El camino del duelo. 2ª ed. Xavier Munoz
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La conversación que tuvimos fue muy breve, ella notaba que la estaban durmiendo y no lo aceptaba. Yo no podía hacer otra cosa que respetar y aceptar su decisión pues, aunque muy enferma, estaba en su sano juicio. Mi respuesta fue que si se abandonaba al sueño y se permitía descansar, yo le prometía hablar con la médico de guardia para que le quitaran cualquier medicación que la sedara. Fue decir esto y ella caer en un profundo sueño.
Quizás pueda parecer una estupidez pero aquel gesto suyo fue el abrazo más sincero y profundo que Marta podía haberme dado en toda su vida. Significaba un “te confío mi vida”. Tal cual, sin otra interpretación posible. Me estaba diciendo que era tal la confianza que tenía en mí, que simplemente se abandonaba dejando su vida en mis manos. ¿Puede existir algo más maravilloso y profundo que un gesto así? ¿Sería yo capaz de comprender el verdadero alcance de aquel gesto suyo? Aún hoy me faltan palabras para expresarle hasta qué punto me sentí amado en aquel momento. Simplemente fue como si detuviera el mundo para darme un instante de esa intimidad en la que nada ni nadie puede entrar a interrumpirla. Muy difícil de describir con palabras, porque no existe ninguna que se pueda ni tan siquiera acercar.
“Ningún moribundo pedirá una inyección si lo cuidáis con amor y si le ayudáis a arreglar sus problemas pendientes.”
(Dra. E. Kübler-Ross)
A pesar de todo, semanas después llegó el momento más temido por mí. Esta vez sabía que ya nada se podía hacer. Su cabeza ya no era la suya y todo anunciaba que el final estaba muy cercano. Se le administraron los sedantes y poco a poco entró en un sueño profundo, aunque su respiración seguía siendo un lamento a gritos. Nada podía hacerse, no había marcha atrás dado que su cerebro estaba ya alterado del todo, y aquel respirar me mataba lentamente. De pronto, sin más, sentí la necesidad de apoyar mi cabeza junto a la suya, invadiéndome de inmediato una extraña y fortísima sensación de paz y dulzura, que no sabría describir en palabras, algo así como si ella estuviera abrazándome con todo su amor.
De inmediato me encontré hablándole muy suavemente, contándole con tanta dulzura como era capaz que no tuviera miedo, que estaba a punto de encontrarse frente a una luz maravillosa que la llenaría de un amor y paz indescriptibles. Le conté que la estaban esperando y que iba a sentir una sensación de “hogar” preciosa, comprendiendo de inmediato lo fantástica y querida que llegaba a ser. Le dije cómo llegaba a amarla y le pedí que no sufriera por mí, que si se resistía a partir por no dejarme sólo, yo ya estaba preparado, prometiéndole que sabría salir de la situación en la que me quedaba, y que muy pronto íbamos a encontrarnos otra vez. Volví a hacer hincapié en lo maravilloso de lo que le estaba esperando, pidiéndole que marchara muy tranquila y llena de mi amor.
Justo al terminar de hablarle, hizo tres respiraciones lentas y muy suaves, sin ninguna muestra de tensión o sufrimiento, y su cuerpo quedó dulcemente inerte. Todo había terminado. Fue como sentirla abandonar su cuerpo, dejándome con una sensación de paz indescriptible, a la vez que un profundísimo agradecimiento, no solo por todo lo que me había dado, sino por regalarme su partida en la más íntima exclusividad.
Quizás esto pueda hacer pensar que su muerte sea más soportable que otras, pero hay que recordar que nuestro dolor es intransferible e imposible de cuantificar, por lo que no hay comparación posible a realizar. Es del todo cierto que nada tiene que ver una despedida de ese tipo a una visita o llamada para comunicarnos el fallecimiento inesperado de nuestro ser querido pero, a pesar de ello, el proceso en el que entramos es tan largo y complejo, que todos terminamos perdiendo absolutamente nuestro norte.
Pero ciertamente me siento afortunado por poder contar lo sucedido porqué me permite hablar de algo que considero muy importante. Ella estaba en coma. Entonces… ¿qué o quién hizo que me acercara a su cama, justo en aquel preciso instante y le hablara como lo hice?, ¿todo lo sucedido tiene algún otro significado que no sea el saber que, de alguna manera, ella me llamó, me “abrazó”, me contó su sentir, escuchó y decidió partir en paz y llena de amor, después de “besarme” dulcemente?
¿Decidir partir?, ¿escuchar y hablar en pleno estado de coma?, ¿nosotros ser capaces de “escuchar” con algo distinto a nuestros oídos?, ¿fue su último regalo el mostrarme que la vida es mucho más de lo que imaginamos?
Sinceramente, en aquel momento creo que recibí uno de los tesoros más valiosos que un ser humano puede recibir. Marta me mostró que el trance se efectúa sin dolor, que verdaderamente HAY vida después de la vida, y de una belleza sin igual, me mostró también que el ser humano puede comunicarse más allá del habla, que somos mucho más que cerebro y, si he de ser sincero, creo que todo lo que ella quiso decirme está grabado en lo más profundo de mi ser, a pesar de que hoy siga sin poder expresar lo que ello significa para mí.
“Una luz brilla al final. Esa luz es blanca, de una claridad absoluta, y a medida que os aproximáis a ella, os sentís llenos del amor más grande, indescriptible e incondicional que os podáis imaginar.”
(Dra. E. Kübler-Ross)
Me encanta encontrar relatos antiguos donde, con el lenguaje propio de su época, nos vienen a confirmar lo que hoy estamos “descubriendo”, fuera de cualquier otra pretensión que no sea la de mostrar fríamente lo que nuestros pacientes nos han contado después de vivir más allá de la muerte.
Este es el relato de San Salvio de Albi, jerarca de la Galia del siglo VI, a su amigo Gregorio de Tour tras volver a la vida, después de permanecer muerto la mayor parte del día:
“Cuando mi celda se sacudió cuatro días atrás, y tú me viste muerto, me levantaron dos Ángeles y me llevaron a la más alta cumbre del Cielo y bajo mis pies se veían, no sólo ésta lamentable tierra, sino también el sol, la luna y las estrellas.
Luego me pasaron por una puerta que brillaba más fuerte que el sol y entraron al edificio, donde los pisos brillaban de oro y plata. Esta Luz es imposible de describir. Este lugar estaba lleno de gente y se extendía en todos los sentidos, tan lejos, que no se veían sus límites.
Los Ángeles abrieron camino ante mí a través de la muchedumbre y entramos a aquel lugar al cual estaban dirigidas nuestras miradas aun cuando todavía estábamos no muy lejos.
Sobre el lugar había una nube luminosa, más clara que el sol, y de ella escuché la Voz, que parecía la voz de muchas aguas. Luego me saludaron ciertos seres, algunos vestidos con vestiduras sacerdotales, otros en vestimenta común. Mis acompañantes me explicaron que éstos eran mártires y otros santos. Mientras estaba parado allí, percibí alrededor de mí un perfume tan agradable, que era como si me alimentara, ya que no sentía necesidad ni de comer ni de beber.
Luego una voz desde la nube dijo: “Que este hombre retorne a la tierra, porque es necesario para la Iglesia.” Yo me prosterné en el suelo y lloré. “Helas, helas, Señor — dije — ¿Por qué Tú me mostraste todo esto, sólo para luego quitármelo?” Pero la Voz contestó: “Ve en paz, Yo te guardaré hasta que te devuelva de nuevo a ese lugar.” Entonces, llorando me fui a través de la puerta por donde había entrado.”
Algunos consejos para estos primeros días
No te preocupes demasiado por los demás y aprende a llorar. Deja y acepta que salga todo lo que pase por tu interior sin reprimirte sentimientos de ningún tipo. Has de llorar, debes hacerlo, no quieras controlarte o quedará mucho dolor por salir y, tarde o temprano, podrías empezar un proceso patológico que no lleva a ninguna parte. Si tienes con quien compartir momentos en silencio, alguien cuya presencia o compañía te reconforte, no lo dudes ni por un instante, visítales, serás bien recibido/a y sin tener que dar explicación alguna. Entra simplemente a tomar un café y marcha cuando lo desees, te