Desde Austriahungría hacia Europa. Alfonso Lombana Sánchez

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Desde Austriahungría hacia Europa - Alfonso Lombana Sánchez

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percepción es la primera función. El autor, en tanto que individuo que ubicamos en un contexto concreto, vive en una cultura de la que forma parte y con la que está directamente confrontado. Esta convivencia es de gran importancia, ya que su producción literaria se encuentra completamente unida a sus «vivencias» (Dilthey, 1906). Esta consideración guarda una muy estrecha vinculación con las teorías fenomenológicas y es el hilo conductor también del positivismo moderno. En tanto que individuo, el autor está sometido a una serie de experiencias que lo afectan. Este pensamiento fenomenológico, que se corresponde a las teorías e ideologías propias de la Moderne y se vincula por tanto también con las ciencias culturales, no incluye sin embargo la afirmación de que el autor literario sea «especial». Su autoridad es simplemente una función más del entramado cultural en cuestión, cuya reproducción de la vivencia se convierte en objeto literario. La percepción de cada entorno varía según la cultura de los autores. Por este motivo, su interpretación dependerá no sólo del aparato crítico con el que se analice, sino principalmente a partir del contexto en que se defina. En contextos más complejos, por ejemplo aquellos repletos de diversidad, se resaltará una percepción más enrevesada que en aquellos más simples.

      La segunda función de todo autor es la reflexión, que se define como el punto de manifestación intermedio entre vivencia y reproducción. Ninguna vivencia deja al sujeto indiferente, por ello, toda vivencia puede ser motivo de reflexión. Este proceso es una confrontación directa y concisa con la realidad, tal y como sucedía con la percepción. Por ello, también aquí podemos considerar que aquellas reflexiones que parten de la complejidad conllevan un procesamiento mayor que las más simples. El autor es el causante de una obra literaria, ya que es él quien busca la cohesión del texto y las intenciones que garanticen la constitución de sentido y significado (Klausnitzer, 2012, p. 264). En verdad, esta actividad es compartida por los demás individuos: el autor tampoco es en este sentido un sujeto extraordinario cuyas reflexiones serán diferentes, sino que lo que le diferenciará de otros individuos no será su capacidad de reflexión, sino su competencia a la hora de seleccionar y de transmitir los resultados.

      La transmisión es la tercera y más importante de las funciones. Precisamente a partir de esta tercera función es cuando aparece formulado el reto al que se tiene que enfrentar cualquier autor. Así, la pronunciación pública de la reflexión es un acto más singular que los dos anteriores, y un primer punto para poder empezar a hablar del estatus especial del autor. La cultura reflejada en la literatura por los autores es de gran interés para comprender cualquier periodo, ya que en sus palabras asistimos a una representación crítica de la realidad concreta, aunque filtrada por sujetos con nombre propio a los que reconocemos una autoría específica (Hilma, 2002, p. 152). Es importante incidir en este punto y reincidir en que la autoría específica por la que un autor cobra una especial relevancia responde a los criterios similares esgrimidos para la descripción de los contextos culturales.

      La selección de autores en la Teoría de la Literatura Cultural responde únicamente a las hipótesis planteadas y a las necesidades metodológicas de la concepción de los contextos. Obviando el valor estético y considerando únicamente la impronta del autor, el texto se convierte en un documento textual de una vivencia filtrada por una reflexión subjetiva. Por ello, esa subjetividad decantará su uso y corroborará su análisis en función de las necesidades. En la interpretación de una cultura a partir del reflejo que de ella se nos transmite, los irrenunciables textos literarios como objeto de trabajo:

      «[Diese sind] Gegenstände der kulturellen Selbstwahrnehmung und Selbstthematisierung, […] spezifische Formen des individuellen und kollektiven Wahrnehmens von Welt und Reflexion dieser Wahrnehmung» (Voßkamp, 2008, p. 77).

      «[Estos son] objeto de la comprensión y tematización cultural autónoma, […] formas específicas de la percepción individual y colectiva del mundo y reflexión de esta comprensión».

      Por ello, los autores son en definitiva elementos activos de sus culturas que nosotros revisamos como constructores de estas a partir de momentos concretos de su producción literaria, los una vez los hemos enmarcado en contextos culturales. Especialmente revolucionaria ha sido la Teoría de la Cultura en la selección de autores, ya que no siempre centró en el canon clásico sus objetivos, sino que frecuentemente recurrió a otros autores en función de motivos biográficos, regionales, sociales, etc., al margen de los criterios de la catalogación canónica.

      Lector

      El estatus del lector dentro del proceso literario ha sido una cuestión tan virulentamente discutida como en el caso del autor, pasando casi del profundo olvido e insignificancia en las teorías de la objetividad del texto (Hirsch, 1960) hasta ser una parte de la literatura en tanto que mecanismo por el cual esta funciona y existe (Iser, 1979). Muy acertado es el retrato que Luis Acosta planteó en su obra dedicada al lector (Acosta, 1989), aún en un momento de confusión en la Teoría de la Literatura acerca de su valoración. El debate acerca del estatus del lector se aprecia en cualquier historia de la lectura que contemple su presencia variable en nuestra cultura (Schön, 1999). Hoy en día parece haber encontrado un estatus equilibrado con justicia, tal y como se extrae del manual Lesen (Franzmann, et al., 1999), que hace un recorrido por los pormenores de esta parte del acto literario.

      El equilibro del lector pasa no solo por su estatus como consumidor de literatura en términos puramente empresariales (Neuhaus, 2009, p. 25 y sig.), sino que tiene también relevancia en el acto comunicativo: sin su mediación, la literatura no tendría sentido. Martindale reivindica la importancia del lector al demostrar que podría haber tantas lecturas o interpretaciones como lectores en el caso de no existir unos nexos internos al texto que el lector reconociera y comprendiera (Martindale, 1999). Con esta intervención se corrobora que el acto literario sigue siendo un acto comunicativo, pues todas estas conexiones responden en definitiva a modelos sociales y culturales (Lauer, 1999). El lector percibe el texto y de él extrae un mensaje. Y en tanto que individuo de una cultura, no necesariamente la misma que la del autor, es capaz de reorientar el contenido literario hacia una interpretación distinta de las intenciones del autor, lo que lo convierte también en un sujeto activo del fenómeno literario: del mismo modo que el autor, el lector percibe y reflexiona una cultura.

      De esta realidad han surgido las afirmaciones que consideran al lector como una entidad prácticamente igual de importante que la del autor. Especialmente en la estética de la recepción (Wolff, 1971; Acosta, 1989), el lector se sirve de la literatura convirtiéndola en un objeto, lo que nos lleva de nuevo a la consideración de la literatura como presencia. Esta no solo cobra sentido al ser leída, sino que su funcionalidad se activa de la interacción física con ella, de donde se reconoce que la vinculación del individuo con la literatura es una necesidad del acto literario. Su participación va más allá de su función como aquel que insufla vida al texto literario, sino que se percibe igualmente en preocupaciones técnicas de prioridades editoriales (Neuhaus, 2009, p. 140 y sig.) e instituciones estatales (Neuhaus, 2009, p. 234 y sig.). El lector, en tanto que individuo, ejerce su libertad, se aprovecha de ella y decide dedicar tiempo a la literatura. Esta libertad convierte a la literatura en una presencia que la convierte además en contingente y que reinicide en la necesidad del lector recordándonos que, sin él, tampoco habría literatura:

      «Qualität und Rang eines literarischen Werkes ergeben sich weder aus seinen biographischen oder historischen Entstehungsbedingungen noch alleine aus seiner Stelle im Folgeverhältnis der Gattungsentwicklung, sondern aus den schwer fassbaren Kriterien von Wirkung, Rezeption und Nachruhm» (Jauß, 1975, p. 147).

      «La calidad y el nivel de una obra literaria no resultan ni de sus condiciones biográficas o históricas ni tampoco únicamente de su emplazamiento en la relación del desarrollo de los géneros, sino de complejos criterios de influencia, recepción y fama».

      A partir de este reconocimiento, Hans-Robert Jauß desarrolló las siete tesis para superar el abismo entre historia y

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