Mis memorias. Manuel Castillo Quijada
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Mis memorias
A mis hijos Agustina, Pura, Diego y Luis
DEDICATORIA
La obligada y drástica pausa en mis diversas y dinámicas actividades, la mayor parte de ellas inspiradas en románticas esperanzas recuperadoras para nuestra España, liberal y democrática, bajo un régimen republicano; mi peligrosa enfermedad, en 1955, que puso en peligro mi vida, y durante cuyo curso os portasteis conmigo con la mayor culminación de vuestro amor filial, y mi avanzada edad, han sido las causas impulsadoras de escribir estas ligeras Memorias, referentes a mi larga lucha por la vida, de duro trabajo, en la que mi tenacidad y mi fuerza de voluntad, estimuladas, unas veces, por la necesidad, y otras, por mi temperamento, me abrieron el camino, iniciado desde mi humildísimo origen que me impuso un prematuro calvario, dominador de mi niñez, tanto en el sentido material, como en el moral, que me inspiró la firmeza de mis esfuerzos, muchas veces impropios de mi edad, sobre todo durante el periodo de mi adolescencia, ante las rudas primeras dificultades que hube de vencer, por pura intuición, sin otras armas que mi fe en mí mismo y la confianza sostenida, que nunca me abandonó, en lograr una ansiada independencia, ser dueño de mi destino y libre en mis actos, que puse, siempre, al servicio de buenas causas, con un criterio sano y una honradez de conducta y de acción acrisoladas, tanto en mi, entonces, agitada vida pública, como en la privada, iniciando esta sufriendo y la primera, luchando.17
Estas sucintas notas entiendo no deben ser estimadas como si se tratara de una vida sobresaliente y destacada, propósito y torpe ilusión que, en mí, no cabe, bien lo sabéis vosotros, dada la poca importancia que todos hemos dado a la diaria convivencia colectiva y crítica que nos ha tocado vivir, y, menos, pueden ser consideradas, haciéndome justicia, como una debilidad senil de presentarme como ejemplo, ni para vosotros, que ya os lo di en mi modesta vida, ni para nadie. Solamente las apunto para daros la satisfacción de que, cuando desaparezca, como, por desgracia, desapareció vuestra santa madre, la tengáis también vosotros, muy íntima, de haber sido mis hijos y de aquella, para todos inolvidable. Aunque, en realidad, vuestra conducta, vuestro amor al trabajo, amor heroico a mamá y a mí, con vuestro ánimo, siempre sostenido con probada honestidad y entereza serena, ante las adversidades por las que hemos pasado, constituyen mi mayor orgullo, puesto que habéis logrado un bien ganado prestigio, para mí inestimable, que ha elevado vuestro nombre a un nivel que constituye, para todos nosotros, una ejecutoria a favor de nuestra reducida familia, reconocida, por tirios y troyanos, como modelo de unión y de decencia.
Como veréis en esta sucinta relación de mi larga vida, he procurado cumplir durante toda ella las tres condiciones señaladas por la tradición árabe para que todo hombre justifique su paso por el mundo, como son, el tener hijos, para educarlos en la virtud, plantar un árbol y escribir un libro. Pero, de las tres, la que más me envanece es la de que vosotros sois símbolo de gratitud y de amor filial para con mamá, que conmigo compartió las amarguras y las alegrías de vuestra vida que, siempre, se orientó en nuestra callada y eficaz labor dentro de nuestro hogar, que aquella tiene tan merecido hasta lo infinito y en que sois vosotros quienes constituyen el colmo de las aspiraciones de toda mi vida, con vuestra educación, inspirada por nuestra labor, en ser útiles y humanos en favor de los demás, como lo tengo bien probado.
Conste, pues, hijos de mi alma, que este modesto trabajo no tiene otro objeto que el de que conozcáis detalles de mi vida, muchos de los cuales desconocéis, y que, por lo menos, patentizan mi temperamento y mis actos y, por lo tanto, escrito solo para vosotros, sin necesidad de que transcienda fuera de vuestra intimidad familiar y, desde luego, alejado de una inútil publicidad que ni merece, ni a nadie interesa.
Vuestro padre
1 MI MADRE
Fue mi madre18 durante muchos años, casi, la única familia que conocí, que concentró en mí todo su cariño y todas sus ilusiones, que, luego, fueron colmadas, a fuerza de toda clase de sacrificios, por su parte, llegando hasta los trabajos más humildes y duros, a los que nunca había estado acostumbrada, tanto por su educación, como por su carácter y su valer, para la defensa heroica de su sostenimiento y, sobre todo, del mío.
Hija del profesor veterinario de Aldeadávila de la Ribera, pueblo de la provincia de Salamanca sentado sobre las orillas del río Duero y en la misma frontera con Portugal. Por la posición de su padre, hombre de gran prestigio personal y de positiva influencia política, y a quien se tenía muy en cuenta, tanto en el distrito como en la provincia, su hija mayor pudo recibir estudios, y gracias a sus dotes intelectuales cursó con todo éxito la carrera de maestra en la Escuela Normal de Maestras de Salamanca, hospedándose en el familiar hogar de un político a quien, muchos años después, llegué yo a conocer, ya muy viejo y recluido en su casa, aunque conservando su influencia y el respeto que también había conquistado durante su larga y activa época, don Mariano Cáceres,19 exdiputado en varias legislaturas por el distrito de Vitigudino, en el que estaba enclavado el pueblo de mi madre, y en el que mi abuelo era verdadero patriarca, con quien le unía antigua y leal amistad y en cuya casa solariega se hospedaba, cuando venía a la capital, y, recíprocamente, aquel cuando visitaba en Aldeadávila a sus amigos y electores, con los cuales nunca perdió el contacto.
Como jefe de una de las familias más distinguidas de Salamanca, mi madre, desde que se instaló en su casa, encontró abiertas todas las puertas de la sociedad selecta de entonces, captándose el general aprecio, reforzado por su belleza personal, por sus condiciones especiales de inteligencia, agudo ingenio y carácter llano y jovial, llegando a ser una figura destacada entre las muchachas que diariamente daban realce al tradicional paseo de la plaza bajo los soportales, obligado especialmente por la noche.
Tenía fama, además, de ser una verdadera maestra en toda clase de labores, llamadas, en aquella época, «de primor», sobre todo en bordados y en encajes, entonces muy en boga y estimados, siendo su mejor vocero su magnífico traje de charra, bordado en oro sobre terciopelo azul por ella, que se distinguía entre los muchos y valiosos que se exhibían en los paseos, desfiles y en bailes y otros actos diversos organizados en los casinos y en las casas particulares.
Cuando muy niño fui por primera vez a Salamanca con motivo de una feria de septiembre y, más tarde, cuando fui a hacerme cargo de mi puesto en la Biblioteca de la Universidad en 1909, tuve ocasión de conocer aún a algunas de sus antiguas amigas, que la recordaban con admiración, lo mismo que en aquellos años en que mi madre vivió, como estudiante, en la mencionada capital.
Terminada su carrera volvió al pueblo, en contra del parecer de la familia Cáceres y a pesar de no amoldarse a su carácter la vida pueblerina, pero apegada a los suyos y admiradora de su padre, al que adoraba, se sometió, apaciblemente, a la monótona y diaria vida familiar, permaneciendo indiferente a las muchas proposiciones que se le presentaron. Pero, muerto mi abuelo, continuó en la casa al lado de su madre y de su hermana, mi tía, Manuela, madre de vuestros tíos Fidel y Diego, dotada de una gran simpatía, pero de carácter distinto al de mi madre, puesto que el de esta era enérgico y decidido, mientras que el de mi tía era apacible, tímido y sufrido.
Su hermana se casó, en contra del parecer de mi madre, con un viudo que vivía bien, pues era un buen trabajador en su taller de carpintería, pero que de todo el pueblo era conocido su mal comportamiento con su primera mujer, víctima de su carácter violento.
Se consumó por fin el matrimonio que, como era de esperar, fue el inicio de una vida de martirio para mi pobre tía por querer él dirigir y, sobre todo, manejar y disponer de los intereses familiares que dejó el abuelo, encontrándose con la actitud resuelta y enérgica de mi madre, que, lo mismo que mi abuelo, ignoraban durante algún tiempo el maltrato que su marido seguía contra ella,