Paraíso. Divina comedia de Dante Alighieri. Franco Nembrini
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Y ahora nos disponemos a dar el último paso en nuestro camino con Dante, con el ansia de afrontar el desafío exigente que nos propone para poder gozar de toda la belleza que ofrece. Por lo demás, es él mismo quien nos advierte de la dificultad de la empresa en la admonición que dirige al lector al comienzo del Canto II (Par., II, vv. 1-15):
¡Oh, vosotros, los que en una lancha pequeñita, deseosos de escucharme, seguís detrás de mi barco, que cantando navega, volveos a ver de nuevo vuestras playas! No os adentréis en alta mar, porque tal vez, perdiéndome, quedaríais extraviados. El agua que voy a cruzar no se atravesó nunca. Minerva me inspira y Apolo me conduce y las nueve musas me muestran las Osas. Vosotros, los pocos que alzasteis el rostro a tiempo hacia el pan de los ángeles, del cual se vive aquí sin saciarse nunca, podéis entraros en el alto mar con vuestro navío, atentos a seguir mi estela, tras la que el agua se cierra de nuevo.
Quien me haya seguido hasta ahora —dice Dante— «en una lancha pequeñita», es mejor que vuelva atrás, porque aquí nos embarcamos en una empresa que nadie ha intentado nunca; solo los que «a tiempo» han levantado la cabeza hacia el «pan de los ángeles» pueden continuar la travesía siguiendo la estela que va dejando «mi barco, que cantando navega», mi poesía que señala la ruta.
¿Qué quiere decir Dante con esta imagen? Para entenderlo, debemos observar atentamente los términos clave de la metáfora. ¿Qué es el «pan de los ángeles»? Muchos comentaristas consideran que se refiere a la teología. Pero es una hipótesis que no me convence. En el siglo XIV, al igual que en nuestros días, la teología era un estudio reservado a unos pocos, para especialistas. Sin embargo, Dante está hablando para todos; tan es así que escribe en lengua vulgar. Entonces, ¿qué es lo que se necesita para vivir plenamente? ¿La teología, es decir, el estudio de Dios? Diría que no. Lo que nos hace vivir plenamente es la experiencia que tenemos de lo que es Dios, de la relación que tenemos con Él; una relación que nunca que nunca se agota, que «satisfaciendo del todo, aviva de nuevo el deseo» (Purg., XXXI, vv. 129).
La meta a la que Dante quiere acompañar al lector, la finalidad de la Comedia, es llegar a ver a Dios más de cerca; en la medida en que es posible para las capacidades humanas, tener una experiencia de Dios parecida a la que tienen los ángeles. Para tener esta experiencia, no basta con haber estudiado teología, con ser doctos o sabios; es preciso avanzar en una lancha que no sea pequeñita, insuficiente, inadecuada. ¿Qué es esta «lancha pequeñita»? Es el navío de Ulises, que se había echado a la mar «solo con una barca», cuyo relato se articula con una triple repetición de la palabra picciola (cf. Inf., XXVI, vv. 101-102, 114, 122), para señalar su pretensión de acometer la travesía con medios inadecuados, contando solo con sus propias fuerzas.
Pues bien, ¿qué se necesita realmente para seguir a Dante en esta última etapa? Releamos con atención. Dante dice: «Vosotros, los pocos que alzasteis el rostro a tiempo hacia el pan de los ángeles». No está exhortando ahora al lector a cambiar de actitud, no está diciendo: Si queréis venir tras de mí, ahora tenéis que alzar la cabeza. Está diciendo: Solo quien haya empezado ya a ponerse en la actitud justa podrá seguirme.
Pero ¿cuál es la actitud justa de la que habla? ¿Quién podrá seguir a Dante también en esta etapa final? Quien tenga de verdad hambre de ese pan; es decir, quien experimente un deseo verdadero, una necesidad acuciante de encontrar el significado de la vida. He aquí la verdadera dificultad a la hora de afrontar el Paraíso. No se trata del lenguaje, de las explicaciones, de las imágenes que utiliza Dante. La verdadera dificultad radica en que, para adentrarnos en su poesía, debemos tomarnos en serio la respuesta que nos ofrece Dante, la hipótesis de significado que nos indica.
Para entenderlo, volvamos al comienzo del Evangelio de Juan (cf. Jn 1,35-38). El Bautista, al ver a Jesús, grita: «¡Este es el Cordero de Dios!», y Juan y Andrés se van detrás de él. «Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: “¿Qué buscáis?”» (Jn 1,38). ¿Qué buscáis? ¿Qué andáis buscando de verdad? ¿Tenéis hambre realmente de un significado para vuestra vida? Porque esta es la condición necesaria para seguirme. La muchedumbre que se reunía cada día para escuchar al Profeta, curiosa y tal vez divertida por las invectivas y las profecías oscuras de ese extraño personaje, no se dio cuenta de ese grito. Solo dos, Juan y Andrés, comprendieron, se levantaron y lo siguieron. Esperaban desde siempre al Mesías, al que salvaría a su pueblo, y, ante la pregunta de Jesús, respondieron curiosos: «Rabi, ¿dónde vives?». Se trataba de dos personas que, «a tiempo», habían alzado el rostro «hacia el pan de los ángeles».
En definitiva, es como si Dante dijese: Hemos hecho juntos este recorrido, pero quien ha llegado hasta aquí con motivaciones válidas pero flojas, por interés intelectual o por el gusto estético de la poesía, quien cree tener ya resultas las preguntas de la vida, es mejor que lo deje. Solo me podrá seguir quien tenga un deseo de verdad tan ardiente que esté dispuesto a descubrir cosas que van más allá de lo que creía posible. En otras palabras, únicamente me podrá seguir quien tenga una actitud verdaderamente moral; es decir, quien ame la verdad de las cosas más que las ideas que tiene sobre ellas, más que sus propios juicios previos.
Dante lanza este desafío al lector mientras se dispone a afrontar una empresa completamente nueva. Yo hago mío este desafío y os lo vuelvo a lanzar. Querido lector, aquí vamos a ir hasta el fondo de la realidad, vamos a descubrir que mirar a Dios a la cara no significa separarse del mundo, sino comprenderlo, entender qué es la vida humana, nuestra vida, cuando se vive a la luz del misterio de Dios.
TEOLÓGICO, ES DECIR, HUMANO
Para abordar el Paraíso de modo adecuado, para entender que también aquí se habla de nuestra vida terrena, cotidiana, en primer lugar es preciso desechar el prejuicio que lo acompaña.
De hecho, todos aquellos que hayan estudiado la Divina comedia en el colegio habrán escuchado decir resueltamente que la poesía del Paraíso es demasiado teológica, demasiado abstracta, y presenta imágenes ajenas a la vida real.1 Esto, sencillamente, no es verdad.
Para empezar, no es verdad que el adjetivo teológico sea exclusivo del Paraíso, ¡porque toda la Divina comedia es teológica! Todo el viaje de Dante está impregnado de la presencia de Dios; negado, objeto de blasfemia y añorado en el infierno, esperado y deseado en el purgatorio, gozado finalmente en el paraíso, Dios es el gran protagonista de todo el poema.
Dicho esto, es cierto que en el Paraíso la dimensión teológica, en sentido estricto —es decir, la reflexión racional sobre el misterio de Dios—, tiene una relevancia mayor. Quizá lo comprendamos mejor si decimos que el Paraíso es el canto más contemplativo. ¿Qué significa contemplativo? Contemplar deriva del latín templum ‘templo’, considerado como el recinto sacro; pero, antes de referirse a un lugar concreto, el término se empleaba para indicar el cuadrante del cielo al que los adivinos dirigían la mirada para observar el vuelo de los pájaros. Entonces, contemplar es mirar al cielo, mirar el espacio sagrado del cielo, el lugar donde reside Dios. Pero me gustaría añadir que, para Dante, contemplar quiere decir también gozar; contemplar es ver la verdad, aquello para lo que estamos hechos; por tanto, el máximo de la visión es el máximo del gozo.
Es preciso aclarar que decir que el Paraíso es el cántico más contemplativo no equivale a decir que no se ocupa de la vida del más acá; al contrario, según se sumerge Dante en la visión de Dios, más profunda se vuelve su comprensión de la vida terrena. Tratemos de comprender esta aparente paradoja.
En el último canto, cuando Dante se encuentra cara a cara