La guerra de Catón. F. Xavier Hernàndez Cardona
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En el campamento comenzó una actividad febril. Los enlaces de las diferentes tribus partieron rápidos. Un par de barcos ebusitanos zarparon en dirección sur para extender la noticia. La movilización general debía comenzar inmediatamente. Toda la fuerza de la Tierra Libre debía converger hacia Emporion. Pero, como mínimo, el ejército tardaría unos diez días en concentrarse y, mientras tanto, tenían que garantizar la resistencia.
Las columnas de humo llegaron a todos los rincones de la Tierra Libre y las caracolas resonaban por llanuras y montañas llamando a la gente a la batalla. Las sacerdotisas de la montaña de Icra convocaban a la guerra sagrada en defensa de la Tierra Libre, los muertos en el combate serían acogidos por Icra en los jardines de Muskuria. Ese año la siega tendría problemas, todas las manos se necesitarían contra el invasor.
Dos días después de que los humos anunciaran el avance romano La Gracia de Siracusa penetró, veloz, en el puerto emporitano. Creonte subió rápido y jadeante hasta el campamento.
─ Amigos, no hemos podido avisar antes. Este maldito Catón nos ha engañado a todos. Fingía pelearse con Escipión o daba a entender que atacaría a los celtas cuando en realidad concentraba naves y tropas en Luna. Lo siento amigos, os hemos fallado, si hubiera olido el engaño ahora vosotros tendríais el campamento unos cuantos miles de guerreros dispuestos a luchar en las playas para abortar el desembarco romano.
Tildok abrazó a su amigo.
─ Viejo Polifemo, ya has cumplido con creces. Estaba claro que vendrían y que no anunciarían su llegada. La sorpresa no es ninguna sorpresa, y no íbamos a movilizar a los guerreros de la tierra sin la certeza de la intervención romana. Ahora empieza el juego. Ellos han ganado la primera partida, desembarcarán sus tropas sin que podamos oponer resistencia... pero el juego no ha terminado.
Creonte suministró todos los detalles que conocía. Era evidente que el ejército consular venía en la vanguardia y que luego se le sumarían los aliados y las fuerzas de los pretores. Calculaba que en los próximos meses hasta cincuenta mil romanos se abalanzarían para aplastar a Hispania.
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