Por sus frutos los conoceréis. Juan María Laboa

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Por sus frutos los conoceréis - Juan María Laboa Frontera

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virtuosa y humilde, con la exigencia de practicar la continencia absoluta. Los sacerdotes debían enseñar una catequesis completa y adaptada a las diversas mentalidades en los templos renovados, en los que instaló ambones y sillas al modo de las iglesias cristianas. Dotó, pues, a los nuevos paganos de una Iglesia, de un credo, de unas oraciones y de un sacramento muy semejante al bautismo, pero, sobre todo, echó en falta y quiso imitar la organización caritativa de los cristianos que ya en ese momento había alcanzado todo su desarrollo. Podríamos decir que, a pesar de su desprecio, su intento constituyó un auténtico homenaje a la práctica cristiana.

      El proyecto de Julián de renovar el paganismo resultó una sustitución inviable. Aunque su temprana muerte nos impide conocer qué hubiera pasado con un reinado más prolongado, las prácticas cristianas y su organización obtenían una aceptación tan generalizada que resulta difícil imaginarse una alternativa victoriosa. Sobre todo, la presencia cristiana en las necesidades, penurias y anhelos del vasto mundo popular había conseguido una adhesión casi imposible de conseguir con la decrépita religión pagana, por mucho que se intentase revitalizarla. El cristianismo ofrecía consuelo y provocaba entusiasmo, dos estados de ánimo necesarios en aquellos y en nuestros tiempos. Su Dios era cercano, compasivo y paternal y nada tenía que ver con la reconstrucción de la divinidad por parte de Julián o de otros filósofos todavía paganos. Y el amor predicado y vivido en las comunidades cristianas, por mucho que el pecado y las debilidades siguieran presentes, seguían siendo su gloria y su fuerza.

      «¿Puede un fiel creyente dudar que en la hora del sacrificio eucarístico los cielos se abren a la invocación del sacerdote, que en este misterio de Jesucristo estén presentes los coros angélicos, las alturas unidas a las profundidades, la tierra abrazada al cielo, el visible unido a lo invisible?», se preguntaba Gregorio Magno, resumiendo la convicción de los cristianos de que su grupo formaba parte de una gran comunidad. Estaban convencidos de que la Iglesia en la tierra vivía en unión constante con la comunidad gloriosa de Dios con sus ángeles y santos. Lo mismo debe afirmarse de la comunión de los muertos y de los vivos en la gran comunidad de los fieles. Este convencimiento representaba uno de los elementos constitutivos de su fuerte sentido de identidad de grupo. Agustín expresa esta convicción universal al afirmar que «esta Iglesia que ahora viaja se encuentra unida a la Iglesia celeste donde se encuentran los ángeles que son nuestros conciudadanos, porque todos nosotros somos miembros de un solo Cuerpo, tanto si nos encontramos aquí, o en cualquier otro lugar sobre la tierra, ahora o en cualquier otro momento, desde la edad de Abel el justo hasta el final del mundo».

      A los hombres del siglo IV, el cristianismo no se presentaba tanto como una doctrina o un dogma, como una corporación de ayuda mutua, ni como una teología o una institución, por muy original que resultase, sino, sobre todo, como un estilo radical de vida, como el ideal de un hombre y una sociedad nuevos. El culto, la liturgia, la devoción y, sobre todo, su modo de entender a los demás y de relacionarse con ellos fueron las expresiones de esta transformación de la psicología, de la sensibilidad y del comportamiento de los cristianos. Las prácticas de penitencia, de mortificación, de caridad (desde el amor fraterno hasta la limosna) y el sentido del cuerpo místico de Cristo determinaron nuevas relaciones sociales y un sentido de grupo que trascendía el tiempo y el espacio. Ciertamente, no llegó a comprender Julián la importancia de esta transformación, al reducir su renovación del paganismo a nuevos aspectos doctrinales y a una renovada organización social, considerando que con esta transformación, en realidad cosmética, del paganismo, podía herir de muerte el cristianismo. En su proyecto, Julián olvidó que solo Cristo es el amor generador del amor y de la generosidad de los cristianos.

      9. Los Padres de la Iglesia y la justicia social

      Los Padres de la Iglesia pertenecieron, generalmente, a familias acomodadas, con buena formación intelectual y con un intenso espíritu evangélico que conformó su personalidad y sus actividades. Todos ellos fueron muy generosos, repartieron sus bienes entre los necesitados y fueron conocidos por sus obras de caridad.

      Intérpretes excepcionales de la Sagrada Escritura, que mantienen en sus manos permanentemente, subrayan y proclaman su sentido social profundo, demostrando que este aspecto, en su radicalidad, resulta inseparable del cristianismo. En sus escritos encontramos desarrollados temas tan fundamentales como la igualdad esencial de los seres humanos; la dignidad y la primacía de la persona humana y su pluralismo que debe ser respetado; la propiedad privada y su condición social; la riqueza y la comunicación de bienes, el trabajo y su dignidad; el desarrollo económico y su sometimiento a la moral. Según los Padres, los deberes de los ricos no consisten solo en el desapego del corazón, sino, fundamentalmente, en compartir sus bienes con quienes carecían de lo necesario no solo para subsistir sino, también, para desarrollar sus dotes personales. No se trataba solo de ser generosos, sino justos, y, en sus escritos, no dudaron en utilizar un lenguaje atrevido y exigente. Es decir, a medida que desarrollaban estructuras de asistencia para los más desprovistos y que se convertían progresivamente en los protectores y benefactores de los individuos y de las ciudades, los obispos exhortaban a sus fieles a poner sus riquezas personales al servicio de los necesitados y de la Iglesia, pero sus argumentos, partiendo del Evangelio, trascienden las recomendaciones de la beneficencia y de la asistencia, y terminan elaborando una doctrina de la igualdad sustancial del género humano y de sus derechos, basándose en la decisión del Creador de que todos los bienes de la tierra sean comunes.

      Ofrezco algunos textos significativos de los Padres más importantes.

      San Basilio (330-379), el más moderno de los Padres griegos, puso de manifiesto, con frecuencia, el carácter social y comunitario de la doctrina evangélica sobre la propiedad y las riquezas. «La caridad somete a los hombres libres entre sí y subraya y mantiene, al mismo tiempo, la libertad de la voluntad». «El mandato de Dios no nos enseña que hayamos de rechazar y huir de los bienes como si fueran malos, sino que nos ilustra en cómo administrarlos. Y el que se condena, no se condena en ningún caso por tenerlos, sino porque sintió torcidamente de lo que tenía o no fue capaz de usarlos adecuadamente». «¿Qué responderás al Juez, tú que revistes las paredes y dejas desnudo al hombre, tú que adornas a los caballos y no te dignas mirar a tu hermano cubierto de harapos, tú que dejas que se pudra el trigo y no alimentas a los hambrientos, tú que entierras el oro y no alimentas al que se muere de estrechez?».

      «Paréceme que la enfermedad del alma de este hombre se asemeja a la de los glotones, que prefieren reventar de hartazgo, antes que dar las sobras a los necesitados. Entiende, hombre, quién te ha dado lo que tienes, acuérdate de quién eres, qué administras, de quién has recibido, por qué has sido preferido a otros. Has sido hecho servidor de Dios y administrador de los que son, como tú, siervos de Dios; no te imagines que tus bienes te han sido preparados exclusivamente para tu vientre. Piensa que lo que tienes entre manos es cosa ajena. Pueden alegrarte los bienes durante un cierto tiempo, pero luego se te escurren y desaparecen, y al final, de todo se te pedirá estrecha cuenta». Jesús habló con dureza sobre los peligros de la riqueza, y nosotros somos conscientes de lo difícil que resulta ser rico y conservar las entrañas humanas. El dinero tiene el efecto habitual de colocar cegadoras escamas ante los ojos y de congelar a las criaturas, de forma que las manos, los ojos, los labios y el corazón se enfrían peligrosamente. La vida nos enseña que los ricos pueden tener buen corazón, pero difícilmente pueden ver la realidad tal cual es.

      «¿Quién es avaro? El que no se contenta con las cosas necesarias. ¿Quién es ladrón? El que quita lo suyo a los otros. ¿Con que no eres tú avaro, no eres ladrón, cuando te apropias lo que recibiste a título de administración? ¿Con que hay que llamar ladrón al que desnuda al que va vestido, y habrá que dar otro nombre al que no viste a un desnudo, si lo puede hacer? Del hambriento es el pan que tú retienes; del que va desnudo es el manto que tú guardas en tus arcas; del descalzo, el calzado que en tu casa se pudre. En definitiva, ten en cuenta que agravias a cuantos pudiendo socorrer no lo haces». La propiedad aparece, a menudo, en los Padres como un simple usufructo, permitido por Dios en la medida en que su principal beneficiario actúa como un gestor en servicio del bien general. Por consiguiente, lo superfluo

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