Conflicto cósmico. Elena G. de White

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Conflicto cósmico - Elena G. de White

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gente el derecho a leerlas. Sacerdotes y prelados interpretaban sus enseñanzas para sostener sus pretensiones. Así, el Papa llegó a ser casi universalmente reconocido como el vicegerente de Dios en la tierra.

      Cómo se “cambió” el sábado

      La profecía declaraba que el papado iba a “cambiar los tiempos y la ley” (Daniel 7:25). Para poder reemplazar el culto de los ídolos por alguna cosa que lo sustituyera, se introdujo gradualmente la adoración de las imágenes y reliquias en el culto cristiano. El decreto de un concilio general finalmente estableció esta idolatría. Roma se atrevió a borrar de la ley de Dios el segundo mandamiento, que prohíbe el culto de las imágenes, y a dividir el décimo en dos con el fin de conservar el número total.

      Dirigentes inconversos de la iglesia atentaron también contra el cuarto mandamiento de la ley, para eliminar el descanso del sábado antiguo, el día que Dios había bendecido y santificado (Génesis 2:2, 3), y exaltar en su lugar el día festivo observado por los paganos como “el venerable día del sol”. En los primeros siglos el verdadero sábado había sido guardado por todos los cristianos, pero Satanás trabajó para realizar su objetivo. El domingo fue hecho un día festivo en honor de la resurrección de Cristo. Se realizaban servicios religiosos en él, aunque se lo consideraba como un día de recreación, mientras el sábado continuaba siendo observado por ser el día santo.

      Satanás había inducido a los judíos, antes del advenimiento de Cristo, a recargar la observancia del sábado con exigencias rigurosas, convirtiéndolo en una carga. Ahora, aprovechándose de la falsa luz bajo la cual lo había hecho considerar, hizo que los cristianos lo despreciaran como institución “judaica”. Mientras en general continuaban observando el domingo como el día festivo, de gozo, los indujo a considerar el sábado como un día de tristeza y de abatimiento para manifestar su odio hacia el judaísmo.

      El emperador Constantino dio un decreto convirtiendo el domingo en una festividad pública para todo el Imperio Romano. El día del sol fue entonces reverenciado por sus súbditos paganos y honrado por los cristianos. Constantino fue inducido a hacer esto por parte de los obispos de la iglesia. Inspirados por una sed de poder, percibieron que si el mismo día era observado tanto por cristianos como por paganos, haría progresar el poderío y la gloria de la iglesia. Pero, aunque muchos cristianos que temían a Dios fueron inducidos gradualmente a considerar el domingo como un día que poseía cierto grado de santidad, todavía se mantenían fieles al descanso sabático y observaban ese día en obediencia al cuarto mandamiento.

      El archiengañador no había completado su tarea, y estaba resuelto a ejercer su poder por medio de su vicegerente, el orgulloso pontífice que pretendía representar a Cristo. Se realizaron grandes concilios en los cuales se reunieron dignatarios de todo el mundo. Prácticamente en cada concilio el sábado resultaba un poco más disminuido, en tanto que el domingo era exaltado. Así, la festividad pagana llegó finalmente a ser honrada como la institución divina, mientras que el sábado de la Biblia fue proclamado como una reliquia del judaísmo y su observancia fue prohibida bajo pena de excomunión.

      El apóstata había tenido éxito en exaltarse a sí mismo sobre “todo lo que se llama Dios o es objeto de culto” (2 Tesalonicenses 2:4). Se había atrevido a cambiar el único precepto de la ley divina que señala al Dios vivo y verdadero. En el cuarto mandamiento, Dios se revela como el Creador. Siendo el monumento recordativo de la obra de la creación, el séptimo día fue santificado como el día de descanso para el hombre, designado para mantener siempre al Dios vivo en la mente de los hombres como objeto de adoración. Satanás lucha para desviar a los seres humanos de la obediencia a la ley de Dios; por lo tanto, dirige sus esfuerzos especialmente contra el mandamiento que señala a Dios como el Creador.

      Los protestantes ahora alegan que la resurrección de Cristo en el día domingo lo convirtió en el sábado cristiano. Pero ni Cristo ni sus apóstoles le otorgaron tal honor a ese día. La observancia del domingo tuvo su origen en el “misterio de la iniquidad” (2 Tesalonicenses 2:7) que, ya en los días de Pablo, había comenzado su obra. ¿Qué razón puede darse para efectuar un cambio que las Escrituras no sancionan?

      En el siglo VI el obispo de Roma fue declarado cabeza de toda la iglesia. El paganismo había dado lugar al papado. El dragón había dado a la bestia “su poder y su trono, y grande autoridad” (Apocalipsis 13:2).

      Ahora habían empezado los 1.260 años de opresión papal, predicho en las profecías de Daniel y el Apocalipsis (Daniel 7:25; Apocalipsis 13:5-7; ver el Apéndice). Los cristianos eran obligados a elegir entre abandonar su integridad y aceptar las ceremonias y el culto papal, por una parte, o pasar la vida en calabozos, y sufrir la muerte, por la otra. Ahora se cumplieron las palabras de Jesús: “Seréis entregados aun por vuestros padres, y hermanos, y parientes, y amigos; y matarán a algunos de vosotros; y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre” (S. Lucas 21:16, 17).

      El mundo llegó a ser un extenso campo de batalla. Durante centenares de años la iglesia de Cristo encontró refugio en la reclusión y la oscuridad. “La mujer [la iglesia verdadera] huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios, para que allí la sustenten por mil doscientos sesenta días” (Apocalipsis 12:6).

      El advenimiento de la Iglesia Romana al poder señaló el comienzo de la Edad Media, la edad oscura. La fe fue transferida de Cristo al Papa de Roma. En lugar de confiar en el Hijo de Dios para el perdón de los pecados y la salvación eterna, el pueblo miraba al Papa y a los sacerdotes a quienes él había delegado autoridad. El Papa era el mediador terrenal. Ocupaba para ellos el lugar de Dios. Una desviación de los requerimientos que él había impuesto era suficiente para que fueran castigados severamente. De esta forma las mentes del pueblo fueron desviadas de Dios hacia hombres crueles y falibles. Más aún, hacia el mismo príncipe de las tinieblas, quien ejercía su poder por medio de ellos. Cuando se suprimen las Escrituras y el hombre empieza a considerarse como supremo, contemplamos solamente fraude, engaño y vil iniquidad.

      Días de peligro para la iglesia

      Los fieles que sostenían el estandarte eran pocos. A veces parecía como que el error prevalecería por completo, y que la verdadera religión sería desterrada de la tierra. Se perdía de vista el evangelio, y el pueblo era recargado con rigurosos impuestos ilegales. Se enseñaba a la gente a confiar en las obras propias para conseguir el perdón de sus pecados. Largas peregrinaciones, actos de penitencia, el culto a las reliquias, la construcción de iglesias, santuarios y altares, el pago de grandes sumas a la iglesia: éstas eran las cosas impuestas para aplacar la ira de Dios o para asegurar su favor.

      En torno al fin del siglo VIII, los partidarios del Papa pretendieron que en los primeros siglos de la iglesia, los obispos de Roma habían poseído los mismos poderes espirituales que ahora ellos se arrogaban. Los monjes inventaron escritos antiguos. Decretos de reuniones conciliares de los cuales nunca se había oído fueron descubiertos, y en ellos se establecía la supremacía universal del Papa desde los primeros tiempos.

      Los fieles que edificaban sobre el seguro fundamento (1 Corintios 3:10, 11) estaban perplejos. Cansados de la lucha constante contra la persecución, el fraude y todos los demás obstáculos que Satanás podía inventar, algunos que habían sido fieles se descorazonaron; por causa de la paz y la seguridad de sus propiedades y de su vida, abandonaron el seguro fundamento. Pero otros no se dejaron intimidar por la oposición de sus enemigos.

      El culto de las imágenes se hizo general. Se encendían velas ante ellas, se les ofrecían oraciones y se practicaban las más absurdas costumbres. La razón misma parecía haber perdido su poder. Mientras los prelados y obispos eran personas amantes del placer y corruptas, la gente que esperaba de ellos dirección estaba sumergida en la ignorancia y el vicio.

      En el siglo XI

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