(Des)escribir la Modernidad - Die Moderne (z)erschreiben: Neue Blicke auf Juan Carlos Onetti. Группа авторов

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maneras.

      II. Las ciudades en torno a la referencialidad

      En un minucioso estudio publicado por primera vez en 1967, el crítico Ángel Rama manifestaba ya que el espacio ciudadano en la literatura de Onetti es una ambientación de las vivencias, pero no un intento de representar una topografía.1 La constatación, bastante generalizada en la crítica onettiana, es sólo en parte correcta, ya que si bien las descripciones detalladas de los espacios no son usuales –para no hablar de la inexistencia de las de color o estereotipadas–, esto no impide que exista una serie de jerarquías en la representación espacial que imprime un sello en las acciones de los personajes. Ferro insiste, por ejemplo, en que los espacios "lejos de ser un mero anclaje de verosimilitud exigida por la lógica de los relatos, aparecen como manifestación de un modo de figurar la ciudad en abierta pugna con las poéticas dominantes de la época, adscritas al realismo".2 Santa María nace en La vida breve como un ente que contradice a Buenos Aires y Montevideo, es decir, se relaciona con dos significantes que refieren a ciudades reales.3 Estas son necesarias para la comprensión del nuevo terreno en el que se desarrollará la saga, aunque su aparición sea cada vez más escasa o esté cada vez más indeterminada. Si el escenario principal en el que se desarrollará la acción en las obras posteriores a La vida breve es Santa María, la pregunta es cómo puede entenderse la referencialidad de la ficticia Santa María conjuntamente con las otras dos grandes urbes.

      El estatuto de los sitios geográficos existentes en el mundo real dentro de la obra literaria se ha estudiado a menudo en el marco de la delimitación entre realidad y ficción o discurso histórico y ficcional.4 Zipfel categoriza los objetos –y también los entes humanos– en la narrativa de ficción como 'reales', 'pseudo-reales' e 'irreales'. Los objetos 'reales' constituyen el marco dentro del cual tiene lugar una obra ficcional y posibilitan un anclaje de la historia en el mundo real; los 'pseudo-reales', por su parte, implican una modificación de un objeto real de tal modo que este se puede identificar como ficcional, aunque se reconozca su origen real, mientras que los 'irreales' son inventados para cumplir una función dentro de la ficción.5 En el caso de las ciudades 'reales', la referencia excede el marco del universo ficcional, creando una continuidad con lo real de límites indefinidos, en la cual no sólo la ficción bebe de lo real, sino que la ficción se pliega sobre lo real.6 Santa María sería en esta nomenclatura un 'objeto irreal', mientras que Montevideo y Buenos Aires serían 'objetos reales' en el plano diegético. Ahora bien, Santa María representa, como lo ha denominado Juan José Saer, un "espacio imaginario a la segunda potencia",7 ya que en el célebre pasaje del capítulo II de La vida breve en el cual aparece el primer escorzo de Santa María, el protagonista Juan María Brausen expresa:

      No estoy seguro todavía, pero creo que lo tengo, una idea apenas, pero a Julio le va a gustar. Hay un viejo, un médico, que vende morfina. […] Veo una mujer que aparece de golpe en el consultorio del médico. El médico vive en Santa María, junto al río. Sólo una vez estuve allí, un día apenas, en verano. (VB I, cap. II, 429)

      La vida breve es una ficción que trata sobre el proceso de construcción de una ficción.8 El nacimiento de Santa María promueve en su metanarratividad una dificultad, porque el narrador Juan María Brausen comienza a elaborar una historia que tiene lugar en un sitio que para él posee el carácter de una realidad empírica: una vez estuve allí. Es decir, la ciudad que surge en el terreno diegético tiene por su parte un estatus de 'objeto real' en tanto es creada para un guión a partir de una ciudad existente. Pero a su vez, esta 'ciudad real' en la ficción es el sitio al que el protagonista escapa junto a Ernesto en los capítulos finales: "Encendían las luces de la plaza cuando llegamos a Santa María" (VB II, cap. XVI, 684). En esta Santa María se encuentran, sin embargo, los personajes que ha creado en su ficción. Es decir, el 'objeto real' del plano diegético se transforma en el punto al que el protagonista, que ha construido la ficción donde Santa María es una 'ciudad real', escapa. La paradoja, evidentemente, radica en que uno puede escapar a una ciudad real, pero no a una 'ciudad real'. Se puede viajar a una ciudad, pero no se puede viajar a un ente ficcional. El protagonista, creador de la ficción dentro de la ficción y sujeto de la enunciación, borra tenazmente los límites entre lo que sería a nivel diegético la ciudad real y la 'ciudad real'. Cuando al llegar a Santa María describe lo que tiene ante sus ojos, expresa: "El hotel estaba en la esquina de la plaza y la edificación de la manzana coincidía con mis recuerdos y con los cambios que yo había impuesto al imaginar la historia del médico" (ibid., 687). El recuerdo y la imaginación convergen en un plano con la consecuente ambigüedad representativa. ¿Han llegado los personajes a la ciudad real o a la 'ciudad real'? Se trata del recuerdo modificado por la intervención de la imaginación posterior; el narrador Brausen dice que el escenario coincide con ambos, con el recuerdo y su modificación. Es decir, se trata a nivel diegético de la 'ciudad real' y no de la ciudad real.9

      Otros personajes de La vida breve, María Bonita y Junta Larsen, expresan al final de la novela su intención de irse en tren a Buenos Aires. Unos escapan hacia la Santa María 'real', otros escapan de Santa María a Buenos Aires, que en ese nivel diegético es real, pero no 'real'. Esta metalepsis, la continuidad entre la geografía de la realidad y la de la ficción dentro de la ficción propugna una poética determinada, expone una teoría de la narración y de la lectura. Dicha poética se sirve de técnicas narrativas que crean un espacio continuo entre la Santa María que surge en la ficción misma y las Buenos Aires y Montevideo 'reales', problematizando a su vez la posibilidad de su representación, en cuanto las intoxica de ficción, y escenificando el traspaso de las fronteras de la representación que postulan realidad y ficción. Josefina Ludmer asevera que "las dos series invierten sus espacios y entran, cada una, en el 'otro lado': el relato 2 [la ficción sanmariana; paréntesis mío] se cierra en Buenos Aires y el relato 1 [la realidad diegética; paréntesis mío] en Santa María".10 Lo intranquilizador de la estrategia consiste en que estas dos series no deberían permanecer en el mismo nivel de representación, pero pueden integrarse en un discurso. Este discurso permanece por su parte abierto: puede surgir un nuevo nivel y un nuevo espacio. Así como La vida breve pone en duda diegéticamente la referencialidad en el proceso de creación ficcional, cuestiona por el contrario los límites del par ficción-realidad en el proceso mismo de representación literaria.11 La creación de Santa María no manifiesta un quiebre sólo dentro de la ficción, sino en el plano de la representación misma. Y por lo tanto, de todo discurso. La obra posterior de la saga de Santa María ahonda en esta ruptura escenificando la independencia del mundo sanmariano, una independencia que se pondrá en cuestión ligándola al nombre Juan María Brausen.

      Con la misma estrategia que La vida breve pone en duda el estatuto del proceso de representación, fija asimismo la dependencia y las distancias entre las ciudades y sitios de la topografía representada. Las apariciones de Montevideo y Buenos Aires como escenarios de los primeros cuentos y novelas se descentran a partir de 1950; la saga de Santa María no prescinde, no obstante, de esta tensión y distancia creada con respecto a otros escenarios del Río de la Plata.12 Así como mantiene la huella de su creador y, por lo tanto, de su carácter fictivo y discursivo, Santa María paga el precio de su existencia independiente también con su dependencia de la gran metrópoli. Los mecanismos narrativos que encuentra Onetti vuelven imposible un discurso descriptivo o hermenéutico y solo permiten un comentario oblicuo que se mantiene en prácticamente toda la producción onettiana.

      De las diversas interrelaciones que instaura la obra entre las tres ciudades, tal vez la más saliente sea la de la antítesis; y el espacio más relevante para esta antítesis, Buenos Aires.13 En la novela Para una tumba sin nombre (1959) aparece aún esta oposición entre Santa María y Buenos Aires de manera explícita. El narrador atestigua al inicio que el personaje Jorge Malabia vestía un "cómico traje de última moda que había traído de Buenos Aires" (TN, cap. I, 12), que desencaja en el escenario sanmariano. La misma novela centra su peripecia sobre el hecho de que los dos personajes viven en una pensión en Buenos Aires, ciudad en la que estudian. Este hecho singulariza a Jorge Malabia y a Tito Perotti, narradores indirectos de la historia en la novela, de los quehaceres de Santa María: "[E]xigíamos

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