Malestar en la civilización digital. Jean-Paul Lafrance

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Malestar en la civilización digital - Jean-Paul Lafrance

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les pedían nada en términos financieros. Los medios, en general fuertemente regulados en cuanto al formato (como los diarios, la televisión y el cine), tampoco se sintieron concernidos. Cuando las empresas de TI (tecnologías de la información) revelaron sus planes de negocios, grande fue el asombro: ¿cómo era posible que ellas hicieran tanto dinero creando servicios interactivos donde clientes y productores se entendían para coexistir como carne y uña, y sin reglas precisas? Después de todo, se decía, no son más que operaciones de negocios entre un cliente y un productor, y no es habitual para los Estados inmiscuirse en actividades comerciales de ese tipo. Cuando se usa Facebook, se puede ingenuamente pensar que todo ello es solo un asunto individual, gracias a un “contrato” más o menos implícito entre internautas y una empresa que tiene el cuidado de decir a esos ingenuos usuarios que ella utiliza sus datos “para mejorar el servicio”. Después de todo, estamos en el mundo de la gratuidad; por otra parte, ¿qué puede hacer la compañía con las insignificantes informaciones que yo le doy…? Pero convengamos en que cuando se sabe que las acciones en la bolsa de Apple, Amazon o Facebook superan las de las petroleras como Shell, Total o BP, o las de los fabricantes de automotores como General Motors, Renault o Toyota, o las de los principales bancos del mundo, hay sobrado motivo para interrogarse. El diablo se esconde seguramente en los detalles.

      El capitalismo informacional

      Lo que la mayoría de nuestros economistas y dirigentes no habían entendido es que el fenómeno de internet no era una pequeña oportunidad para informáticos brillantes (los geeks), sino una revolución económica, un cambio de paradigma en la manera de hacer negocios y dinero. A fines del siglo XX, el capitalismo iba a cambiar completamente para convertirse en un capitalismo informacional o cognitivo, basado en la explotación de una riqueza común, el dato, o, como se dice corrientemente, los data; y cuando digo común, es porque se trata de un bien colectivo (lo que pertenece a todos no pertenece a nadie), aunque en su origen solo es la agregación de datos individuales multiplicados por millones y billones. En el escándalo de la estratagema de Cambridge Analytica de utilizar los datos de 80 millones de abonados de Facebook con fines políticos, algunos pretenden que habría que haber sido más prudente: debemos controlar individualmente nuestros datos personales, cambiarlos, cambiar nuestros parámetros e incluso desconectarnos de Facebook (de allí el hashtag #deletefacebook). Pero el hecho es que, sin darnos cuenta, dejamos nuestros datos en todos los lugares por donde nos movemos en este planeta, y perdemos muy rápidamente la posesión de esos datos que velozmente se convierten en anónimos; son anonimizados y desaparecen en la masa de los big data por procesar, lo que indica que se trata precisamente de una riqueza colectiva.

      La genialidad de Jeff Bezos de Amazon, de Bill Gates de Microsoft o de Serguéi Brin y Larry Page de Google es haber sabido captar el valor de los data en su provecho, sin pedir permiso a nadie, en particular al consumidor que utiliza su sistema pretendidamente “gratuito”. Yo no estoy seguro de que Mark Zuckerberg, al crear Facebook para reunir a la comunidad estudiantil de su universidad, supiera desde el inicio cómo ampliar su clientela a todo el planeta y, sobre todo, cómo rentabilizar financieramente su gigantesca red. Si él no encontraba un modelo de negocios (business model) rentable, quebraría; y le llevó varios años poner a punto dicho modelo de negocios. Desde el principio, decidió que todos esos datos (llamados personales) le pertenecían a él y que podía utilizarlos libremente para hacer progresar su empresa, transformando a sus usuarios en compradores, focalizando sus ganas y sus deseos, orientando sus decisiones hacia sus propios productos o los de sus asociados. ¿Quién dijo que la moda consistía únicamente en responder a las necesidades de los compradores, cuando en realidad se trata de orientar sus deseos hacia los productos ofrecidos por una empresa o por una de sus asociadas, inflando su poder de comprar al facilitar sus intercambios a distancia?

      El problema no es, entonces, el candor pregonado como virtud de Zuckerberg; es la filosofía libertarista que él practica. Una filosofía muy en boga en Silicon Valley que se resume así: todo está permitido hasta que se prohíba formalmente. En inglés, se dice “Don’t ask permission ethic” (Cardinal, 12 de abril del 2018). Esta manera de proceder se remonta a la época de Napster —recordemos que era en los años noventa—, que le ofrecía a quien quisiera compartir la escucha de la discoteca de cualquier persona, sin pagar los derechos de autor a los artistas ni a las productoras musicales. Napster, que gozaba de gran popularidad entre los internautas, se rehusaba categóricamente a pagar nada a los creadores, so pretexto de que no era ni un fabricante ni un distribuidor de contenidos.

      La llave del éxito de las plataformas en Estados Unidos

      Solemos aceptar como evidente el hecho de que Google, Facebook o Uber serían las encarnaciones de esos modelos “disruptivos”, que funcionan a base de innovación.

      El éxito de las empresas de Silicon Valley sería el resultado del mercado que se dejó en libertad para que liberaran la innovación. Y normalmente se las contrapone a las empresas “tradicionales”, que se atarían a modelos de negocios ya superados y reclamarían protección contra los rigores del libre mercado. No obstante, el dinamismo tan celebrado que emana de Silicon Valley no radica únicamente en su predilección innata por el riesgo y la innovación.

      Una parte del éxito de las empresas que desarrollaron plataformas en la web deriva de un estatuto jurídico preferencial otorgado en los años noventa por los legisladores norteamericanos1. Se trata de un estatuto del que no se beneficiaron las empresas europeas, asiáticas ni canadienses. Un estatuto que vale por sí solo muchas ganancias.

      ¿Qué es el data mining?

      En inglés, se dice que el equipo de Facebook hace data mining con los datos de los usuarios de su sistema, es decir, la extracción o la exploración de datos, la prospección y la extracción en masa de datos personales (big data), o aun la extracción de conocimientos a partir de esos datos. El data mining tiene por objeto crear conocimiento a partir de grandes volúmenes de datos, de crear algoritmos capaces de determinar el comportamiento de las empresas y de los individuos llamados a realizar una cierta acción compleja. Se puede apreciar la metáfora minera, porque ella muestra pertinentemente que los big data constituyen una riqueza natural (que teóricamente pertenece a todos y a nadie), como el agua, el aire, el petróleo, el carbón, etcétera, y cuyos únicos costos dependen, en general, de los trabajos de exploración y de prospección, puesto que no se paga la materia prima. Esto fue considerado así hasta hace poco tiempo, esto es, hasta que nuestra conciencia ecológica nos demostró que todas las riquezas naturales a la larga se agotan y que es imperioso que moderemos nuestros apetitos prevaricadores. Entonces los Estados crearon impuestos verdes, tasas de carbono, fondos generacionales, y decidieron actuar colectivamente para proteger esas riquezas naturales estableciendo reglas en los grandes foros como la COP21 (y las otras que seguirán, puesto que la COP24 en el 2018 es la última a la fecha), o reuniones del G7, del G14 o del G20, gracias a organismos multilaterales como la Comisión Europea, la OCDE o la UNESCO, entre otros. En el caso de la ecología, recién se comienza a encontrar algunas soluciones para enmarcar o regular la fortuna y las prácticas de las gigantes mineras o petroleras.

      Cuando se trata de grandes proveedores como las GAFAM, basta con ver el capital de Bill Gates, de Jeff Bezos o de Mark Zuckerberg para comprender el poder del capitalismo cognitivo e inmaterial de hoy con respecto al capitalismo industrial de producción, que opera sin límites ni regulaciones, únicamente con las reglas del mercado. Es imperioso reconocer que el ciberespacio está constituido por ciudadanos, y no solo por “consumidores” que consienten, dice Pierre Trudel (13 de marzo del 2018). Por más que Zuckerberg lloriquee delante del Congreso americano y se excuse mil veces, la cosa no funciona, puesto que es su business model. Él hace su fortuna explotando a millones de usuarios mediante su sistema de Facebook; vende su clientela (y la necesidad insaciable de comunicación social de los usuarios) y sus datos a quien quiera explotarlos. En una palabra, tiene entre sus manos una máquina de hacer dinero.

      ¿Google

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