Conflicto cósmico. Elena G. de White

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Conflicto cósmico - Elena G. de White страница 10

Conflicto cósmico - Elena G. de White

Скачать книгу

A medida que la obra progresaba, los dirigentes papales se encontraron con que los cristianos primitivos eran sencillos, humildes, y que tenían un carácter, una doctrina y una conducta consecuentes con las Escrituras. Esos dirigentes ponían en evidencia la superstición, la pompa y la arrogancia propias del papado. Roma exigía que estas iglesias cristianas reconocieran la soberanía del pontífice. Los habitantes de Gran Bretaña replicaron que el Papa no tenía derecho a ejercer supremacía en la iglesia y que no podían tributarle más que la sumisión debida a todo seguidor de Cristo; no reconocían otro señor que Cristo.

      En los países que estaban más allá de la jurisdicción de Roma, durante siglos los grupos cristianos permanecieron casi totalmente libres de la corrupción papal. Continuaron considerando la Biblia como la única regla de fe. Estos cristianos creían en la perpetuidad de la ley de Dios y observaban el sábado del cuarto mandamiento. En el centro del África y entre los armenios del Asia había iglesias que adherían a esta fe y práctica.

      De entre los que resistieron al poder papal se destacaban, en forma sobresaliente, los valdenses. En el propio país donde el papado había sentado sus reales, las iglesias del Piamonte mantenían su independencia. Pero llegó el tiempo en que Roma insistió en que éstas se sometieran. Sin embargo, algunos rehusaron ceder al Papa o a los prelados, y determinaron preservar la pureza y la sencillez de su fe. Se realizó una separación. Los que se adherían a la fe antigua, ahora se retiraron. Algunos, abandonando los Alpes nativos, levantaron el estandarte de la verdad en países extraños. Otros se refugiaron en las fortalezas rocosas de las montañas y allí conservaron su libertad para adorar a Dios.

      Sus creencias religiosas se fundaban sobre la Palabra de Dios. Esos humildes campesinos, apartados del mundo, no habían llegado por sí mismos a la verdad en oposición a los dogmas de la iglesia apóstata. Sus creencias religiosas fueron la herencia que recibieron de sus padres. Ellos luchaban por la fe de la iglesia apostólica. “La iglesia del desierto”, y no la orgullosa jerarquía entronizada en la gran capital del mundo, era la verdadera iglesia de Cristo, la guardiana de los tesoros de la verdad que Dios encomendó a su pueblo para que fuera dada al mundo.

      Entre las causas más importantes que determinaron la separación entre la iglesia verdadera y Roma, existía el odio que esta última profesaba hacia el día de reposo bíblico. Como lo había predicho la profecía, el poder papal echó por tierra la ley de Dios. Las iglesias, sometidas al papado eran obligadas a honrar el domingo. En medio del error prevaleciente, muchos de los verdaderos hijos de Dios estaban tan confundidos que observaban el sábado y al mismo tiempo no trabajaban el domingo. Pero esto no satisfacía a los dirigentes papales. Ellos exigían que el verdadero sábado fuera profanado, y denunciaban a los que se atrevían a manifestar que honraban ese día.

      Centenares de años antes de la Reforma, los valdenses poseían la Biblia en su idioma nativo. Esto determinó que fueran un objeto especial de persecución. Ellos declaraban que Roma era la Babilonia apóstata del Apocalipsis. Con peligro de su vida se mantenían firmes para resistir sus corrupciones. Durante aquellos siglos de apostasía, hubo valdenses que negaban la supremacía de Roma, rechazaban el culto a las imágenes como idolatría y observaban el verdadero día de reposo.

      Detrás de los majestuosos baluartes de las montañas, los valdenses establecieron un lugar de refugio. Esos fieles exiliados señalaban a sus hijos las alturas majestuosas, en cuyo pie se hallaban, y les hablaban acerca de Aquel cuya palabra es tan duradera como las colinas eternas. Dios había establecido con firmeza las montañas; ningún brazo sino el del infinito poder podía moverlas. De idéntica manera él había establecido su ley. Para el brazo humano, el cambiar un solo precepto de la ley de Dios era tan difícil como desarraigar las montañas y arrojarlas al mar. Esos peregrinos no exhalaban ninguna queja por las durezas que les deparaba su suerte; nunca estaban solitarios en medio de la soledad de las montañas. Se regocijaban en su libertad para adorar. Desde muchas alturas majestuosas entonaban alabanzas, y los ejércitos de Roma no podían silenciar sus cánticos de acción de gracias.

      Valiosos principios de verdad

      Ellos valoraban los principios de la verdad por encima de casas y terrenos, amigos y parientes, y aun la vida misma. Desde los más tempranos años de su niñez, a los jóvenes se les enseñaba a considerar como sagrados los mandatos de la ley de Dios. Los ejemplares de la Biblia eran raros; por lo tanto sus preciosas palabras eran confiadas a la memoria. Muchos eran capaces de repetir largas porciones tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo Testamento de memoria. Se los ejercitaba desde la niñez a soportar durezas y a pensar y actuar por sí mismos. Se les enseñaba a llevar responsabilidades, a ser cuidadosos en lo que hablaban y a valorar la sabiduría del silencio. Una palabra indiscreta que llegara a sus enemigos podría hacer peligrar la vida de centenares de hermanos, pues, como lobos que buscan su presa, los enemigos de la verdad perseguían a los que osaban reclamar libertad para su fe religiosa.

      Los valdenses, con perseverante paciencia, trabajaban para producir su pan. Aprovechaban toda porción de tierra arable que había entre las montañas. La economía y la abnegación formaban parte de la educación de los niños. El proceso era laborioso, pero sano; precisamente el que el hombre necesita en su estado caído. A los jóvenes se les enseñaba que todas las facultades pertenecen a Dios, y que deben ser desarrolladas para su servicio.

      Las iglesias valdenses se asemejaban a la iglesia del tiempo apostólico. Rechazando la supremacía del Papa y de los prelados, se aferraban a la Biblia como la única autoridad infalible. Sus pastores, a diferencia de los señoriales sacerdotes de Roma, alimentaban a la grey de Dios, conduciéndola a pastos verdes y a los vivos manantiales de su santa Palabra. La gente se reunía, no en iglesias magníficas o en grandes catedrales, sino en los valles alpinos, o, en tiempos de peligro, en alguna fortaleza rocosa, para escuchar las palabras de verdad de los siervos de Cristo. Los pastores no solamente predicaban el evangelio, sino que visitaban a los enfermos y trabajaban para promover la armonía y el amor hermanable. A semejanza de Pablo, el fabricante de tiendas, cada uno aprendía un oficio con el cual, si fuera necesario, pudiera proveerse sostén propio.

      Los jóvenes recibían instrucción de sus pastores. La Biblia era el principal tema de estudio. Aprendían de memoria los evangelios de San Mateo y San Juan, así como muchas de las epístolas.

      Mediante un trabajo incansable, a veces en las oscuras cavernas de la tierra, a la luz de las antorchas, se copiaban las Sagradas Escrituras versículo por versículo. Angeles del cielo rodeaban a estos fieles obreros.

      Satanás había instigado a los sacerdotes papales y a los prelados a enterrar la Palabra de verdad bajo los escombros del error y la superstición. Pero de una manera maravillosa ésta fue conservada fielmente a través de todas las edades oscuras. Como el arca sobre las ondas tempestuosas, la Palabra de Dios hace frente a las tormentas que amenazan destruirla. Así como la mina tiene sus ricas vetas de oro y plata ocultas bajo de la superficie, las Sagradas Escrituras tienen tesoros de verdad que se revelan únicamente a los que los buscan en forma humilde y con oración. Dios se propuso que la Biblia fuera un libro de lecciones para todo el género humano y una revelación de sí mismo. Cada verdad que se descubre es una nueva revelación del carácter de su Autor.

      Desde las escuelas de las montañas algunos jóvenes eran enviados a instituciones de enseñanza de Francia o Italia, donde había un campo más amplio de estudios y observación que el de los Alpes nativos. Los jóvenes enviados se veían expuestos a la tentación. Se encontraban con los agentes de Satanás que

Скачать книгу