El camino del duelo. 2ª ed. Xavier Munoz

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El camino del duelo. 2ª ed - Xavier  Munoz Roure

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sin tiempo para reaccionar, cuando la vida te pone frente a semejante situación, parece del todo imposible que nunca más puedas llegar a recuperarte mínimamente y volver a sentirte vivo. Todos tus esquemas interiores se van al traste. Lo que creías ser tu razón de vivir, y por lo que luchabas a diario, deja de tener ninguna validez, entrando en una fase de desconcierto y soledad fulminantes, donde te ahogas y desesperas hasta límites inconfesables. Nada va a volver a ser lo que era, nada va a tener el mismo significado, nada parece tener el más mínimo sentido, nada te interesa ni motiva y, a pesar de todo, tú sigues vivo y frente al peor de los retos, un día a día repleto de una profunda y salvaje dureza como nunca hubieras podido sospechar.

      ¿Qué hacer con tu vida?, ¿”vida…”, qué vida? ¿Cómo hacerle frente al nuevo día, si ya nada tiene sentido?, ¿existe alguna salida digna para ti?, ¿de qué manera encarar lo que te está por llegar, y cuyo contenido empiezas a intuir y a temer profundamente?

      Desesperación y soledad extremas; desconcierto, enfado y angustia en dosis espantosas; miles de preguntas sin respuesta, llanto descontrolado,… no son sino parte de lo que se te avecina y, en mi más absoluta modestia, deseo que este libro sea capaz de ayudarte en el duro camino que empiezas a recorrer, a la vez que reconfortarte en la esperanza, puesto que, por mucho que hoy puedas creer como imposible e inalcanzable el que nunca más vuelvas a sentir la paz asentada en tu interior, te aseguro que estás lejos de imaginar en qué grado esto puede llegar a ser así.

      Pero vas a tener que pasar por lo inevitable, pues parece ser que sólo así pueden ir creándose en tu interior las piezas de un nuevo puzle que, una vez terminadas, empezarán a encajar hasta dar forma a ese nuevo ser en el que vas camino de transformarte.

      Para que sepas un poco más acerca de mí te diré que, en el momento de empezar a reescribir este libro, ya han transcurrido más de trece años desde la muerte de Marta. Tengo 65 años de edad y me jubilo en pocos días, lo estaré ya cuando leas estas líneas. He trabajado como psicólogo y asesor personal, y a fecha de hoy estoy involucrado en el acompañamiento al duelo, así como en la dirección de múltiples talleres de los que más adelante hablaré. A día de hoy sigo llevando a mi esposa incorporada en lo más profundo de mi ser, y su presencia constante me aporta una paz y una serenidad que nunca hasta el momento había conocido.

      Siempre he sido una persona cargada de curiosidad y necesidad por ahondar en pos de respuestas que me permitieran conocer más a fondo la verdadera realidad del ser humano. Me había especializado en herramientas y técnicas de “auto control” y esto me había permitido observar centenares de experiencias en las que, a todas luces, mis semejantes me mostraron que somos mucho más de lo que pensamos.

      Aquello que en la escuela fueron incapaces de hacerme entender, el trabajo me lo servía con todo lujo de detalles, y pronto llegaría a convencerme de que la frase “hechos a imagen y semejanza de Dios”, era mucho más cierta y palpable de lo que nunca hubiera imaginado. Evidentemente este se convertiría en uno de los principales contenidos en todas mis charlas y cursos, así como uno de los temas favoritos en nuestras largas conversaciones diarias.

      El hecho de vivir y trabajar juntos motivó que a toda hora estuviéramos uno al lado del otro. Disfrutábamos una barbaridad hablando de nuestras cosas, paseando, jugando, bromeando, planeando cualquier actividad a desarrollar,… Pero aquello se había acabado para siempre, nada de lo que llenaba mi vida a diario iba a repetirse nunca jamás. Ella lo había sido todo para mí y, ya desde el primer momento, vi muy claro que no podría soportar su ausencia.

      Estaban los hijos, esto es cierto, pero nuestra vida siempre estuvo marcada por una conciencia plena de que la familia era lo más parecido a un nido de golondrinas. Nuestra función era cuidar el uno del otro, disfrutarnos mientras manteníamos el nido en perfectas condiciones para así, entre los dos, criar a nuestros hijos preparándolos para que un día volaran libres y pudieran encontrar con quien crear su propia familia, mientras nosotros dos seguíamos compartiendo nuestra vida regresando año tras año al mismo lugar.

      Esto significaba que vivíamos el uno para el otro, amando y disfrutando de ver crecer a nuestros hijos, a la vez que deseando que llegara ese día en el pudiéramos recobrar otra vez la libertad y, sin obligación alguna, más allá de las que nosotros dos consideráramos necesarias, reemprender un camino nuevo en el que disfrutar de una segunda juventud. Pero la vida no siempre parece dispuesta a darte lo que deseas o pides, y aquel cuento de hadas se acabó bruscamente, sin la posibilidad de más páginas para escribir.

      Una de las primeras decisiones que tomé, y que más adelante iré detallándote, fue la de atreverme a asumir y respetar todas mis reacciones, fueran estas de la índole que fueran. Desde el primer momento acepté sin complejos la extrema necesidad que sentía por seguir contándole todas mis cosas, en cualquier lugar y a cualquier hora del día, como antes hacíamos, o de lo contrario iba a volverme loco. Por ello, y sin contárselo a nadie, no se me ocurrió nada mejor que, después de encontrar un bloc por estrenar, salir corriendo a la calle para comprar unos cuantos más, con la clara intención de empezar a escribirle a diario. Algo tenía que hacer si o si; o esto ¡o moría de desesperación!

      He de confesar que en aquellos momentos ignoraba si ello iba a ayudarme, o sería una verdadera locura y del todo contraproducente. ¿Me estaría arriesgando a iniciar un proceso patológico grave? Pero decidí seguir pasara lo que pasara. Mi ser interior lo pedía a gritos. Estaba decidido a aceptar plenamente sus consecuencias aunque, en verdad, sentía que tampoco me importaba para nada lo que pudiera ocurrirme.

      Quizás aquello fue, sin darme cuenta de su importancia, la primera decisión que tomé ya metido de lleno en ese nuevo camino al que llamaban “duelo”. Sin necesidad de consultar con nadie que no fuera yo mismo, y desde aquella soledad tan sentida y real para mi, sentí que quería seguir mis propios pasos, aceptando cualquier consecuencia y pasando de cualquier comentario o explicación. Había dejado de importarme cualquier cosa que no fuera ser fiel a mi propio sentir.

      Por otro lado estaba totalmente convencido de que, de alguna u otra forma, ella seguía con vida y, ¿quién podía negármelo? quizás incluso podría verme y escucharme. Aquello me ofrecía la posibilidad de “sentirla”, o “imaginarla”, muy cerca de mí, y resultó lo más parecido a una bocanada de aire fresco en medio de un ahogo mortal. Una forma muy íntima y personal de mantener el diálogo y “contacto” con ella, escribiéndola al empezar y terminar el día, así como tantas veces como se me antojara. De esa forma, mientras daba salida a todo lo que iba ocurriendo en mi interior, me permitía seguir expresándole mis sentimientos y pensar.

      Me dije también, y esa fue otra decisión importante tomada sin saber en aquel momento su gran trascendencia, que si ella seguía viva lo sería en otro estado distinto al que mis sentidos eran capaces de percibirla. Y por ello me prometí a mi mismo aprender a “despertar”, a “estar atento” y usar “otros sentidos” que me permitieran decirle lo mucho que la amaba y, de ser posible, llegar a percibir ni que fuera un atisbo de su presencia y amor hacia mí.

      Hoy, a la vez que la paz se ha consolidado como compañera inseparable de viaje, agradezco en lo más profundo de mí ser aquella genial decisión. Por un lado me proporcionó una forma distinta de relacionarme con ella, suavizando un poco la terrible soledad y desesperación en la que quedé sumido. Poco a poco y día tras día me ayudó a comprender que la muerte no significaba ausencia, sino una presencia distinta. Por otro lado, al repasar y ver el camino recorrido, estoy plenamente convencido de que mi proceso puede ayudarte a comprender la situación por la que estás pasando en estos momentos, convirtiendo aquellos años de dolor en el calor de una mano amiga, o quizás en la tenue pero real luz de un faro muy lejano que te indica la certeza de un puerto esperando tu llegada.

      También reconozco que, para mí, el hecho de que llegue este libro a tus manos, viene a ser una expresión más de mi amor a mi esposa, a la vez que reconocimiento y devoción pura por la inmensa riqueza

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