El camino del duelo. 2ª ed. Xavier Munoz

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El camino del duelo. 2ª ed - Xavier  Munoz Roure

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quería que te marcharas en paz, pero… ¿qué significa “salir de ésta” si no es a tu lado?, ¿qué hago yo ahora?, ¿cómo lo hago?

      Que pataleta te estoy montando, ¿verdad amor?

      Donde te encuentras ahora ¿te llega este escrito?, ¿quizás los pensamientos y sentimientos que nacen de mi al hacerlo?, ¿quizás los de todo el día?, ¡¡¡¿quizás NINGUNO?!!! La vida resulta bien curiosa, y más el conseguir entenderla sin un puñetero manual de instrucciones…

      ¿Qué me gustaría al escribirte? Pues sencillamente hacerte llegar todo lo que siento y he sentido por ti, y contigo. Unos momentos al día destinados a estar a tu lado, sintiendo tu presencia y regalándote mi amor incondicional.

      El nudo en la garganta y las lágrimas que a menudo salen, son de añoranza, melancolía, impotencia, amor, agradecimiento, deseo, rabia, miedo, …

      Fumo demasiado, ¿verdad?

      ¿Dónde te encuentras en estos momentos?, ¿verdad que eres feliz como nunca lo habías sido?, ¿no habría alguna manera de que me visitases de vez en cuando?, ¿ni que fuera a través de los sueños…, pero que pudiera recordarlos claramente al despertar?

      ¿Sabes lo que representa mirar a mí alrededor y saber que, por mucho que te busque, NO ESTAS, NI ESTARAS NUNCA MÁS…?

      ¿Y qué hago yo ahora, amor?

      ¿Está en tus manos ayudarme de alguna forma, cielo…? ¿Ni que tan solo fuera dándome un poco de paz interior?

      ¿He hecho todo lo que estaba en mis manos por ayudarte?, ¿es la muerte una “decisión personal”, por encima de cualquier enfermedad, tratamiento, soporte, ayuda,…, o depende de todo lo que se pueda hacer para luchar contra ella?

      ¿Era necesario que te sedáramos, amor mío…, o quizás eso fue lo que te mató? Días enteros sin comer, durmiendo y sin poder hacer nada para combatir el sueño que te provocaban… ¿fue esto lo que acabó contigo y la lucha que llevabas?, ¿quizás fue la ayuda que necesitabas para traspasar?

      ¿Tu Ser interior fue quien mandó en todo momento? Estas dudas me taladran muy profundamente, ¿sabes?, mucho.

      Creo que voy a ordenar el comedor, ¿de acuerdo?, por lo menos dispondré de un espacio con un cierto orden.

      Regreso enseguida.”

      Aunque muy veladamente, aquí ya empezaban a darse una serie de reacciones que, por bien que aparentemente muy suaves, aumentarían en intensidad y virulencia a medida que transcurrirían los días. Al ser una traducción literal, de un manuscrito hecho sin otra intención que la de aprender a soltar lo que llevaba dentro y, por si no fuera poco, en catalán, que es mi lengua materna, ni las formas ni su contenido deben tenerse demasiado en cuenta, no así los detalles que van surgiendo, propios de la primera fase del duelo.

      Paso a transcribir las cuatro líneas escritas aquella noche e inmediatamente comentaremos los detalles a considerar.

      “Primera noche solo. Muchas imágenes y recuerdos de estos cuatro últimos meses en el hospital. Miro el móvil y ya no tendré que llevármelo a la cama, por si acaso. De inmediato me viene tu voz a la mente, casi irreconocible, llorando, pidiéndome que venga a tu lado. Me levanto a buscar el cenicero y, justo en el suelo, aún hay una maleta. Miro y veo la linterna que ponías en la mesita de noche, para poder controlar la hora, la medicación y tus cosas en el hospital. Imágenes de ti muy debilitada, irreversiblemente deteriorada, y luchando con uñas y dientes, a la vez que llena de pánico a morir.

      Necesito cambiar de chip o esto acabará conmigo.

      Me voy a la cama. Buenas noches amor.”

      Estas pocas palabras no son fieles al sentir real, dado que durante todo el día me encontraba dándole vueltas y más vueltas a tantas preguntas como uno pueda imaginar, a la vez que sometido a un bombardeo constante de imágenes y recuerdos de los dos años de enfermedad. Todos envueltos con un sentimiento desgarrador que me llevaba al llanto con una facilidad pasmosa.

      La sensación interior era la de estar fuera de mi. Pánico a vivir; sentirme extraño conmigo mismo, como queriendo entender qué me estaba sucediendo, ya que no me reconocía en casi ninguna de mis reacciones; notar una sensación de impotencia abrumadora frente a todo; descubrirme como un ser vulgar y corriente, uno más de entre la multitud, alguien sin importancia.

      Si una imagen me ha quedado grabada de los primeros días es la de encontrarme asomado a la ventana viendo pasar la gente por la calle, un tomar conciencia de lo insignificantes que llegamos a ser para el resto del mundo. Veía a la gente ir y venir, totalmente ajena a mi drama, y me sorprendía ver que todo siguiera igual. Incluso para aquellos que nos conocían, la vida continuaba igual que antes, con sus cosas, sus proyectos, su cotidianidad. Marta nunca más iba a estar allí y todos, con más o con menos dolor, tenían obligaciones y “normalidad” en sus hogares, sólo yo me encontraba frente a MI vacío, un vacío mortal al que no sabía cómo hacerle frente, ni de donde sacaría fuerzas para ello. Mi vida se había ido por entero al traste.

      Era tal mi sensación de soledad y desespero, que me vi incapacitado incluso para poder comprender el dolor de personas muy queridas para mi, ni entender más reacción que la mía propia. Sus padres, que perdían a su única hija; su abuela, viuda y ya entrada en años; nuestros hijos…, nadie me parecía que pudiera estar pasando por lo que yo pasaba y, como tal, nadie parecía entender mi situación, por lo que la sensación de ahogo y soledad aún eran mayores. El error era evidente, pero en momentos así todos perdemos parte de nuestra capacidad de juicio y, en muchas ocasiones, esto va a ser la posible causa del rompimiento de lazos familiares, que aún hará más profundo el dolor y la soledad.

      A todo esto había que sumarle una inapetencia absoluta, y el profundo desconcierto al encontrarme continuamente frente a sensaciones y reacciones para mí totalmente desconocidas. Aquello que antes podía gustarme o atraerme de verdad había dejado de motivarme lo más mínimo. Aficiones, intereses, preferencias, ideas, creencias, proyectos, cotidianidad,… todo se había esfumado, dejando sólo espacio para la desesperación más profunda, y una hipersensibilidad atroz. Sólo me mantenía vivo el recuerdo de sus últimos minutos de vida que, después de valorarlo mucho, pienso que merece la pena regalártelo y no dejarlo exclusivamente para mí.

      Era viernes por la noche y, aunque durante todo el día tuve a la familia dando apoyo, me sentí muy aliviado cuando todos se marcharon a cenar. Otra vez quedábamos ella y yo solos, como tanto nos solía gustar. Llevaba dos días en estado de coma irreversible, y yo me sentía terriblemente angustiado. Su respirar parecía mostrar mucho sufrimiento, soledad, y miedo, y me sentía responsable de haber autorizado a los médicos para que le suministraran los sedantes. Algo así como haber firmado su sentencia de muerte.

      Hacía escasamente unas semanas que la doctora de guardia, citándome en una sala a parte, me comunicaba que avisara a la familia porque Marta no pasaría de aquella noche. Consecuentemente habían decidido empezar a administrarle unos sedantes para ayudar a que no sufriera más, e hiciera el tránsito con serenidad. Consentí muy a regañadientes. Yo no podía saber lo que sus médicos habían visto en verdad, pero me aterrorizó la idea. Veía a Marta absolutamente deteriorada pero aún con vida y ganas de luchar y, aunque su aspecto era desolador, ella misma se encargaría de darme la razón.

      Tan pronto se percató de que la medicación empezaba a darle sensaciones distintas a las habituales y que el sueño podía con ella, comenzó a luchar con uñas y dientes por no sucumbir a sus efectos. Intentando abrir los ojos con todas sus fuerzas me preguntó ansiosamente qué le habían dado y,

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