Las guerras de Yugoslavia (1991-2015). Eladi Romero García
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A finales de año, creyendo posible lograr un entendimiento entre los croatas de Vladko Maček, el rey permitió al dirigente de los Demócratas Ljubomir Davidović crear una crisis de gobierno que diese paso a nuevas elecciones y alcanzar así una coalición Demócrata-Campesina, que Davidović prometió como probable. Korošec dimitió el 30 de diciembre de 1928 después de una enésima intriga parlamentaria.
Celebrados los comicios, las demandas de Maček resultaron inaceptables para Davidović, quien hubo de admitir que no había logrado un acuerdo previo con los croatas. El resto de partidos se negaron también a aceptar las demandas del dirigente croata. El 6 de enero de 1929, el rey se decidió entonces al fin por implantar una dictadura real que acabara definitivamente con las crisis políticas. Hasta entonces y desde su fundación, el reino había vivido una historia política turbulenta, con veinticinco cambios de gabinete en diez años.
El sistema parlamentario había fracasado como instrumento de unidad nacional: no existían, aparte de los socialistas y comunistas (de escaso apoyo o pronto prohibidos), partidos nacionales, sino solo regionalistas. La idea de la nación yugoslava no cuajó, manteniendo las comunidades sus identidades regionales. El parlamentarismo se mostró incapaz de resolver los problemas del país, degenerando en una continua disputa entre los grupos políticos por trivialidades, repartos de poder y choques de personalidades entre sus muchos dirigentes. Se sucedieron las coaliciones inestables de partidos, sin base suficiente para durar en el gobierno más allá de unos pocos meses. La falta de mayorías suficientes requería las continuas coaliciones. Las formaciones políticas se distinguían más por la personalidad de sus dirigentes que por sus principios ideológicos. Mientras los políticos croatas mantenían sus tácticas obstruccionistas heredadas de la época austro-húngara, los serbios subestimaron las dificultades de la unión y no se mostraron sensibles a las demandas croatas.
El Reino de Yugoslavia: la dictadura monárquica
Por decreto real, ese 6 de enero de 1929 el rey abolió la Constitución de Vidovdan y todos los derechos incluidos. Promulgó además otra ley, la de defensa del Estado, que reforzaba las medidas anticomunistas aprobadas en 1921 e imposibilitaba la oposición al nuevo régimen. Los partidos políticos fueron disueltos, quedando prohibida la formación de nuevas organizaciones políticas basadas en regiones, religiones o nacionalidad. Los cargos de las administraciones locales fueron relevados por representantes nombrados por el nuevo gobierno. El rey Alejandro tomó para sí los poderes del Estado, nombrando un nuevo ejecutivo que solo era responsable ante él, finalizando así el periodo de gobierno parlamentario. El monarca indicó, sin embargo, que la dictadura sería temporal hasta concluir con la crisis que vivía el país. La proclamación de la dictadura y la abolición de la constitución centralista fueron recibidas, en un principio, con cierto alivio y satisfacción por la población. Incluso la oposición se alegró de la supresión de la odiada Constitución de Vidovdan y de las promesas del soberano de comenzar un nuevo proceso político. El nuevo primer ministro elegido por el monarca fue el jefe de la guardia real, el general Petar Živković, allegado del rey, mientras que los ministros eran antiguos políticos veteranos de todas las principales formaciones políticas. La maniobra del rey tampoco resultó mal recibida en el extranjero, donde se deseaba acabar con la peligrosa inestabilidad en el país.
El 3 de octubre de 1929, el país pasó a llamarse oficialmente Yugoslavia y se modificó la ordenación territorial, creándose nueve nuevas provincias (las banovinas), que sustituyeron a las treinta y tres unidades administrativas vigentes desde 1924. Estas provincias, sin ningún tipo de autonomía, quedaban establecidas por razones económicas y políticas, y demostraban un intento de aniquilación de los regionalismos. Los gobernadores provinciales serían nombrados por decreto real y respondían únicamente ante el rey. Fue entonces cuando Vladko Maček, dirigente del Partido Campesino Croata, pasó a oponerse a la dictadura monárquica. La idea de una dictadura temporal, sin embargo, quedaría en entredicho cuando el 4 de julio de 1930 el soberano manifestó su intención de no volver a instaurar la antigua ordenación territorial y de no permitir el regreso a la política de los antiguos partidos.
En los primeros meses de gobierno, la dictadura llevó a cabo medidas que se consideraban necesarias y urgentes. Se creó el Banco Agrario (15 de agosto de 1929), se reorganizó la Administración, inflada por el favoritismo, y se unificaron las leyes, medidas que el Parlamento no había logrado aprobar desde la independencia. También se redujo parcialmente la corrupción administrativa y la opresión que se ejercía en Macedonia. En este territorio, considerado una simple Serbia meridional desde su conquista en 1912, se habían cerrado las escuelas búlgaras, griegas y rumanas, expulsándose a todos sus profesores y estableciéndose como idioma único el macedonio, ahora convertido en un dialecto del serbocroata. La política de serbianización desarrollada entre los años 1920 y 1930 se enfrentó con el sentimiento pro-búlgaro desarrollado por la Organización Revolucionaria Interior de Macedonia, que aspiraba a una Macedonia independiente con capital en Tesalónica, mientras que los comunistas locales favorecieron asimismo el camino de la autodeterminación.
Sin embargo, a los pocos meses, quedó manifiesta la ausencia de un programa claro. La crisis económica de comienzos de los 30 agudizó las dificultades del régimen. Ya en 1927 se había puesto de manifiesto la crisis agrícola, caracterizada por una continua bajada de precios que empobreció a la mayoría de la población, es decir, a los campesinos. A su vez, esa misma bajada de los precios hizo que los ingresos por exportación de materias primas y productos agrícolas disminuyeran, perjudicando a la balanza de pagos. El creciente proteccionismo de los países industrializados, destino de sus exportaciones, menoscabó en la nueva década el comercio exterior del país. La situación económica comenzó a deteriorarse notablemente en 1931, al surgir dificultades para emigrar y producirse una continua retirada de créditos a corto plazo, proceso ya iniciado en el año anterior.
El 3 de septiembre de 1931, en parte para facilitar la obtención de un crédito internacional que paliase la penuria económica, el régimen promulgó una nueva constitución. Con esta medida se buscaba también ganar popularidad e intentar prevenir un derrocamiento del régimen al igual que había sucedido en España con la caída de la monarquía en ese mismo año. A pesar de garantizar los derechos individuales, el nuevo texto contenía severas limitaciones políticas: concedía gran poder al rey y al gobierno, las elecciones parlamentarias dejaban de realizarse mediante voto secreto, y la mitad del senado era escogida por el monarca. El gabinete seguía siendo responsable únicamente ante el rey, que podía cambiarlo a voluntad. Además, el artículo 116 le otorgaba poderes extraordinarios en situaciones de emergencia. La ley electoral promulgada poco después que la Constitución establecía también una nueva forma de distribuir los escaños: el partido con mayoría obtenía dos tercios de los mismos más la parte proporcional a sus votos del otro tercio, asegurando así una cómoda mayoría al vencedor de las elecciones y evitando la necesidad de coaliciones que tanto daño habían hecho con el sistema anterior. La oposición, considerando la maniobra del gobierno como una farsa, decidió no participar en las elecciones al Parlamento, celebradas en noviembre de 1931 con la única participación de la lista gubernamental. En diciembre, para tratar de aumentar el respaldo al régimen, se creó una formación política que le sirviese de base, el Partido Nacional Yugoslavo, en la que se concentraron principalmente Radicales de derecha, disidentes de casi todos los antiguos partidos y oportunistas.
El monarca había conseguido la destrucción temporal de los antiguos partidos políticos, ninguno de ellos de carácter nacional, pero había sido incapaz de sustituirlos con otras formaciones políticas, dando lugar a un vacío en la política yugoslava, en la que el monarca gobernaba apoyándose