Lituma en los Andes y la ética kantiana. Fermín Cebrecos

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Lituma en los Andes y la ética kantiana - Fermín Cebrecos

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del socialismo, recibió el premio “Rómulo Gallegos” por su novela La casa verde, aseveró que “un escritor que renuncia a pensar por su cuenta, a disentir y opinar en alta voz ya no es un escritor sino un ventrílocuo”. Postulaba, en ese entonces, que solo el socialismo podía, “al asentar las bases de una verdadera justicia social, dar a expresiones como ‘libertad de opinión’ y ‘libertad de creación’ su verdadero sentido”. Diez años más tarde, una vez padecido el desencanto con el “marxismo teórico y real” (Vargas Llosa, 2010, p. 242) y consumada su Kronstadt2, MVLl iniciaba su conversión hacia el liberalismo democrático, pero manteniendo una fe igual de inconmovible en el poder de la palabra.

      También es dable toparse en sus novelas con recreaciones lúdicas (el escritor arequipeño no pocas veces hace gala –nunca estentórea, aunque siempre inteligente– de un sentido “cachaciento” del humor), pero ellas están supeditadas a una literatura comprometida con lo que, en términos más grandilocuentes que su significado, podría denominarse “verdad” y “libertad”. La identificación de MVLl con la palabra-acto de Jean Paul Sartre constituye una deuda de la que jamás abjuró. En consonancia con esta trayectoria, jalonada de hitos procedentes del cristianismo y del marxismo, afirmó en marzo de 1996: “Las ideas –las palabras– no son irresponsables y gratuitas. Ellas generan acciones, modelan conductas y mueven, desde lejos, los brazos de los ejecutantes de cataclismos” (Vargas Llosa, 2012a, p. 139). Y confirmó en 1999: “Sartre escribió que las palabras eran armas y que debían usarse para defender las mejores opciones (algo que no siempre hizo él mismo)” (Vargas Llosa, 2010a, p. 12). Le cupo, en su opinión, a José Ortega y Gasset llevar a cabo magistralmente dicho rol en nuestro idioma (Vargas Llosa, 2012a, p. 12), pero MVLl es consciente de que también él mismo ha de cumplir, como escritor, esta misión. No resulta extraño, entonces, que en La civilización del espectáculo, hablando del periodismo e incorporando en él su propio propósito, sostenga: “Su función es, también, orientar, asesorar, educar y dilucidar lo que es cierto o falso, justo o injusto, bello y execrable en el vertiginoso vórtice de la actualidad en la que el público se siente extraviado” (Vargas Llosa, 2012a, p. 58).

      Cuando expresa que “la verdad es que siempre trato de escribir de la manera más desapasionada posible”, puesto que existe incompatibilidad entre las “ideas claras” y una “cabeza caliente” (Vargas Llosa, 2012a, p. 9), está reafirmando, aunque reconoce que no siempre lo consigue, una suerte de sometimiento de las pasiones a la razón. No se trata, en la creación literaria, de un “dar razón de lo que se dice” (légein) mediante proposiciones lógicas o contrastables empíricamente. Más aproximados a la objetividad están sus artículos periodísticos, entrevistas y ensayos, actividad en la que MVLl funge, muchas veces, de narrador cuasiomnisciente y abre una puerta menos difuminada hacia su teoría del conocimiento y hacia su ética. Puede afirmarse que en gran parte de su producción periodística predomina la casuística moral, y de ella selecciona determinados problemas, emite juicios éticos sobre su materia y trata de justificar racionalmente el porqué de su evaluación.

      Sin embargo, también en sus novelas, de modo indirecto y casi siempre hermosamente camuflado, hay un mensaje racional. MVLl se siente más cómodo en la Ilustración que en el pensamiento posmoderno, y es su confianza en la razón humana, expresada con “rigor intelectual”, “audacia imaginativa” y “elegancia expresiva” –tal como pone de manifiesto en su comentario de La mort du gran écrivain, ensayo de H. Raczimow– (Vargas Llosa, 2012a, pp. 76-77), la que, entre otras cosas, le permite manifestar su pesimismo frente a, por ejemplo, la banalización actual de la cultura. Que el pensar no haya desembocado en un realismo épico capaz de cambiar el mundo, no impedirá que MVLl, fiel al contenido de los ideales ilustrados que sintetiza la XI tesis de Marx sobre Feuerbach, persista en que la cultura light de nuestro tiempo ha de ser interpretada como una pérdida de la fe en la repercusión moral de la palabra y que esta, irracionalmente expresada, conducirá a un final deplorable.

      Es el poder crítico de un posilustrado el que le hace tomar conciencia de que la Ilustración no ha cumplido su propósito y ha devenido, más bien, en una cultura “frívola” que tiene su origen en una “tabla de valores invertida o desequilibrada”. En La civilización del espectáculo se lee:

      Nunca hemos vivido, como ahora, en una época tan rica en conocimientos científicos y hallazgos tecnológicos, ni mejor equipada para derrotar a la enfermedad, la ignorancia y la pobreza y, sin embargo, acaso nunca hayamos estado tan desconcertados y extraviados respecto a ciertas cuestiones básicas como qué hacemos aquí en este astro sin luz propia que nos tocó, si la mera supervivencia es el único norte que justifica la vida, si palabras como espíritu, ideales, placer, amor, solidaridad, arte, creación, belleza, alma, trascendencia, significan algo todavía, y, si la respuesta es positiva, qué es exactamente lo que hay en ellas y qué no. La razón de ser de la cultura era dar una respuesta a este género de preguntas. Hoy está exonerada de semejante responsabilidad, ya que hemos ido haciendo de ella algo mucho más superficial y voluble: una forma de diversión para el gran público o un juego retórico, esotérico y oscurantista para grupúsculos vanidosos de académicos e intelectuales de espaldas al conjunto de la sociedad. (Vargas Llosa, 2012a, pp. 200-201)

      MVLl está convencido de que, merced al imperio de la civilización del espectáculo, se ha perdido distinción axiológica, en sentido ético y estético, de lo que separaba lo bueno de lo malo y lo bello de lo feo. En el pasado la cultura era, según él, sinónimo de “una conciencia que impedía a las personas cultas dar la espalda a la realidad cruda y ruda de su tiempo”. Hoy, sin embargo, su convicción es que la cultura predominante nos sumerge momentáneamente en un “paraíso artificial”, ya que equivale a “poco menos que el sucedáneo de una calada de marihuana o un jalón de coca”, o, en expresión más englobante, a “una pequeña vacación de irrealidad” (Vargas Llosa, 2012a, pp. 201-202).

      Al ser la cultura actual un campo de “fronteras volátiles”, faltan en ella “denominadores comunes”, patrones éticos, estéticos y epistemológicos que ayuden en la tarea de diferenciar lo bueno de lo malo, lo sublime de lo trivial, lo auténtico de lo postizo, lo verdadero de lo falso. Si desaparecen las categorías que establecen la jerarquía axiológica, se caerá, según MVLl, en el reino del embuste y del “todo vale”; de ahí que, en una cultura como la actual, donde impera la frivolidad, “hablar de la moda” sea, por ejemplo, “más importante que hablar de filosofía” (Vargas Llosa, 2012a, p. 203). Cuando se subraya el rol que les cabe a las humanidades, y en ellas especialmente a la filosofía, como garantes no solo del pensamiento crítico, sino de la ciudadanía democrática, lo que se hace es prolongar los ideales de la Ilustración, los cuales, aunque tendientes a universalizar los logros racionales, deben admitir el liderazgo de las élites. Estas, entendidas en su dimensión cultural, no pueden desentenderse de la relación ineluctable entre cultura y poder, relación en la que, dado el pragmatismo exacerbado de la época actual, descreen las élites políticas. Lo “culto”, leído como no vinculante a los dividendos de la economía y de la técnica, no es necesario para triunfar en la vida.

      ¿Qué hacer ante este desplome de valores éticos y estéticos, ante la oleada de irracionalidad que invade la cultura? Un heredero de la Ilustración como MVLl no se erige tan solo en un testigo de la decadencia; ha de ser, ante todo, un opositor a que se mantenga y perdure. No hay que acentuar, en esta coyuntura, su pesimismo, sino, antes bien, su fe en que el dúo voluntad humana-razón reemplazará en el futuro, de acuerdo con las expectativas de la Ilustración, las sombras por la luz:

      Lo peor es que probablemente este fenómeno no tenga arreglo, porque forma ya parte de una manera de ser, de vivir, de fantasear y de creer de nuestra época, y lo que yo añoro sea polvo y ceniza sin reconstitución posible. Pero podría ser, también, ya que nada se está quieto en el mundo en que vivimos, que ese fenómeno, la civilización del espectáculo, perezca sin pena ni gloria, por obra de su propia nadería, y que otro lo reemplace, acaso mejor, acaso peor, en la sociedad del porvenir. (Vargas Llosa, 2012a, p. 203)

      La

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