Conflicto cósmico. Elena G. de White

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Conflicto cósmico - Elena G. de White

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entre los que han profesado seguir a Cristo. En tanto que una clase estudia la vida del Salvador y trata con todo fervor de corregir sus defectos y conformar su vida con el gran Modelo, la otra clase de personas evita las verdades sencillas y prácticas que exponen sus errores. Aun en su mejor estado la iglesia nunca se compuso totalmente de personas veraces y sinceras. Judas se contó con los discípulos, para que por la instrucción y el ejemplo de Cristo pudiera ser inducido a ver sus errores. Pero debido a su indulgencia con el pecado, atrajo las tentaciones de Satanás. Se enojó cuando sus faltas fueron reprobadas, y esto lo llevó a traicionar a su Maestro (ver S. Marcos 14:10, 11).

      Ananías y Safira pretendieron hacer un sacrificio completo en favor de Dios pero retuvieron en forma codiciosa una porción para sí mismos. El Espíritu de verdad reveló a los apóstoles el verdadero carácter de estos pretendidos creyentes, y los juicios de Dios libraron a la iglesia de aquella inmunda mancha que mancillaba su pureza (ver Hechos 5:1-11). Cuando la persecución sobrevino a los seguidores de Cristo, solamente los que estaban dispuestos a abandonarlo todo por la verdad deseaban llegar a ser sus discípulos. Pero cuando cesó la persecución, se añadieron conversos que eran menos sinceros, y el camino quedó abierto para la penetración de Satanás.

      Cuando los cristianos nominales se unieron con los que eran semiconvertidos del paganismo, Satanás se regocijó, y entonces los inspiró a perseguir a aquellos que se mantenían fieles a Dios. Estos cristianos apóstatas, al unirse con compañeros semipaganos, dirigieron su guerra contra los rasgos más esenciales de las doctrinas de Cristo. Se necesitaba una lucha desesperada para mantenerse firme contra los engaños y las abominaciones introducidas en la iglesia. La Biblia no era aceptada como norma de fe. La doctrina de la libertad religiosa fue calificada como herejía, y los que la sostenían fueron perseguidos.

      Los primeros cristianos eran, por cierto, un pueblo peculiar. Pocos en número, sin riquezas, sin jerarquía ni títulos honoríficos, eran odiados por los impíos, como Abel fue odiado por Caín (ver Génesis 4:1-10). Desde los días de Cristo hasta los nuestros, los fieles discípulos de Jesús han excitado el odio y la oposición de los que aman el pecado.

      ¿Cómo, pues, puede entonces el evangelio denominarse un mensaje de paz? Los ángeles cantaron en las llanuras de Belén: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (S. Lucas 2:14). Existe aparente contradicción entre estas declaraciones proféticas y las palabras de Cristo: “No he venido para traer paz... sino espada” (S. Mateo 10:34). Sin embargo, si ambas declaraciones se entienden correctamente, existe entre ellas perfecta armonía. El evangelio es un mensaje de paz. La religión de Cristo, recibida y obedecida, extendería paz y felicidad por el mundo entero. Era la misión de Jesús reconciliar a los hombres con Dios, y así reconciliarlos mutuamente. Pero el mundo en general está bajo el control de Satanás, el más encarnizado enemigo de Cristo. El evangelio presenta principios de vida que están en total desacuerdo con los hábitos y deseos de los pecadores, y éstos se oponen a aquellos principios. Odian la pureza que condena el pecado, y persiguen a los que los exhortan a adherirse a sus santas demandas. Es en este sentido como el evangelio se convierte en una espada.

      Muchos que son débiles en la fe desechan su confianza en Dios porque él permite que los hombres viles prosperen, en tanto que los mejores y más puros sean atormentados por el cruel poderío de aquéllos. ¿Cómo puede Alguien que es justo y misericordioso, y que tiene poder infinito, tolerar tal injusticia? Dios nos ha dado suficientes evidencias de su amor. No hemos de dudar de su bondad porque no podamos entender su providencia. Dijo el Salvador: “Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (S. Juan 15:20). Los que son llamados a soportar la tortura y el martirio están solamente siguiendo los pasos del amado Hijo de Dios.

      Los justos son colocados en el horno de la aflicción para ser purificados, para que su ejemplo convenza a otros acerca de la realidad de la fe y la bondad, y para que su conducta consecuente condene a los impíos e incrédulos. Dios permite que los malvados prosperen y revelen su enemistad contra él con el fin de que todos vean la justicia del Señor y su misericordia en la total destrucción que sufrirán los malos. Todo acto de crueldad hacia los fieles de Dios será castigado como si hubiera sido hecho contra Cristo mismo.

      Pablo declara que “todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12). ¿Por qué es, entonces, que la persecución parece actualmente adormecida? La única razón es que la iglesia se ha conformado con las normas del mundo, y por lo tanto no despierta ninguna oposición. La religión de nuestros tiempos no es la religión pura y santa de Cristo y sus apóstoles. Debido a que las verdades de la Palabra de Dios son consideradas con indiferencia, debido a que existe tan poca piedad vital en la iglesia, el cristianismo resulta popular en el mundo. Prodúzcase un reavivamiento de la fe como en la iglesia primitiva, y los fuegos de la persecución volverán a encenderse.

       Capítulo 3

      Una era de tinieblas espirituales

      El apóstol San Pablo declaró que el día de Cristo no vendría “sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado... el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios... haciéndose pasar por Dios”. Además declaró que “está en acción el misterio de iniquidad” (2 Tesalonicenses 2:3, 4, 7). Aun en esa época primitiva el apóstol vio que algunos errores ya se estaban introduciendo en la iglesia, los cuales prepararían el camino para el papado.

      Poco a poco “el misterio de iniquidad” fue desarrollando su obra engañosa. Costumbres ajenas se introdujeron en la iglesia cristiana, y fueron restringidos sólo por un tiempo por las terribles persecuciones que se realizaron bajo el paganismo; pero cuando cesó la persecución, el cristianismo abandonó la humilde sencillez de Cristo para reemplazarla por la pompa de los sacerdotes y los gobernantes paganos. La conversión nominal de Constantino causó gran regocijo. Ahora la obra de corrupción progresó rápidamente. El paganismo, que parecía conquistado, se convirtió en el conquistador. Sus doctrinas y supersticiones fueron incorporadas en la fe de los profesos seguidores de Cristo.

      Esta alianza entre el paganismo y el cristianismo dio como resultado la formación del “hombre de pecado” predicho en la profecía. Esa falsa religión es una obra maestra de Satanás, y del esfuerzo que él realizó para sentarse en el trono con el fin de gobernar la tierra de acuerdo con su voluntad.

      Una de las principales doctrinas del romanismo enseña que el Papa se halla investido de suprema autoridad sobre los obispos y pastores de todo el mundo. Más que esto, el Papa ha sido denominado “Señor Dios el Papa” y declarado infalible. La misma pretensión que sostuvo Satanás en el desierto de la tentación todavía la sostiene por medio de la Iglesia de Roma, y vastas multitudes le rinden homenaje.

      Pero los que reverencian a Dios hacen frente a esta pretensión como Cristo hizo frente a su astuto enemigo: “Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (S. Lucas 4:8). Dios nunca ha nombrado a hombre alguno para ser la cabeza de la iglesia. La supremacía papal es opuesta a las Escrituras. El Papa no puede tener poder sobre la iglesia de Cristo, excepto por usurpación. Los partidarios de Roma presentan ante los protestantes la acusación de haberse separado caprichosamente de la verdadera iglesia. Pero ellos son los que se han apartado de “la fe que ha sido una vez dada a los santos” (S. Judas 3).

      Satanás sabe bien que fue mediante las Sagradas Escrituras como el Salvador resistió sus ataques. Ante cada asalto, Cristo presentaba el escudo de la verdad eterna, diciendo: “Escrito está”. Para que Satanás pueda ejercer su dominio sobre los hombres y establecer la usurpadora autoridad papal, debe mantenerlos ignorando

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