Naturaleza de la Ciencia para Todos. Waldo Quiroz Venegas
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Es cosa que usted ponga mucha atención a sus sentidos y encontrará muchas regularidades en la naturaleza, como la que se muestra en la Figura 6 y se dará cuenta que la naturaleza no solo es bella, sino que tiene cierto orden, es decir, no es caótica. Incluso existen regularidades que bordean “lo místico” tal como la proporción áurea que se da en ciertas figuras geométricas. Pero también, en muchos objetos naturales como las conchas de ciertos moluscos, en la posición de los pétalos de las flores, las proporciones de nuestras partes del cuerpo. Lo mismo pasa en general con la capacidad de camuflarse de muchos seres vivos o los patrones de cristalización de las sales o del agua como se muestra en la misma Figura 6.
Figura 6. Ejemplos de la proporción aurea y de otros patrones naturales. (Fotografías de http://commons.wikimedia.org)
Los niños son expertos en dar cuenta de estas regularidades, aún recuerdo cuando me di cuenta que las hormigas en general todas marchan en filas. Junto con mi hija nos dimos cuenta recientemente que los gatos no resisten el escuchar un sonido sin ver el objeto que lo emite, como también el que los perros odian los ruidos “fuertes”.
¿Cuál es la causa de estas regularidades? Muchos de los científicos creemos que estas regularidades se dan porque la naturaleza se comporta en base a leyes, es decir, en la naturaleza existe el principio de causalidad, en donde por ejemplo lo que observamos se debe a una causa y no algo meramente caótico o mágico. Para los que somos además creyentes, relacionamos este orden con leyes armónicas creadas por una inteligencia superior (Dios para mí), los nocreyentes los relacionan con algún principio antrópico que plantea que este universo, esta realidad es así por cuanto a que sólo así es viable, es sustentable, sólo así los objetos materiales no colapsan, no se extinguen. Es cierto, si la magnitud de la gravedad o de la atracción coulómbica fuese ligeramente distinta, los átomos se destruirían, los sistemas planetarios se desintegrarían, pero, bueno, queda en el ámbito de las creencias el plantear esto como algo fortuito o como una realidad planificada por una inteligencia superior.
Al igual que existen propiedades esenciales y propiedades circunstanciales, también existen correlaciones causales y correlaciones casuales. Por ejemplo, la estrecha correlación que existe entre las enfermedades cardiovasculares y el consumo de cigarrillo no es una mera casualidad, sino que es una correlación que obedece a un patrón causal, la causa es el consumo de cigarro y el efecto es que en 20 años tiene un 50% de probabilidades de morirse por enfermedades gatilladas por ese vicio.
Por el contrario, la correlación existente entre la madurez emocional y el uso de calzado formal por sobre el uso de zapatillas deportivas es una correlación casual, obedece a una mera moda, a un estereotipo. Antiguamente, esta misma correlación se establecía con el uso de sombreros de copa, el día de mañana quizás la moda cambie.
Existe una estrecha correlación entre la acumulación de escombros y la presencia de ratones, ahora bien esta correlación es casual, no causal. Esta confusión entre casualidad y causalidad llevó erróneamente a Van Helmont a afirmar que para generar ratones había que mezclar maderas o trozos de género con granos y en algunas semanas los ratones emergerían de esta materia inerte, bajo la idea que toda la materia posee una especie de energía vital (vitalismo) (Banchetti-Robino, 2011).
Hasta acá con los objetos y propiedades observables y sus regularidades. Este breve análisis nos ha aportado una de las primeras conclusiones acerca de la estructura de la naturaleza y es que ella está constituida de objetos y que estos pueden compararse e incluso clasificarse respecto de las propiedades que comparten y las propiedades que los diferencian.
Además, gracias a estas propiedades podemos percatarnos del orden y las regularidades que se presentan en nuestra realidad y que esta no es caótica, por lo que no está de más embarcarse en la aventura de intentar comprender este orden.
El apelar a los objetos observables y las propiedades fenoménicas para enfrentar la aventura de conocer nuestra realidad es una primera etapa, la cual es “económica” respecto de los recursos monetarios e intelectuales que se requieren para acceder a ellas, pero no son suficiente para lograr un conocimiento profundo de nuestro universo material. Para ello necesitamos incluir en nuestro análisis a los objetos inobservables y a las propiedades transfenoménicas, de lo contrario los niveles microscópicos y cosmológicos de nuestro universo y las conexiones que presentan estos con nuestro nivel nos estarían limitados.
Si el siguiente párrafo lo hubiese escrito hace 300 años, creo que muy pocos lectores me creerían o me entenderían. Afortunadamente debido a la gran influencia que tiene el conocimiento científico en la base cultural de la mayoría de las civilizaciones actuales, lo que escribiré a continuación será incluso obvio para muchos de ustedes.
En la naturaleza existen muchos objetos que no podemos observar, es decir, que son inaccesibles a nuestros sentidos. Así por ejemplo, los átomos, moléculas, virus, galaxias, agujeros negros, bacterias, células, ácaros, leptones, quarks, neutrinos, bosones (y la lista suma y sigue) son sólo algunos ejemplos de objetos inobservables para nosotros.
Quizás, muchos de ustedes me dirán que sí han visto una célula, pero esas observaciones son a través de instrumentos, como el microscopio. Nótese que los cuatro últimos objetos de la lista anterior son inobservables incluso con el microscopio más poderoso. Por otra parte, tengo entendido que nuestro ojo puede ver con dificultad un objeto del tamaño de un óvulo humano y por ahí anda el tamaño límite de los objetos más pequeños que podemos observar sólo con nuestra visión desnuda.
La naturaleza está constituida entonces por objetos observables e inobservables para nuestros sentidos (entienda observación desde el punto de vista de nuestros 5 sentidos y no sólo de la visión) y existe una zona limítrofe que dependerá de nuestra capacidad de observar directamente o a través de un instrumento a objetos sumamente pequeños como los átomos o sumamente grandes como las galaxias.
Esta afirmación que la mayoría de los niños de hoy pueden asimilar sin mayores dificultades, no es algo menor y es que gran parte de estos descubrimientos de objetos inobservables se los debemos a la ciencia. Así por ejemplo, antiguamente se desconocía la existencia de los micro-organismos y por lo mismo se creía que las enfermedades eran endógenas, es decir, que se producían por un “mal funcionamiento” del cuerpo del enfermo. De hecho muchas de las muertes de mujeres cuando daban a luz sus bebés eran causadas por parteros que no se lavaban las manos. Esta práctica cambió cuando se comenzó a sospechar que la enfermedad podía ser transmitida por el material que se pegaba a las manos de los parteros. Esta sospecha quedó confirmada posteriormente cuando se pudieron observar los primeros micro-organismos patógenos.
El ejemplo de la sospecha de objetos inobservables como los micro-organismos y la posterior confirmación de su existencia no es el único. Así por ejemplo, las primeras sospechas de la existencia de partículas elementales constitutivas de toda la naturaleza provinieron desde Demócrito y su supuesto discípulo Leucipo (supuesto porque no hay evidencias que realmente existió). Lo mismo con las sospechas de la existencia de agujeros negros, los cuales se postuló su existencia sobre la base de predicciones teóricas respecto de estrellas súper-masivas.
Uno de los grandes aportes de la ciencia, sobre todo de la ciencia de los