Por sus frutos los conoceréis. Juan María Laboa

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Por sus frutos los conoceréis - Juan María Laboa Frontera

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encontraban, también ellos, en las manos de Dios, a pesar de su condición de bárbaros?

      San León Magno salió al encuentro de Atila, el terrorífico jefe de los hunos dispuesto a conquistar Roma y quedarse con los tesoros que la ciudad todavía encerraba. Ambos se miraron cara a cara en Mantua (452) y aunque no se conoce nada de la entrevista, lo cierto es que Atila abandonó Italia. Probablemente el caudillo huno tuviera otras razones para volver la espalda a Italia, pero no cabe duda de que su diálogo con el papa resultó determinante. El encuentro ha quedado inmortalizado en la espléndida pintura de Rafael que encontramos todavía hoy en las estancias del Vaticano. En esta y tantas otras ocasiones hombres de Iglesia han intentado a lo largo de los siglos convertirse en puentes, en factores de diálogo, buscadores de la paz y de la concordia entre los seres humanos y entre los pueblos. No hace muchos años, todavía, la Santa Sede consiguió la paz entre Chile y Argentina, tras un largo contencioso, y, en estos últimos años, negocia en Cuba la liberación de los presos políticos.

      León Magno, pues, trató de salvar a los romanos de las garras de los bárbaros y de salvar a estos de sí mismos. Consideró que esta era su labor esencial, salvar a los hijos de Dios de cuanto amenazase su vida y su libertad. A lo largo de los siglos encontramos repetida esta actitud. Europa nace de esta labor integradora eclesial. De una amalgama de pueblos, culturas y tradiciones, el cristianismo, anunciando la paternidad universal de Dios y la presencia humanitaria y salvífica de Cristo, va consiguiendo una cultura que integra el cristianismo con las tradiciones romanas y la idiosincrasia de cada pueblo. Para conseguirlo resultó esencial, sin duda, que el cristianismo no estuviera enraizado en ningún contexto particular racial, geográfico, social o político. Era genuinamente universalista. Resulta importante, en este sentido, apreciar tanto los elementos de continuidad como los de discontinuidad entre el mundo romano de san Agustín y el mundo cristiano-bárbaro que le sucedió. Entre los elementos de continuidad resulta imprescindible tener en cuenta el ministerio de caridad que los obispos y las instituciones eclesiales mantuvieron invariablemente en las ciudades a favor de los más débiles de las diversas comunidades. Como un eco de la advertencia de Juliano, se mantuvo en nuevos modelos sociales la impronta de caridad y preocupación por las necesidades de los ciudadanos que había distinguido a las primeras comunidades cristianas[12].

      8. La caridad eclesial en los consejos de Julián el Apóstata

      Julián era hijo de Julio Constancio, hermano del emperador Constantino. Contaba con solo seis años cuando su familia fue exterminada en la matanza de rivales potenciales que marcó el acceso al poder de los hijos de Constantino, y durante los veinticuatro años siguientes vivió con el temor de ser asesinado por su primo Constancio, quien murió sin heredero. A los treinta años fue proclamado emperador.

      Durante su juventud se dedicó al estudio de la filosofía y se consideró predestinado a restaurar la Romanitas, degradada, según él, por su tío al imponer la religión cristiana, y terminó odiando tanto a sus parientes como al cristianismo. Para él, Jesús de Nazaret, lejos de encarnar la final y plena expresión del Verbo, no era más que un labrador iliterato cuyas enseñanzas, enteramente carentes de verdad y belleza, pecaban al mismo tiempo de débiles, ajenas al sentido práctico y socialmente subversivas. En realidad, uno piensa que al experimentar en sus carnes la crueldad, la insensible capacidad de asesinar impunemente de sus primos, confesos cristianos, debía resultarle a Julián difícil de digerir la doctrina del amor proclamada por Jesús y aparentemente practicada por sus discípulos contemporáneos, aunque tan cruelmente desacreditada por sus parientes imperiales.

      Si reflexionamos sobre esta historia nos percatamos de que en la historia del cristianismo la conversión del poder en todas sus dimensiones ha resultado mucho más difícil. Aceptaban el cristianismo como religión personal, pero el modo de gobernar siguió siendo egoísta, violento, desconsiderado y agresivo con aquellos a quienes consideraban adversarios o competidores. Capetos, Borbones, Habsburgos, o Braganzas apoyaron a la Iglesia e, incluso, fueron personalmente piadosos, pero casi siempre han sido del parecer de que el fin justifica los medios y han actuado en consecuencia. Constancio, seguramente, fue sinceramente cristiano, pero, en cuanto emperador, fue tan violento e inmoral como cualquier emperador pagano. «No así vosotros», señaló Jesús a sus discípulos, pero nos ha resultado muy complicado compaginar poder con amor por los demás, poder con actitud de servicio.

      Una vez emperador, dominado por su deseo de recrear la realidad clásica y de adaptar a su plan los dioses del politeísmo mediterráneo, Julián proyectó pasar de la revelación cristiana a la razón griega. Es decir, quiso volver al espíritu y método de la ciencia clásica, pero utilizó, tal vez por la improvisación y el poco tiempo del que dispuso, una formulación atípica, poco estructurada y sistemática. El historiador de Roma Gibbon observa que «el genio y poder del emperador eran desiguales a la empresa de restaurar una religión falta de principios teológicos, de preceptos morales y de disciplina eclesiástica»[13], pero lo intentó con audacia y rencor para con Constantino y el cristianismo, a los que identificó.

      A pesar de este rechazo y animadversión por el cristianismo, Juliano fue muy sensible a aquellas características propias del cristianismo que atraían al pueblo y reforzaban su presencia y expansión. «Soy consciente», escribió al pontífice pagano Teodoro, «de que al abandonar los sacerdotes paganos a los pobres, los impíos galileos se han dedicado con inteligencia a este género de filantropía, y han logrado muchos frutos mediante estas prácticas, que siempre impresionan. De esta manera, los galileos comenzaron su política a partir de lo que llaman ágape y hospitalidad y servicio de las mesas, consiguiendo que muchos pasaran al ateísmo».

      Probablemente, él mismo había leído las palabras escritas por Eusebio de Cesarea, consejero áulico de su tío Constantino: «Durante este tiempo se hizo evidente a todos los gentiles como una señal bastante manifiesta la diligencia y piedad de los cristianos para con todos. Porque solo los cristianos, prestando por todos los medios servicios de piedad y de misericordia en medio de tantas calamidades, se entregaban diariamente a curar a los enfermos y dar sepultura a los cadáveres de los muertos. Cada día innumerables personas, de las cuales nadie se preocupaba, sucumbían a la muerte. Convocando a todos los pobres de la ciudad, los cristianos distribuían pan entre ellos; hasta el punto que divulgada la noticia de esa buena obra con abundante encarecimiento, llegaban todos a ensalzar con las mayores alabanzas al Dios de los cristianos, y a confesar haberse comprobado con hechos que solo aquellos eran piadosos, adoradores de Dios»[14].

      A medida que progresaba y se concretaba su decisión de renovar el paganismo, Julián pensó en la conveniencia de copiar cuanto había ayudado al triunfo del cristianismo. Escribió al supremo sacerdote Alsacio: «Nosotros no prestamos atención a lo que ha dado más incremento a la religión cristiana: la caridad para con los peregrinos, la solicitud para con los muertos y, en general, la verdadera moralidad de los cristianos. Por consiguiente, establece numerosos asilos de ancianos en cada una de las ciudades, para que nuestros peregrinos saquen también provecho de ello. Para su sostenimiento he dado ya las disposiciones necesarias: cada año proporcionará la Galacia 30.000 medidas de trigo y 60.000 sextas de vino. Una quinta parte de ello deberá destinarse a los pobres que están al servicio de los sacerdotes; el resto debe destinarse a socorrer a los peregrinos y necesitados. Sería una vergüenza…que los galileos no solo socorrieran a sus pobres, sino aun a los nuestros»[15].

      Estos hospitales o casas de huéspedes, que Julián tanto admiraba, eran casas destinadas a los necesitados que se hallaban sin hogar, lugar de refugio de pobres, peregrinos, enfermos, gente sin albergue, casas donde se ejercitaba la caridad y asistencia cristiana bajo la dirección más o menos inmediata del obispo. Al conseguir la libertad y aumentar el número de cristianos se multiplicaron estas casas. No resultaba, pues, extraño que los paganos identificasen el cristianismo con la organización a modo de telaraña que llegaba a tantos ámbitos de la sociedad.

      De hecho, el sistema que en realidad pretendía instaurar el emperador era una especie de contra-Iglesia, que tenía en cuenta e imitaba cuanto había retenido de su educación

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