La estabilidad del contrato social en Chile. Guillermo Larraín
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ocurridos.
Estos vacíos se están agrandando, porque en todas partes la formación de los economistas se hace más y más cuantitativa, o al menos estadística. Estamos obnubilados por los avances innegables de la econometría y la disponibilidad gigantesca de información a nivel global. Pero el resultado indeseado es que ya no discutimos ideas, sino tests y evidencia empírica. Un debate teórico, desde la estratósfera, sin mirar los números, es indeseable. Pero mirar solo números sin preguntarnos por las razones de fondo que los guían, es igualmente indeseable.
La discusión sobre instituciones parece entonces necesaria en Chile y el resto del mundo. Intentaremos entender mejor cómo las instituciones en general y la Constitución en particular afectan el desempeño económico y haremos un argumento respecto de cómo el marco institucional puede convertirse en un freno al proceso de desarrollo. Analizaremos dos derechos que son cruciales en cualquier Constitución: 1) los derechos sociales, tratando de identificar condiciones mediante las cuales entidades privadas pueden proveerlos y 2) el derecho de propiedad y su relación con la naturaleza económica de los bienes, en particular con los recursos naturales y el medioambiente. Haremos un esfuerzo por identificar principios y dilemas relevantes para la discusión constitucional. Finalmente, haremos tres propuestas que fortalecen la democracia y, como consecuencia, permiten un mejor desarrollo económico.
El libro está pensado desde Chile. El año 2005, siendo superintendente de Pensiones de Chile, fuimos invitados a Rusia a conversar con el gobierno sobre la reforma a las pensiones. Por alguna razón, fui invitado a un programa de televisión en vivo (…obviamente no tengo idea de ruso, por lo que tenía una traductora al lado), a debatir sobre pensiones con el entonces ministro del Trabajo ruso. La primera pregunta del entrevistador fue: “¿Por qué un gran país como Rusia debiera recibir lecciones sobre qué hacer con su sistema previsional de un país tan chico y alejado como Chile?”. No pretendo dar lecciones de qué hacer con las instituciones, respondí. Solo creo —y aún mantengo esta idea— que si entendemos mejor algunos casos particulares, en este caso el chileno, podremos sacar lecciones útiles para todos.
La renovación del contrato social se hizo urgente en 2019
Si bien la motivación inicial del libro fue el anuncio el 2015 de reforma constitucional y su impacto en las expectativas empresariales y la inversión, el estallido social del 18 de octubre de 2019 y el plebiscito para reformar la Constitución del 25 de octubre pasado dan a este libro un horizonte más amplio y, al mismo tiempo, más pertinente.
Como veremos más adelante, Chile tiene un historial de activismo político. Sin embargo, lo ocurrido el 18 de octubre de 2019 y en los meses posteriores es distinto. Careció de líderes visibles y alcanzó niveles de violencia nunca antes vistos, con la destrucción de estaciones y trenes del metro de Santiago, fábricas, bodegas, supermercados, automóviles e infraestructura pública, calles, semáforos, peajes, señalética. Además, fue un fenómeno que se extendió por todo Chile.
A pesar de que algunos pretendan negarlo, no fuimos pocos los que habíamos advertido, como por ejemplo en El otro modelo (Atria et al., 2013), que la estrategia de desarrollo de Chile había alcanzado un tope, que el deterioro institucional era preocupante y que se requerían reformas importantes. Dicho límite lo asociábamos a las carencias de “lo público”, muy especialmente respecto de la institucionalidad política y, por lo tanto, a la Constitución misma. Sin embargo, la violencia y rapidez con que se detonaron los eventos desde ese 18 de octubre en adelante, nos tomó a todos desprevenidos.
La reacción inicial del gobierno, en particular del Presidente Piñera, fue de que se trataba de un problema agudo de orden público. Carabineros no estaba preparado para eventos de esta naturaleza y, como consecuencia, el resguardo del orden público ha terminado en graves violaciones a los derechos humanos. Esto, más el llamado al toque de queda, la salida de los militares de los cuarteles para instalarse en las calles y la “declaración de guerra” frente a un “enemigo poderoso”, pero sin que hubiese aportado ningún antecedente, exacerbó la reacción popular.
Las medidas no represivas, igualmente improvisadas, han ido en aumento. Lo primero fue retirar la propuesta de incremento en las tarifas del metro, que fue el detonante inicial de la revuelta. Desde entonces, el calado de las medidas crece y crece: el ingreso mínimo garantizado, incremento de pensiones y el llamado a plebiscito para entrar al proceso constituyente que se inició el 25 de octubre de 2020.
Pero el que el gobierno no hubiese estado preparado, ni sospechara remotamente que un evento de esta naturaleza pudiera ocurrirle, no quiere decir que haya que continuar en estado de parálisis mental. Al contrario. Chile ha estado al borde de una revolución sin líderes, o sea, cerca del caos y la anarquía. No podemos caer ahora en un acostumbramiento lerdo de unos niveles de violencia que son intolerables. Esto no es un llamado a la represión. Siempre la represión es una medida desesperada y coyuntural. El desafío es repensar la forma en que interactuamos los chilenos. La violencia que hemos visto en las calles esconde otras violencias más o menos sutiles, que son más estructurales, como las que denuncia el movimiento feminista encarnado en el cántico de LasTesis. Chile necesita reestructurar las relaciones entre sus habitantes, entre estos y el Estado, y al interior del Estado mismo. Chile debe repensar sus instituciones, en particular la Constitución. Es decir, Chile debe reformar su contrato social.
Si bien las opiniones hechas al fragor de los eventos corren el riesgo de reflejar cosas que en un ambiente más frío alguien podría no expresar, también pasa lo contrario: se dicen cosas que se piensan, solo que en otras circunstancias se callan por cálculo o temor. La más famosa de esas frases es una que le confidenció la Primera Dama a una amiga y que, no se sabe cómo, salió a la luz pública: “Por favor, mantengamos nosotros la calma, llamemos a la gente de buena voluntad, aprovechen de racionar la comida, y vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”.
Otros líderes de opinión, en grupos de WhatsApp (razón por la cual omito revelar su identidad), emitieron opiniones que vale la pena reproducir, pues muestran lo amplia que es la crisis institucional:
“Habiendo estado tres años fuera, lo que mas me sorprendió volviendo es la agresividad en la calle, es realmente de locos. Sí la vi venir, porque esto era totalmente anormal. He tenido la suerte de viajar mucho y he estado en países mucho más pobres que Chile y mucho más desiguales y nunca había visto un nivel de tensión/stress/cansancio como en Chile y eso iba a explotar”. (Ejecutivo del sector financiero)
“La verdad es que la moral chilena es cuestionable. El robo masivo de familias enteras entrando a robar denota un gran problema. De la misma manera que empleados robando. O ejecutivos estafando (La Polar) o empresarios simulando forwards para hacerse plata libre de impuestos o teniendo a sus señoras y autos en sociedades para ahorrarse dos pesos con cincuenta (Los Pentas), o no pagando contribuciones (el mismo Piñera), a pesar de no tener la necesidad, es un síntoma ético que hay que empezar a atacar. Y eso parte por arriba. Porque si los de abajo ven que a los de arriba no les pasa nada, obviamente van a actuar acorde. Creo que esto es algo que tenemos que corregir urgentemente”. (Empresario)
“Creemos que es necesario generar una instancia de reflexión del empresariado, directorios y gerencias de cómo, errores del pasado, han contribuido al sentimiento de abuso que hoy nos tiene en este caos”. (Profesor de ingeniería comercial)
“Ustedes no tienen idea de la cantidad de gente que se sincera conmigo y me dicen abiertamente que quieren un Pinochet. Están saturados con todo lo que pasa en Chile. Y la inacción del gobierno. Y cuando les digo que en realidad habría que meter presos a todos estos revoltosos, la reacción prácticamente