El camino del duelo. 2ª ed. Xavier Munoz
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La primera reacción fue aceptar plenamente mi negativa a querer regresar directos a casa, ¡necesitaba tiempo! ¿Tiempo para qué? lo ignoraba, pero en aquel instante demandaba con toda mi alma un cambio de entorno. Era mediodía y finalmente no se me ocurrió otra cosa que llevarme a nuestros hijos a comer fuera. No tenía ni pizca de apetito, pero tampoco deseaba abandonarme ni abandonarlos en aquel momento. Era consciente de que me venía encima algo extremadamente duro, y no deseaba bajar la guardia mientras pudiera.
Aquella sería una de las primeras decisiones que tomaba en plena soledad. Los llevé a comer a un restaurante frente al mar, un local donde Marta y yo solíamos ir muy a menudo porque nos encantaba como cocinaban la paella de marisco.
Ciertamente parecía una actitud temeraria, por no decir suicida, pero mi reacción fue absolutamente visceral. Sentí que en aquellos momentos era muy importante no intentar evitar los lugares que tanto habíamos disfrutado y frecuentado, o terminaría por no poder salir de casa. Sabía que aquello iba a dolerme una barbaridad, pero creía del todo necesario no esperar a que las cosas vinieran por su propio pie, decidiendo afrontarlas lo antes posible, sin dudar ni por un instante. Como ya he comentado, quizás podía parecer una actitud un tanto “suicida”, pero era ya tanto el dolor, que se me antojaba imposible que este pudiera aumentar aún más, por lo que nada tenía a perder y, quizás, mucho a ganar.
Pero sepas que aquello no fue en absoluto una heroicidad, ni una cuestión de capacidad, valentía, ni nada parecido, sólo fruto del shock al que estaba sometido y, por ello, parte de la frialdad que aún conservaba. Por mucho que mi profesión pudiera a suponer que estaba preparado para abordar el problema lo mejor posible, resulta más bien todo lo contrario. Por un lado ésta no era, ni de muy lejos, mi especialización, no disponiendo de más información que la que cualquier otra persona pudiera tener al respecto. Por otro, detrás de cualquier título u oficio se encuentra un ser humano, con todas sus virtudes, defectos y limitaciones, pudiendo este perderse con tanta facilidad como cualquier otro, al tener que enfrentarse a una situación de semejante índole.
También, a pesar de que muchos puedan creer que una muerte anunciada da tiempo a “prepararse”, esto resulta del todo falso. Nada tiene que ver lo que uno pueda pensar, sentir, y vivir antes y después del fallecimiento de tu ser amado. Es muy importante resaltar que, en este tipo de situaciones, no hay comparación ni valoraciones posibles que puedan hacer que unas pérdidas sean mejores, o peores que las otras. Estamos hablando de una vivencia personal e intransferible que nadie en el mundo puede pasar por ti, ni llevar siquiera una mínima parte de tu carga. Nunca más nada va a ser lo mismo y, quizás por esto, su efecto será profundamente devastador y transformador para todos.
Una “muerte anunciada” es sólo una forma de distinguir un hecho o acontecimiento. Detrás se esconde un diagnóstico que acaba con tu vida “normal” de un plumazo. Un encontrarte viviendo día a día, minuto a minuto, segundo a segundo, la crueldad de ver impotente como ese ser tan querido es consumido por una enfermedad o accidente. Vivir en tus propias carnes el verdadero significado de saberte insignificante, impotente, inútil e inservible ante quien tanto amas y tanto necesita de ti y de la vida en general. Soportar semejante desgaste interior al descubrirte absurdo y sin herramienta alguna que te permita cambiar nada en absoluto, resulta una experiencia que puede acabar con cualquiera.
Este punto es recomendable tenerlo muy presente, tanto para quienes se encuentran en pleno duelo, como para aquellos que deseen “ayudar”. No se trata de “categorías o tipos de duelo”, ni de “tipos de vínculos”, ni de “superar”, ni “rehacer tu vida”, ni de que “tienes a tus hijos o nietos para cuidar”, ni tantas y tantas calificaciones o frases como se nos ocurren al principio, con tal de dar ánimos con la mejor intención del mundo. No hay ánimo posible, es necesario respetar, con el silencio y apoyo incondicional, dejando que aflore el dolor, con todos sus matices, y facilitar que la persona pueda expresar libremente lo que sienta en cada momento, sin que se encuentre con la desagradable situación de verse obligado u obligada a medir sus palabras para evitar ser juzgado, mal interpretado, o hacer sufrir a nadie. Ninguna lógica resulta útil en aquellos momentos salvo un sincero abrazo y un amor incondicional y sumamente respetuoso.
Hay quien deseará compañía, y hay quien buscará refugio en la soledad sin que por ello esté menospreciando a nadie, pero todos hemos de pasar por un proceso muy íntimo, personal, e intransferible, si deseamos salir bien parados. Y te aseguro que no va a ser fácil ni corto.
Aquí es donde va a aparecer otro de los problemas adicionales con los que nos encontraremos. Pasadas unas semanas, quizás meses, muchas de las espaldas donde nos apoyábamos para llorar van a convertirse en muros de incomprensión, llegando, más de una, incluso a mostrarse aparentemente agresivas, debido a la sensación de impotencia que crea el no saber qué hacer frente a alguien a quien se quiere, y anhela ayudar, pero que parece no reaccionar a la velocidad que uno desearía. Pueden pasar meses, e incluso años, hasta que reencontremos nuestro espacio vital. La rapidez o lentitud con la que empecemos a levantar cabeza nada tendrá que ver con nuestra calidad como sujetos, fortaleza, integridad, ni tampoco del amor que sentíamos, y seguimos sintiendo por nuestro ser perdido. Necesitamos sentarnos frente a la vida y volver a encontrarle sentido, tarea muy ardua y seria a la que muy poca gente se ha enfrentado nunca, y para la que no disponemos de ninguna preparación ni herramientas.
Solemos vivir de espaldas al verdadero significado del ser, y la muerte nos pone frente a tal situación que sólo encontrando respuestas válidas vamos a poder rediseñar una nueva vida, ciertamente no deseada en absoluto en estos momentos pero que, con el tiempo, iremos elaborando. Por ello, a la larga, los cambios que se darán van a ser de una calidad extrema, pero vamos a tardar y mucho.
Pero retomemos el hilo y volvamos a situarnos.
Aquel domingo, después de comer, y hablar largo y tendido con mis hijos, los dejé en sus respectivos hogares y regresé para casa. Al llegar era ya de noche y el simple hecho de entrar en el parking se transformó en una dolorosa experiencia. Nunca más íbamos a hacerlo juntos y debía ir acostumbrándome a ello. Aparqué, subí las escaleras observando, sorprendido otra vez, aquella extraña sensación interior de no identificación con nada, y me dispuse a abrir la puerta de casa. El silencio y la fría oscuridad del recibidor provocaron un doloroso nudo en mi garganta, muy difícil de describir en cuatro palabras. Aquello que tenia frente a mis ojos y que había sido nuestro hogar, ahora se me antojaba extraño y sin sentido pero, casi como un autómata, me dirigí al dormitorio sin pensarlo dos veces.
A la mañana siguiente, viendo que mi cabeza iba a estallar, fue cuando tomé una de las decisiones que, a pesar de temer que pudiera ser un error y muy peligroso, más me han ayudado hasta el día de hoy. Como ya he comentado en el capítulo anterior, iba a dedicar unas horas diarias a escribir a mi esposa, a la vez que llevar algo parecido a un “diario personal”. Una especie de amigo silencioso a quien contar cualquier cosa que se me pasara por la cabeza, sin necesidad de evaluar la conveniencia o no de lo que escribiera. Allí volcaría todos mis sentimientos, dudas, temores, desesperación y amor por Marta, dándome permiso para no reprimir nada, ni tan siquiera el llanto, algo extremadamente difícil para mí, por lo menos hasta entonces.
“Hola amor mío,
Poco pensaba que un día este bloc me serviría para esto, pero la vida lo ha decidido así y en estos momentos no tengo otra forma de hablar contigo que no sea escribiéndote.
El viernes te marchaste para siempre…, lo hiciste de la forma más dulce y suave que jamás hubiera podido imaginar, pero yo me he quedado con tantas cosas por decirte amor mío… ¡¡¡tantas…!!!!
¡¡¡¿Por qué?!!! ¿Qué sentido tiene la muerte? ¿Cuándo podré entenderlo? ¿Y porqué c… debo entenderlo? ¿Qué