Mis memorias. Manuel Castillo Quijada

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Mis memorias - Manuel Castillo Quijada страница 34

Mis memorias - Manuel Castillo Quijada LA NAU SOLIDÀRIA

Скачать книгу

Cuesta, nombrado por el Juzgado, en el que noté desde un principio una extraña reserva, impropia de su expansivo carácter cual si estuviera cohibido por instrucciones terminantes del Juzgado, como luego demostraron los hechos. Desde luego, se desbordaron las gestiones a favor de Martínez Veira, sobre todo las poderosas influencias del Palacio Episcopal, que abrieron los ojos a muchos republicano de buena fe y a la opinión, en general, logrando que un verdadero delito, con agravantes de premeditación, alevosía y otros más, se convirtiera en una simple falta que el Juzgado Municipal había de estimar. El caso lo resolvió el juez instructor, don Manuel Torres Requena, de triste memoria, de cuyas otras fechorías había salido indemne merced a la decidida protección del Palacio Episcopal, como su célebre sentencia que dejó solicitando una licencia para que la firmara el juez municipal, que le sustituía en el célebre e inmoral pleito de la Caja de Crespo Rascón, que legó sus bienes a favor de los campesinos salamantinos, fundando una Caja de Préstamos a un bajo interés para librarles de la usura. Todo el mundo sabía que aquella sentencia estaba bien convenida, por los litigantes parientes del finado. La anulación de tan vergonzosa sentencia corrió a cargo de la Audiencia y, más tarde, por la definitiva resolución del Supremo. Pero a Torres Requena no le pasó nada y siguió en su Juzgado, para mengua de la Justicia.

      Claro es que cuando se celebró el juicio de faltas, yo no acudí, alegando que no me prestaba a la comedia, y tampoco el agresor, acusado por el miedo que le dominaba y que, como he dicho, le impedía salir a la calle.

      A propósito de la conducta del juez de instrucción, voy a reportar el hecho a que antes me refería, cuyo escándalo de todos conocido motivó gran revuelo en la judicatura, por el manifiesto caso de dolo cometido por el citado funcionario.

      Salamanca, provincia esencialmente agrícola y ganadera, era víctima también del latifundio, con sus funestas consecuencias producidas por el absentismo de los propietarios y por el cacicato feudal de sus administradores, de una parte, y, por otra, de la usura, ejercida con cruel libertinaje sobre los agricultores, sometidos todos a la arbitrariedad y el abuso de los prestamistas, con gran perjuicio de la producción.

      Tan doloroso cuadro impresionó a un gran patricio, aristócrata, que observaba en Salamanca, donde residía con una vida retraída, aunque no inactiva o parasitaria.

      Aquel prócer, el conde de Crespo Rascón, con una absoluta reserva legó su fortuna a la fundación, después de su muerte, de un banco agrícola59 que llevaría su nombre, dedicado a hacer préstamos a los pequeños labradores a un interés mínimo y llevadero, con un espíritu de humanismo ejemplar, puesto que en una de las cláusulas de la fundación se disponía que en casos determinados el préstamo se pudiese conceder sin interés alguno.

      Tamaña obra social se hizo con tal secreto que de ella no se tuvo el menor conocimiento, ni de sus más íntimos, hasta que no se abrió el testamento a su muerte, con gran sorpresa de todo el mundo, sobre todo de sus parientes, más o menos allegados, que esperaban su deceso, como agua en mayo, para repartirse su jugosa herencia que creían segura.

      De ello surgió un pleito que duró varios años y en el que se emplearon toda clase de argucias y habilidades judiciales por parte de los parientes, que pretendían inhabilitar al testador, pero enfrente estaba la opinión que defendía el derecho de los labradores y la libre disposición de su benefactor, figurando, en este sentido, varias entidades, entre ellas el Patronato nombrado por el fundador de la Dirección General de Beneficencia, con varias entidades agrícolas, entre ellas la Provincia, y figurando, como principal líder, mi compañero y jefe, don Agustín Bullón de la Torre, que en aquel asunto derrochó entusiasmo y tesón, vigilando y deshaciendo las mil intrigas de los parientes, provocando otros tantos fracasos de las argucias de la parte contraria.

      La principal que esgrimían estos era la de retardar el proceso del pleito, que dormía en el Juzgado salamantino meses y meses, en su periodo de Primera Instancia, con la manifiesta complicidad del juez ya mencionado, pleito que contaba ya por las incidencias por miles el número de folios.

      Pero un buen día, el titular del Juzgado, Sr. Torres Requena, pidió, como ya he dicho, una licencia, siendo sustituido por el juez municipal, quien el mismo día en que se hizo cargo del Juzgado dictó y firmó sentencia en dicho pleito, claro es, que a favor de los que se llamaban herederos.

      El escándalo que se produjo, no es para describirlo. Lo burdo y descarado del hecho motivó la general protesta, que produjo la inmediata destitución del juez municipal y anulada la licencia concedida al de instrucción. No menos reclamaba la indignidad que suponía el que, en unas horas, un juez municipal que veía el pleito por primera vez, desconociendo, por lo tanto, para él con sus complicaciones numerosas y sus miles de folios, pudiera en tan contadísimas horas estudiarlo y dictar sentencia, para cuya sola redacción no podía justificarse tiempo material.

      La coartada era clarísima hasta para el más negado, saturada de cinismo, puesto que se veía, meridianamente, que el juez propietario y venal dejó redactada la sentencia, en combinación con el municipal, para que este la firmase bajo su responsabilidad siempre, menor a la de aquel, su verdadero autor. Naturalmente que la Audiencia Territorial de Valladolid y, después, el Tribunal Supremo, fallaron a favor de la legalidad del testamento y desde entonces funciona con todos sus beneficios a [….]

      [Dos hojas desaparecidas en el original]

      […]

      –Las mil pesetas –le dije– están apostadas porque tengo la seguridad de ganárselas. Vamos a hacer el experimento que usted crea, más difícil, o con la condición de jugar limpio, por ambas partes; yo respondo de mi buena fe y espero que usted corresponderá en la misma forma; pero cónstele a usted que no tengo el menor interés en convencerle.

      –Pues yo sí –me dijo–, y ahora mismo vamos a verlo.

      Y sus dos amigos me acompañaron a los billares, que estaban en el fondo del edificio que daba a la calle paralela, mientras preparaban el experimento en el salón del café. Una vez preparados nos dieron una voz y, conducido por sus amigos, mis vigilantes, aparecí con los ojos vendados en el salón. Llamé al descreído, coloqué los dedos de su mano izquierda sobre el dorso de mi derecha, recomendándole que no hiciera la menor presión y que se limitase a pensar lo que debía hacer, dejándose llevar por mí.

      Seguidamente y a toda prisa me encaminé hacia uno de los divanes del café, levantándose los que lo ocupaban y, detrás del respaldo, metí la mano y saqué una cartera que había sido colocada precisamente por el «interfecto», que se quedó pasmado, y sin decir una palabra, la abrió para darme las mil pesetas.

      –Nada de eso, amigo –le respondí, retirándole la mano–. Yo le dije que tenía la seguridad de ganárselas, y yo no timo a nadie, dado que, en otra forma, yo jugaría con ventaja y ese no es juego limpio; solo me queda la satisfacción de haberle convencido. Soy un caballero que vive de su profesión y no un mago que especula con esto, que, sin serlo, puede usted apreciarlo, como una habilidad, aunque es cosa más seria de lo que puede usted creer.

      Por aquella época, hubo en la Mancha una verdadera catástrofe, motivada por una inundación que arruinó y causó gran número de víctimas, especialmente en un pueblo llamado Consuegra, en la provincia de Toledo.60 Aquella desgracia conmovió a toda España, y Salamanca no había de ser menos que otras capitales en buscar los medios posibles para allegar recursos, en la suscripción nacional que abrió en favor de los damnificados, y los periodistas nos apercibimos para iniciar y organizar actos de atracción, esencialmente prácticos, para que el público contribuyese lo más posible a la suscripción que entre todos los sectores, espontáneamente, se inició, y que nuestra ciudad quedase, entre todas las de España, en una situación airosa en el patriótico y altruista movimiento tan humano, como era el que en toda España se buscaba.

      No

Скачать книгу