Cartas al general Melo: guerra, política y sociedad en la Nueva Granada, 1854. Angie Guerrero Zamora

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Cartas al general Melo: guerra, política y sociedad en la Nueva Granada, 1854 - Angie Guerrero Zamora Ciencias Humanas

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y que empezaron en calidad de oficiales (de alférez 2.º a capitán), como fue el caso del general Mosquera, quien entró al servicio como edecán del general Bolívar, o Julio Arboleda, quien se inició en las armas durante la guerra de los Supremos con el grado de capitán y secretario de Mosquera. Otros ejemplos de estos casos se podrían señalar, pero lo que queremos resaltar de los militares comprometidos con Melo es que procedían, en su mayoría, de grupos sociales bajos o medios. Su condición social explica el por qué entraron en los grados más bajos de la milicia y por qué a muchos de ellos sus ascensos se les hicieron a lo largo de un buen tiempo de servicio, como el caso de José Manuel Calle. Otro ejemplo es el de Domingo Castañeda, quien fuera sargento a inicios de los cuarenta y ascendido al alférez 2.º por sus servicios en varias unidades del suroccidente, entre ellas en el Batallón 1.º de Infantería, con el que, entre 1846 y 1848, permaneció acantonado en Pasto por las tensiones fronterizas con el Ecuador. Después de esto, Castañeda hizo la campaña del sur contra los rebeldes conservadores en 1851, en la provincia de Túquerres, ejerciendo las funciones de ayudante de la 1.ª División y en 1852 obtuvo el ascenso de capitán por sus servicios al gobierno. Trasladado a la capital de la República, se debió comprometer con Melo, pues figura de edecán del general, y se halló entre los defensores de Bogotá hasta rendirse el 4 de diciembre de 185470.

      El trasegar de varios de los militares melistas es similar; Domingo Delgado, era capitán graduado de mayor cuando se comprometió con la dictadura; venía sirviendo en el Ejército como mínimo desde 1834, cuando Toribio Lozada Peralta, desde El Socorro, el 19 de agosto de 1854, le escribió al general Melo para que su ascenso a sargento mayor fuese reconocido71. Es elocuente, pues, que varios de los seguidores de los hechos del 17 de abril se encontraban entre los grados de capitán o sargento mayor a mitad de siglo, a pesar de que, en su mayoría, venían en la carrera de las armas desde los veinte, o antes (Venancio Callejas, Manuel José Carvajal y Tenorio, Diego Castro, Benito Franco, Dámaso Girón, José del Rosario Guerrero, Pedro Arnedo, Juan de Jesús Gutiérrez, José Manuel Calle, Benito Franco, José María Barriga, entre otros); o eran tenientes coroneles (Manuel Jiménez, Fernando Campos, Mariano Posse, Antonio María Echeverría, José Manuel Lasprilla, Juan Nepomuceno Prieto, José Valerio Carazo, Alejandro Gaitán, Santos García y José Antonio Sánchez)72.

      Lo anterior significa que los oficiales comprometidos con Melo venían de largo tiempo ejerciendo el oficio de las armas y, como no procedían de sectores privilegiados (un indicador es su lento ascenso en el escalafón militar), dependían de su salario para su sobrevivencia. Esto los hizo permanecer en la milicia de forma regular tanto en tiempos de paz como de guerra, ocupando cargos burocráticos en la administración militar o sirviendo en diversas unidades acantonadas en los principales departamentos militares del país73. El hecho de ser militares de carrera los colocaba en una condición de vulnerabilidad frente a cualquier política que los liberales radicales a mediados del siglo XIX publicitaban en relación con el Ejército74.

      Por ejemplo, Diego Castro fue alférez a finales de los treinta, teniente 2.º durante los cuarenta, prestó servicio en los cuerpos de la 1.ª columna en Pasto, Popayán, y a veces al norte del Valle. Fue ascendido por la Secretaría de Guerra a teniente 1.º (septiembre de 1847), sirvió con ese grado en el batallón número 2.º, con el cual hizo campaña en el sur contra los rebeldes conservadores de 1851, desempeñando por un tiempo la comandancia de Yacuanquer (noviembre de 1851); durante esta guerra tuvo varios ascensos, pues en febrero de 1852 era sargento mayor. Trasladado al centro del país, se comprometió con Melo, promoviendo la noche del 16 de abril, horas antes de los sucesos, la distribución del parque militar entre los democráticos.

      Después del golpe, Castro fue comisionado para capturar a los miembros del gobierno que se hallaban reunidos con el presidente Obando en el palacio. Se halló en Tíquisa (20 de mayo de 1854), Zipaquirá (21 de mayo) y persiguió a las fuerzas de Melchor Corena derrotadas por Dámaso Girón en Aposentos (29 de mayo). Se encargó de pacificar y controlar la disolvente provincia de Tequendama, territorio adverso a la dictadura (julio de 1854). Se destacó como uno de los comandantes más briosos que tuvo Melo, al punto de que, cuando el general decidió rendirse con otros oficiales y seguidores el 4 de diciembre de 1854, Castro llegó al cuartel de San Francisco y dijo: “Los que quieran luchar y morir conmigo, síganme; yo no deseo caer prisionero”. Algunos lo siguieron, montó a caballo, tomaron la calle del comercio y al doblar a Santo Domingo, cayó muerto75.

      En resumen, los oficiales golpistas eran militares de profesión, pues todo su ciclo vital se había hecho en la milicia, ganando experticia y conocimiento en el campo militar y, como muchos, habían entrado jóvenes en la carrera de las armas durante las guerras de Independencia (algunos a una edad en la que aún se pueden considerar niños, como Alejandro Gaitán, a los 10 años). Al concluir estas guerras, a finales de los veinte, difícilmente podían dedicarse a otro oficio, por lo que terminaron haciendo su vida en el Ejército, como son los casos de los coroneles Ramón Acevedo Calderón, Rafael Peña o Manuel Martínez Munive76; y los tenientes coroneles Dámaso Girón, Mariano Posse, Juan Nepomuceno Prieto, Alejandro Gaitán, entre otros77.

      Frente a sus posiciones políticas, el grupo tiene ciertas tendencias; por lo general fueron veteranos de las guerras de la Independencia, además constitucionalistas en 1830 y opuestos a la dictadura de Rafael Urdaneta en 1831. Estos son los casos de Ramón Acevedo Calderón, Rafael Peña, Manuel Martínez Munive, José Manuel Calle, José del Rosario Guerrero, Mariano Posse, José Valerio Carazo, Juan Nepomuceno Prieto o Alejandro Gaitán, entre otros. Uno de los casos representativos de este grupo era el riohachero Dámaso Girón, quien entró a las filas republicanas en la Marina, hallándose, entre otras acciones, en la batalla naval de Maracaibo (1823); pasó al sur e hizo la campaña contra la invasión peruana (1829). Retornó al centro del país y defendió al gobierno constitucional de Joaquín Mosquera y Domingo Caicedo (1830), siendo de los derrotados del Santuario y Puente Grande en Funza.

      Girón fue prisionero y condenado como soldado en las tropas del coronel Pedro Murguenza, encargado por Urdaneta de someter la resistencia contra su gobierno en el Cauca, encabezaba por los generales José María Obando y José Hilario López. Por estas circunstancias estuvo en la batalla del Papayal o el Badeo cerca de Palmira (10 de febrero de 1831), donde, derrotados los urdanetistas, fue aprovechado por Girón para cambiar de bandera. Marchó al centro del país nuevamente, esta vez a restablecer el orden constitucional y luego acompañó a Obando en la recuperación de la provincia de Pasto (1832), que en esos tiempos se había agregado al Ecuador78.

      Su posición contra Urdaneta los hizo muy cercanos a la administración presidencial de Francisco de Paula Santander, por lo que fueron recompensados con cargos de gobernadores o comandancias militares. En el caso de Dámaso Girón, en 1834 se encontraba en servicio en la sabana de Bogotá y formó parte de los oficiales que atendieron la conspiración de Sardá; estaba entre los que capturaron y dieron muerte violenta a Mariano París, quien estaba implicado en el complot. Posiblemente esta posición, ganada por varios oficiales bajo las órdenes Santander, empezó a ser erosionada con el ascenso de Ignacio de Márquez a la presidencia de la República, llevando a varios a pronunciarse contra el gobierno en la guerra de los Supremos, como los coroneles Ramón Acevedo Calderón, José Manuel Calle, Manuel Antonio Carvajal y Tenorio, Mariano España, Rafael Peña, Juan Bautista Castillo y Sinforoso Paz79 o Cristo Velandia.

      Velandia es un buen ejemplo de las experiencias que varios militares compartieron, ya que su vinculación con la rebelión los llevó a ser expulsados del país (los más afortunados, pues varios fueron fusilados) o condenados a servir como soldados, que es el caso en mención; Velandia, a lo largo de la década del cuarenta, estuvo en varias unidades regulares pagando su condena y, al concluirla, continuó en la milicia, ascendiendo nuevamente en el escalafón militar hasta alcanzar el grado de alférez (1851).

      Como oficial de la Guardia Nacional de Buga hizo campaña en defensa del gobierno liberal en varios puntos del suroccidente y posteriormente sirvió en el batallón 1.º de línea (1851-1853), ganándose

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