El camino del duelo. 2ª ed. Xavier Munoz

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El camino del duelo. 2ª ed - Xavier  Munoz Roure

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semana, el primer mes, el primer año,… y, con ellos, el primer aniversario, las primeras Navidades, los primeros Reyes, Semana Santa, Verano,… Un sinfín de fechas cargadas de dramatismo y dolor inhumanos, a los que enfrentarte sin más ayuda que tu propio ser interior. Un ser maltrecho que parecía no encontrar salida alguna, ni respuesta capaz de dar aliento a quien, desesperado, buscaba cualquier cosa a la que agarrarse, cualquier consejo, libro, palabra, … con tal de saber qué hacer y por donde tirar.

      Desde entonces para acá ya han transcurrido 13 años. Hoy parecen muchos, y no sabría decirte si largos o cortos, quizás sólo esto, años hasta llegar a este momento en concreto, al hoy, un presente en el que el camino realizado te da aquella perspectiva y serenidad que nunca imaginaste llegar a conseguir jamás.

      Parece mentira la enorme capacidad que llegamos a tener escondida en nuestro interior más profundo. Si en aquellos momentos hubiera imaginado o intuido su existencia, quizás hubiera sido todo un poco más llevadero, pero parece ser que sólo con el sufrimiento llegamos a aprender y crecer de verdad. Recorriendo este sendero nació mi libro “El Camino del Duelo. Aprendiendo a vivir después de una pérdida”, con la única intención de aportar mi experiencia a quienes se encontraran dando sus primeros pasos por semejante trayecto infernal. Sólo deseaba ser útil.

      En su momento, y a pesar de mi formación académica, nada sabía acerca del Duelo. Había leído a la Dra. Elisabeth Kübler-Ross en su libro “La Muerte un Amanecer”, pero parecía no recordar ni estar en disposición de creer nada, a pesar de andar como loco buscando lecturas serias sobre la muerte y el duelo.

      Poco a poco fui descubriendo más autores, así como la existencia de algunos centros especializados en el soporte a personas que estuvieran pasando por una pérdida, cosa que me hizo ver lo poco informados que llegamos a estar ante el reto de tener que afrontar una situación tan inevitable como dramática.

      Como he dicho al comienzo de esta sección, han transcurrido ya 13 años, por lo que me veo en disposición de seguir contando lo sucedido, dado que estoy plenamente convencido de que puede ser de gran ayuda.

      Lejos de intentar que nadie tenga que comprar el primer libro, he querido rehacerlo y ampliarlo con toda la experiencia acumulada durante estos años. Eso puede significar ofrecer una perspectiva bastante rica, a la vez que veraz, por lo que creo firmemente en su utilidad.

      Espero y deseo de todo corazón que mi experiencia te sirva, y ojalá te ofrezca un poco de aire y esperanza.

      Hoja de ruta

      Si alguna vez alguien me hubiera dicho que un día como hoy estaría sentado frente al ordenador, dispuesto a escribir acerca del proceso del duelo, y que el contenido de este libro hablaría sobre mi propio discurrir por semejante senda, sencillamente no me lo habría creído.

      Pero…, como suele ocurrir, no soy distinto al resto de la humanidad y, contra todo pronóstico, aquí me encuentro.

      A pesar de todo, no quisiera que éstas fueran unas páginas de muerte y desasosiego, sino de amor y esperanza, porque a la muerte le ha salido un rival imbatible capaz de luchar hasta la extenuación. Ella quizás podrá acabar con todo, pero nunca con el amor. Al contrario que muchos otros sentimientos, éste no tiene fecha de caducidad, sino que vas a descubrirlo renovándose y creciendo a diario.

      Este es, sin duda, el legado más precioso que me ha dejado la mujer de mi vida, a quien sigo amando más allá de la muerte física y a quien intento devolver, a través de mi evolución personal, solo una pequeña parte de todo lo que me ha dado y sigue entregándome a diario.

      Hoy puede parecerte del todo imposible, pero te aseguro que, de la misma forma en que resulta inevitable recorrer este dantesco camino, también resulta inevitable llegar a un final en el que verás al amor vencer al dolor, tardes lo que tardes.

      Introducción

      Marta, mi queridísima esposa, falleció y, al morir ella, también lo hizo una buena parte de mí.

      Como tantos otros, de la noche a la mañana me encontré abocado a una situación dantesca a la que “sobrevivir”. Sin disponer de recursos ni preparación alguna, fuera de mi propia capacidad de reacción, me hallaba frente a una realidad vertiginosa e inevitable. Para colmo, por si no hubiera suficiente con todo el dolor que rasgaba mis entrañas, pronto descubriría que incluso yo mismo me había convertido en un completo extraño para mí.

      Con estas páginas desearía poder llegar a cualquier persona que, habiendo pasado o no por la pérdida de un ser querido, estuviera verdaderamente interesada en ahondar más en el verdadero significado de la vida y, ¿por qué no?, de la muerte. Esta vida tan valiosa que demasiado a menudo se nos escapa de las manos, sin que lleguemos a apreciar su grandeza, extrema belleza y significado.

      Curiosamente, siendo unos seres cuya vida nos viene delimitada por dos acontecimientos cruciales, nacimiento y muerte, inconscientemente nos aventuramos a vivirla totalmente de espaldas a lo que ello pueda significar. Solemos andar totalmente a ciegas, y muchas cuestiones que podrían resultar básicas en nuestra forma de manejarnos por este laberinto al que llamamos vida, no acostumbran a formar parte de nuestros conocimientos y prioridades más absolutos.

      La vida en sí es un regalo, y todo lo que acontece en ella debería ser foco de nuestra atención más intensa. Ella es lo más parecido a un árbol único e incomparable, un árbol de cuyas ramas cae una hoja a diario, una hoja inevitablemente irrecuperable. Caída ésta, nada ni nadie va a poder modificarlo, rectificar, o volver atrás para vivirlo de otra manera. Sencillamente ya no existe, y es de suma importancia no olvidar este detalle, puesto que solemos vivir centrados en “valores” y “obligaciones” que, muy a menudo, ocupan la casi totalidad de eso a lo que llamamos “día”. Trabajo, desplazamientos y obligaciones diversas suelen mantenernos ajenos a los verdaderos valores de lo que significa vivir plenamente.

      Como muchos, yo tenía una vida “normal”. Me sentía felizmente casado, intentando aprender, crecer y ser mejor cada día. Apasionado por mi trabajo, buscaba encontrar aquello que, tanto en lo laboral, como en lo personal, pudiera permitirme alcanzar una vida de estabilidad y felicidad interiores.

      Fallé estrepitosamente una y otra vez pero, a pesar de todos mis errores y limitaciones, que no han sido pocos, siempre fue intentando avanzar y ser honesto. Finalmente, después de muchas y grandes equivocaciones, apareció ella, un ser maravilloso con quien conocería muy de cerca el verdadero significado de las palabras amor y plenitud.

      Mi esposa fue mucho más que esto. Se transformó en inspiración, soporte incondicional, confidente, amante, amiga, cómplice,…, participando plenamente de mi vida en todas y cada una de sus facetas. Compartíamos familia, trabajo, aficiones, proyectos, sueños… Aquello que para tanta gente resulta imposible, en casa fluía a diario, enriqueciéndonos incluso con las discusiones que, en más de una ocasión, también podían surgir.

      Nuestros hijos vivían ya independizados y nos encontrábamos en un momento muy dulce y especial de nuestras vidas, ¡estábamos a punto de trasladarnos a vivir cerca del mar!, uno de nuestros grandes y anhelados sueños.

      Pero…, un buen día, y sin previo aviso, como suele acaecer casi siempre en estos casos, algo empezó a ir mal. Sin tiempo a reaccionar, unas molestias en el abdomen nos pusieron frente a un hecho inesperado, increíble e irreversible. El cáncer había hecho mella en ella, invadiendo la totalidad de su precioso cuerpo.

      En un abrir y cerrar de ojos, a sus 45 años pasó de ser una persona llena de vida, proyectos e ilusiones, a que una traidora metástasis le diera, como máximo, dos meses escasos de vida. Aquellos dos meses, tras luchar por vivir como nunca hubiera imaginado que nadie

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