pero antes convinimos en reuniones previas en la conducta de avenencia que habíamos de seguir, para no dar el menor motivo para que se nos tildase de intransigentes, una vez que la importancia del objetivo que perseguíamos debía alejar todo aquello que nos había dividido, como todo el mundo conocía, sin que ningún bando pudiera evitar el profundo abismo que nos separaba.

      Realmente, esa preocupación era necesaria una vez que Salamanca entera, a la que habíamos ganado, miraba atenta el desarrollo de los acontecimientos, que exigían una unanimidad en la acción, una beneficiosa competencia entre ambos bandos, para llegar al éxito deseado. Sin embargo, surgió un incidente que gracias a la obligada prudencia, por parte de todos, pudo haber dado al traste con la necesaria armonía, provocado por una propuesta al iniciarse las conversaciones del canónigo don Nicolás Pereyra, director de la Semana Católica, de celebrar una misa en la Catedral en sufragio de las víctimas de la catástrofe y hacer una colecta a la salida entre los fieles, como se hace en Semana Santa por las Ánimas del Purgatorio.

      Yo expuse que, según mi criterio, aquello desde el punto económico no reportaría gran resultado, suscitándose un diálogo un tanto violento entre el proponente y yo, que felizmente cortaron los compañeros a tiempo para evitar que la reunión terminase, al comenzar, como el rosario de la aurora. Se aprobó al fin la proposición del canónigo, como asimismo la mía, de organizar un espectáculo en el teatro del Liceo, con varios números de variedades y de música clásica, recabando para mí uno de los números del programa, que consideraba de gran atracción, consistente en varios experimentos de adivinación del pensamiento.

      El mismo día de la función, como demostración de la curiosidad general que reinaba en toda la ciudad, me encontré con un gran amigo mío, joven como yo, Gaspar Alba, hijo del senador don Claudio, del mismo apellido y hombre mayor prestigioso, que al verme en la plaza Mayor me preguntó si era verdad lo que yo hacía, y que si se convencía, a la noche de ello, me convidaba a un almuerzo.

      –Pues veslo preparando, con un buen menú –le dije–, y para ver que me lo gano, prepara una cosa, la más difícil que se te ocurra, porque lo voy a hacer contigo mismo. Y así quedamos.

      Y en efecto, al poco de haberse abierto la taquilla, durante todo el día, se vendió todo el billetaje, no solamente por el humanitario objetivo que se perseguía, sino por la curiosidad que mi número había despertado, por haber corrido por toda la ciudad la noticia de mis experimentos, llamando sobre todo la atención la velocidad y la perfección con las que los realizaba, invitándose como médiums a personas de reconocida respetabilidad y a los que se presentaban como escépticos, entre ellos Gaspar Alba, elegidos con anuencia del público mismo que llenaba el teatro, ocupando los palcos las más distinguidas familias salmantinas.

      Las ovaciones que se me dedicaron fueron a la terminación de cada experimento.

      Excuso decir que la recaudación obtenida representó la más importante partida que figuró entre los ingresos de la suscripción, y muy superior a la de la Catedral.

      No exagero al afirmar, que, al día siguiente, no hubo casa ni sitio de reunión donde no se comentaran mis experimentos de adivinación del pensamiento, que contribuyeron a ampliar mi popularidad.

       16 FRENTE A LOS JESUITAS

      Desde luego que, por mi preparación ideológica, sostenida con el ardor de mis juveniles años, hube de ponerme, frente a frente, ante todas las representaciones clericales, sin pensar ni tomar en cuenta la influencia medieval que ejercían tradicionalmente en Salamanca, ni las fatales consecuencias que pudieran sobrevenirme, simplemente por estar convencido de que su hegemonía en la vida local y nacional constituía un gran peligro para España, como luego confirmaron los hechos, al derrumbarse la Segunda República, apoyándose en la traición y en el perjurio de unos militares indignos, capitaneados por uno de ellos, ambicioso y cretino, para apoderarse de la vida económica, principalmente, de la nación y de la conciencia de sus juventudes, a costa de la ruina de España y de millones de muertos, de sus hijos, tanto en la guerra fratricida como en los asesinatos vesánicos, inducidos y aprobados por el clero, con los propios de las represalias, después de terminar la guerra, que sobrepasaron el medio millón, cebándose principalmente en los intelectuales, maestros, catedráticos, periodistas, ingenieros, literatos, etc., para quedar como absolutos dueños de la vida nacional, compartiendo el botín y la rapiña, sin mirar sus responsabilidades, en el partido de bandoleros que representa la Falange y el Ejército sin honor. Culminando todo en el indigno Concordato,61 cuya firma, por parte de Roma, no he llegado a explicarme por considerarla como un resbalón, con honores de suicidio, por parte de la Iglesia en España, por la segura y real reacción que producirá en todas las regiones españolas en cuanto vuelva la normalidad, porque tan vergonzoso documento, por lo que tiene además de torpe, ni siquiera merece ser denunciado diplomáticamente, sino abolido violentamente por parte del pueblo y del primer Gobierno que lo represente, sin que al clero español le quede el menor recurso de defensa ante la justificada ira popular.

      La influencia clerical especulativa en Salamanca se la repartían, en seráfica y sorda lucha, en su totalidad la camarilla episcopal, la orden dominicana y la Compañía de Jesús, esta con mayor intensidad que las otras dos juntas, debido a su magnífica y maquiavélica organización de espionaje, encargada a mujeres de modesta condición y de ampulosa religiosidad, cuyas vidas desde el punto de vista económico eran un verdadero misterio, y de hombres, en la misma forma, todos ellos de hábil intromisión en los hogares familiares. Unas y otros se daban maña para introducirse y relacionarse en las casas indicadas por los RR. PP. de la compañía, instalados en la iglesia de la Clerecía, para lograr averiguaciones convenientes a los tenebrosos intereses de aquella. Y era de ver a las puertas de la mencionada iglesia, a las cuatro de la madrugada, hora en que se abría el templo, el numeroso grupo de esos agentes acompañados cada cual de su farolito, desparramándose por sus naves, arrodillándose en turno ante los diversos confesionarios, fingiéndose penitentes, para dar cuenta al jesuita que lo ocupaba de las gestiones del día anterior, cuyas informaciones pasaban, luego, al informe y a los ficheros, recibiendo nuevos encargos para el día.

      Creía al principio que lo más eficaz era preparar los medios más apropiados para quebrantar la influencia jesuítica, habiendo pasado bien las dificultades de la lucha, mucho más conociendo los medios y sistemas que dicha orden emplea sin tener en cuenta su calidad moral, por injustos que sean. Había leído El judío errante de Eugenio Sué y otros libros aparecidos entonces, uno de P. Fita, S. J., cuya lectura llegó a hacerse muy difícil desde que apareció, porque la Compañía se adelantó a comprar la edición casi entera, lo mismo que hizo, poco después, con el de Pérez de Ayala, titulado Los jesuitas de puertas adentro, o un barrido hacia afuera en la Compañía de Jesús.62

      Los jesuitas, al parecer, no daban señales de vida respecto a mí, pero yo estaba convencido de que planeaban algún golpe que para mí hubiera sido muy doloroso si lo hubieran podido consumar.

      Pero, antes de continuar, voy a daros cuenta de cómo conocí a la que luego había de ser vuestra madre y fiel compañera mía.

      A principio de mi estancia en Salamanca, en el terreno particular tenía muy pocos amigos, siguiendo los consejos de mi madre, de que amigos pocos y buenos, si

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