Las miradas múltiples. Emilio Bustamante
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Dov Simens recomienda que las producciones tengan un look internacional; al elegir locaciones nacionales muy precisas, ¿no estarías apartándote de esa recomendación?
La intención de mis locaciones no es mostrar turismo. He aprendido a armar un gran guion desde la perspectiva del maestro Dov Simens. Él me ha dado unos tips precisos para no moverte cada cinco minutos del asiento, para que la película te atrape, te entretenga, te mantenga vivo, no dormido. Eso es lo que capté. Bueno, escribí una historia y dije: “Estos escenarios los tengo que conseguir, no importa dónde sea, aunque sea tendré que viajar a China, pero este escenario quiero”. Lo encontré en Chiclayo, pero no es que quiera vender Chiclayo. No nos interesa vender lugares; nos interesa que la película sea sólida, se enfoque en un género y le guste a la gente. Si voy a usar Cusco, Choquequirao, es porque conozco ese lugar y se asimila a mi historia. La película va a confundir, la gente se va a preguntar si es una película peruana o no. Porque al final hacemos lo que nos gusta, el género, en este caso las artes marciales. Otras películas se hacen por moda; por ejemplo, como todos hacen terror, yo también tengo que hacer terror. No siempre sucede eso. Pero al final no considero el cine como arte solamente, sino como arte y negocio, porque si no pienso en eso, ¿cómo voy a hacer dos, tres películas? Dorian [Fernández-Moris] lo tiene bien claro. Él dijo: “Tengo una cámara y hago algo al estilo La bruja de Blair, busco actores y me sale Cementerio general; no importa que la gente diga está mala o está buena, pero yo tengo un objetivo: seguir haciendo películas”. Mi objetivo ahora es hacer una película veinte o treinta veces mejor que El guerrero chanka, si no, mejor no la hago. Mi película tiene que gustar a la gente y tiene que capitalizar más.
(Edición: Emilio Bustamante)
AREQUIPA
Roger Acosta Escobar
Estudió animación en Anivisa, en Lima. Trabajó en la empresa de animación Procesca Films. Reside en Arequipa, donde se ha dedicado al diseño, la publicidad y la realización audiovisual. Ha dirigido los largometrajes Mónica, más allá de la muerte (2006), Torero (2008) y El cura sin cabeza (2014). Organizó el Primer Encuentro de Cine Andino, Arequipa 2008, y el Segundo Encuentro de Cine Andino, Arequipa 2013, a los que concurrieron cineastas de diferentes regiones del país. La entrevista fue realizada el 6 de agosto del 2013, en Arequipa.
¿Cuándo y dónde naciste, y a qué se dedican tus padres?
Nací en Juliaca, Puno, en 1963. Mi padre era de San Martín y mi madre de Quillabamba, Cusco. Mi padre era policía; como los andan cambiando para todos lados, supongo que en algún momento llegó por las tierras de mi madre, se conocieron y, bueno, formaron una familia. Yo soy el último de diez hermanos.
¿Qué estudios hiciste?
Estudié en el colegio franciscano San Román hasta tercero de secundaria, y luego en el colegio Las Mercedes de Juliaca. Desde muy chico ya dibujaba y mis mejores notas eran en Educación Artística. Un año casi perdí el colegio porque iba matiné, vermouth y noche a ver películas. Veía películas mexicanas, hindúes, de todo género. Me gustaba la fantasía que generaba el cine y su capacidad de conmover al espectador. Una vez entré a la cabina de proyección, y para un trabajo manual en el colegio me construí mi propio proyector casero con una caja de leche Gloria y un foco al que le quité el contenido y le puse agua para hacer un lente. En esa época vendían unos dulces de melcocha que traían unos pequeños fotogramas. Yo los acomodaba en una cartulina y esa era la imagen que proyectaba.
Cuando salí del colegio fui a Lima a estudiar en un taller de animación llamado Anivisa, dirigido por Pedro Vivas, quien había estudiado en Venezuela. El curso duraba un año y mi padre, que vivía en Lima, me lo costeó. Era animación cuadro por cuadro, o sea, dibujo por dibujo, pero tenían toda una técnica, unas mesas especiales, con un vidrio y una luz debajo, con soportes para poner la cámara de 16 mm o 35 mm, unos papeles de sulfito, láminas de acetato, unas manivelas que te permitían mover centímetro por centímetro los dibujos. De allí pasé a Procesca, una empresa que hacía animación para publicidad. Trabajábamos para productoras grandes que, a su vez, trabajaban con agencias de publicidad. También hacíamos stop motion con cartulinas, plastilina, palitos, cualquier cosa. Hicimos como seis o siete cortometrajes, que se acogieron a la Ley 19327.
¿Recibían una cierta formación más general sobre cine?
Solo lo básico del lenguaje cinematográfico, el manejo del encuadre. Cuando haces dibujos animados, el encuadre es lo primero que te enseñan; los planos son muy importantes porque determinan el lenguaje. El resto era la técnica de animación. Cuando me retiré de allí regresé a Juliaca y comencé a realizar un primer cortometraje independiente, con el apoyo de algunas instituciones y amigos; lo rodamos en 16 mm. El título era Taxicholo y su tema eran los triciclos que por entonces recién comenzaban a aparecer. No eran motorizados, sino a pedal, ni siquiera tenían asientos, la gente y los bultos iban juntos en la parrilla. En el Perú eran una novedad; todavía hay algunos así en Juliaca, pero casi todos ya son mototaxis.
¿Qué año fue eso?
En 1991 o 1992. Pero no llegamos a revelar el material. Luego derogaron la ley y el corto no se terminó nunca. Yo formé una empresa de publicidad, pero en Juliaca todavía no había mercado para eso, así que me vine a Arequipa y aquí empecé a dar servicios publicitarios, hacer impresiones, diseños, avisos, que es lo que sigo haciendo hasta ahora. De vez en cuando hice algunos talleres de dibujos animados, lenguaje cinematográfico, pero muy esporádicos. Quería hacer animación pero solo es muy difícil, así que me pasé al trabajo con actores. Desde que estaba en Anivisa quería contar mis propias historias, había escrito un proyecto sobre unos muchachos que van al Cusco y se pierden en unas catacumbas, una aventura fantástica. Pero en ese tiempo era muy caro hacerlo en 35 mm.
¿Ese fue el proyecto que trataste de hacer antes de Mónica?
No. Tenía otro proyecto, que era una película de época, pero resultaba muy cara por los trajes, muchos actores, locaciones… Era una historia muy bonita, pero muy compleja. Así que me dije: “Lo que tengo que hacer es una película que me permita juntar dinero para luego meterme en un proyecto más grande”. Y entre las cosas que había recopilado o leía estaba Mónica, una leyenda de la que yo había oído hablar desde los diez años, que podía concitar el interés del público, sobre todo de Arequipa. Lo que recopilé era una historia de amor, sobre un muchacho que sale con una chica, la deja en su casa y cuando va a buscarla al día siguiente resulta que estaba muerta y solo encuentra la casaca que él le había prestado colgada en su nicho. Lo que le añadí, para darle un desenlace, fue que para encontrarse con ella en “el más allá” el chico se suicida.
¿Hiciste un guion completo con todas las escenas y diálogos?
Sí. Ya para el proyecto de época había estado investigando por internet cómo hacerlo.
¿Y cómo hiciste para conseguir el equipo de producción, los actores, el financiamiento?
Poco a poco. Lo importante es tener la intención de hacerlo. Muchas personas tienen las